viernes, 24 de diciembre de 2010

Prisionero de Techint

Lo primero que mis viejos hicieron juntos fue quemar una carta de Vaca Narvaja. La carta había llegado de Méjico y contaba en detalle las torturas a los presos políticos. Mamá le mostró a papá aquella carta y papá dijo que había que quemarla urgente, que si te agarran con eso. Las prendieron fuego en la pileta de la cocina.
En aquellos días mi vieja iba de casa en casa. El padre la había abandonado junto a la madre; un día dormían en una pensión, al siguiente en un hotel, hasta durmieron en un albergue transitorio. (En esos días también dejó de creer en la amistad. y hasta hoy descree)
En la casa del barrio el fogonazo no había baño, así que papá, que estaba de visita, salió a orinar al patio. Mientras meaba escuchó ruido en el techo, entonces levantó la vista y vio a su suegro. Entró a la casa. Mostrame una foto de tu viejo, le dijo a mamá. Entonces corroboró: el tipo del techo era su suegro.
(En cuanto a la hermana de mamá, vivía en casas de amigos y ya empezaba con los recitales: judas priest, iron maiden)
Mi viejo era un prisionero de Techint (todavía canta una cumbia que habla de esos días). Trabajaba doce horas por día en un trailer, pagando sueldos e indemnizaciones. Veía partidos de cien contra cien, jugados con una cabeza de vaca. Por la noche se emborrachaba, sin excepción, de lunes a viernes. Amanecía en algún descampado, el sol en la cara; buscaba algún colectivo que lo dejara cerca del trabajo. Y de nuevo el círculo, circulo que se rompía los fines de semana cuando visitaba a mamá.
Una vez un tipo enorme se metió en el trailer. El tipo había estado metido en el mato groso, en las obras de alto riesgo. (Cada tanto se indemnizaba a alguna viuda) el tipo entró (innecesariamente) con un cuchillo. Pasó la lengua por la hoja del cuchillo y se puso a correr a mi viejo en torno a la mesa. (Mi viejo tenía ojos azules, un cuerpo bien formado por la natación, pero el tipo con el cuchillo era un gigante.) Por suerte en ese momento entró otro gigante, un tipo al que mi papá había ayudado con una cuestión contable.

En esos días empezó el chiste de mi viejo: ponía un dedo extendido y llamaba a mamá, que estaba distraída viendo tele. Cuando mamá se daba vuelta solía encontrarse con que tenía el dedo en el ojo. Ahora mi vieja dice que todo empezó con aquel chiste, lo dijo varias veces durante los 25 años que estuvo con papá. Ese chiste fue una señal, decía, y yo tendría que haberme dado cuenta.

sábado, 11 de diciembre de 2010

Nota escrita un día fresco

Otra de las cosas que me tiene impresionado ultimamente es la pintura de Hockney. estoy cuidando la casa en venta de mi papá, acá pasé la infancia. pero estoy bien oculto, los vecinos no tienen idea de que yo estoy acá, fran, mi amigo de la infancia no lo sabe, en algún momento me voy a asomar y lo voy a invitar a tomar algo, a comer algo. pero como les dije estoy en este misión un poco rara de recordar, esto que empieza acá pero no se donde va a terminar.
cuando yo era chico en esta casa faltaba siempre el agua. la falta de agua generaba algunas de las duras peleas entre papá y mamá, imaginen; 45 grados, se los juro, entre estas paredes de departamento la temperatura solía llegar a los 45, sin agua, por uno, dos, tres, cuatros y hasta quince días. como vivíamos, no sé. una vez mi hermana y yo estabamos tirados, como muertos en el patio, sin decir a. papá lo recordó hace poco y cuando lo contaba (papá no es un tipo expresivo, nada expresivo) sentía una especie de ternura y la mostraba, porque mi hermana y yo eramos dos chiquitos muy callados. la cosa es que estabamos ahí tirados muertos de sed y de calor y que papá decidió comprar esta pelopincho. la pelopincho que hoy llené, porque ya no falta el agua en este barrio. no falta el agua; papá y mamá estan separados; yo no me hablo con mi hermana por cosas que pasaron y estoy solo en esta casa en la que dejamos de vivir hace doce años. los ultimos inquilinos se fueron y ahora la casa esta en venta. esta soledad me viene bien para acordarme de las cosas y para contarselas, para releer algunas cosas, para mirar esos dibujos de las atalayas.
tan impresionado me tiene la pintura de hockney que hoy armé la pileta. una simple pileta de lona, y a pesar de que la temperatura no llegaba a los 20, me metí desnudo. solamente para vivir en un cuadro de Hockney. me estremecen los cuadros de ese tipo.

Nota que da inicio a las notas

estoy bastante solo últimamente. voy solo al cine, me compro una coca y doy vueltas por la sala hasta que empieza la película. solo al supermercado, hoy me olvidé el bolso y tuve que volverme. no estoy bien de la vista así que no me encuentro con nadie. necesito esta soledad, aunque sea un poco extrema. necesito un tiempo así, no sé donde termina esto, pero empieza acá. en un rato salgo a caminar, no voy a escuchar nada ni a nadie. sé que es tarde y hasta un poco peligros pero no tengo miedo. lo que quiero es contarles algo, ordenarlo un poco y contarselos. hay cosas estupendas, noches de verano y esas cosas de tarjeta postal, pero también vienen pegadas cosas violentas. papá y mamá no eran el uno para el otro. no se si saben de que hablo. tengo varias cosas escritas en un cuaderno. empiezo a escribir y me cuesta arrancar, pero llegada la medianoche no sé como frenarme. como dejar de ver a mi abuela muriendose en la piecita, ella no quería que yo la vea, mi mamá le había pintado la boca y ella no quería que yo la vea. pero ustedes saben como son esas cosas, la vi por la hendija de la puerta y la imagen se me quedó grabada y ahora se las cuento. fue la última vez que la vi, un domingo a la tarde. ahora estoy muy solo, en esta misión que me impongo no puedo llevar acompañantes, más que algún que otro amigo con el que me reuno para comer algo un sabado a la noche.
estoy entusiasmado con esto de contarles, tanto que hoy me compré tres cuadernos, diez lapiceras porque no quisieron venderme una caja completa; me puse el libro de carver al lado de la cama: sus poemas, las cenizas de angela: el mejor libro que se escribió. tengo unas películas norteamericanas, cosas simples, algunas comedias, otras no, por ejemplo paris texas, veo una y otra vez esa película; y me la paso mirando tarjetas, de esas cursis en las que un poema flota sobre la imagen de unos amantes en el mediterraneo o sobre una mujer celta sentada en una piedra. ¿conocen esas tarjetas? también estan las atalayas, los dibujos de paraisos prometidos y familias acampando en esos paraisos bajo cielos estrellados me inspiran. también leo algunas cosas de historia, prehistoria mejor dicho, me impresiona mucho la prehistoria, no sé mucho de civilizaciones. me impactó la imagen de una familia de cavernicolas (neandhertales, no sé) compuesta por padre madre e hijo que veían desde una playa a un volcán haciendo erupción. la lava saltando y la familia mirando, el padre rodeando el hombro del pequeño cavernícola. en estas cosas paso los días ahora. quiero contarles algunas cosas. ahora me voy a caminar.

Nota sobre las revistas Atalaya

Soy una persona bastante ignorante, terminé el secundario de grande; un tipo de mas de veinte esforzándose con contenidos de uno de catorce, pero leí muchos libros, los leo por las historias o por las imágenes. Como les dije me impactó una imagen sobre una familia de cavernícolas y me apasionan los dibujos de las atalayas. Me gustan tanto que una vez fui a una reunión, es algo raro, es como estar en los años 40.
En esta casa, hace como 20 años trabajó un pintor testigo de Jehová, hablaba mas de lo que trabajaba, eso decían mis papás, pero a mi me encantaba que viniera porque me traía revistas y libros llenos de esos dibujos: había gente amenazada por la erupción de un volcán, familias acampando bajo las estrellas, se ve que el clima era estupendo porque ni carpas necesitaban; hileras de gente subiendo un monte, todos se tomaban las manos.
Mamá siempre se ponía a fumar delante del pintor porque sabía que al hombre le molestaba; mi tía le ponía heavy, pero ellos están acostumbrados a ese trato. Siempre les hacen cosas así cuando predican. Mamá terminó prohibiéndole al tipo que me diera revistas. Ahora me desquito. cerca de noviembre, o en víspera de feriado (esos momentos son buenos para hacer cosas así) paso por el templo y pido algunas revistas, siempre me dan como quince y no me importa tener que escuchar algún sermón.

Nota escrita con gripe

estuve cuatro días sin contarles nada. fiebre, gripe, me duele todo, pero como puedo me arrastro hasta acá y me pongo a escribirles, no tienen idea como me gusta sobreactuar, me choco con las paredes, me doblo como si me hubiesen herido, soy un poco actor, bastante exagerado. me mató bastante esta gripe; estar solo, supongo que esa experiencia de la pileta es la culpable, eso de querer emular la pintura de hockney. ahora estoy llevando un diario de mi gripe, cada tantas horas tomo algunas notas de lo que me va pasando. un día de chico; durante una de estas gripes alternaba sueño con lectura de lovecraft, ya no creo que pueda volver a hacerlo, no saben los sueños que eso provocaba. anoche o el domingo a la noche por ejemplo tuve dos falsos recuerdos. pensé en cosas como si fueran un recuerdo, pero no las había hecho nunca, es raro.
si mañana puedo voy a mostrarles algo de mi diario de fiebre, no salió nada bueno. estuve muy solo, así que usé un truco que siempre uso. a todas las personas que conozco y me gustan les robo un pedacito de sus personalidades y despues cuando me quedo muy solo y me cuesta sobrellevarlo les hablo, elijo a una de las personas que me gusta y les cuento algo de cuando era chico. por ejemplo ayer le conté a una amiga como esperaba a que mi papá llegara de trabajar. se lo conté en voz alta y todo; no por la fiebre, siempre hago eso. se lo adorné un poco y todo, le dije que siempre a la hora mágica (así le digo yo al atardecer) cuando en la calle se prendían los primeros faroles yo escuchaba pasar el tren por la esquina y sabía que en ese tren llegaba mi papá, a pesar de las cosas la mayoría de las veces lo esperaba muy ansioso. había otras veces que quería verlo muerto, despues me arrepentía muchísimo. siempre fui bastante exagerado. todo esto lo conté en voz alta, en la pieza. hoy me cuesta seguir, me voy a tirar en la cama y desde ahi les voy a contar algunas cosas. quiero que sepan que son geniales y que les agradezco que esten. no me hagan demasiado caso, sobreactuo, no se olviden.

Nota sobre los supermercados chinos

Fui al supermercado chino, me encanta ir a ese supermercado chino; ponen una música estupenda. No soy drogadicto ni nada de eso, es más, nunca fumé marihuana, sin embargo tengo una percepción privilegiada. Es la verdad. me depara muchos placeres mi percepción.
Cuando llegué a casa me encontré un mail de mi hermano: adjuntaba una carta que papá le envió a mamá, tenía que ver con el conflicto del divorcio, las cosas legales. En la carta papá declaraba haber sido maltratado y también decía que él tenía una tendencia a calmarse, es más, siempre se calmaba, meditaba y nunca reaccionaba, eso decía la carta. yo me acuerdo de una vez en que papá nos tenía abrazados a mi hermana y a mi mientras mamá dispersaba por toda la casa la ropa y los papeles, había vaciado cajones y roperos y había tirado todo por toda la casa, era un desastre, como en esas películas argentinas sobre la dictadura, esas malas películas, si alguien revisara tu casa cuando no estas, en lugar de encontrarla desordenada al llegar, la encontrarías mas ordenada de lo que la dejaste, a lo mejor con un sutil indicio de que estas siendo vigilado, pero así es el cine argentino. Me acuerdo que ese día papá no reaccionó. Pero también me acuerdo que una noche se levantaba cada media hora a sacudir a mamá y a darle un que otro golpe, mamá se esforzaba mucho para no gritar. Durante el día habían disentido en algo. El pretexto de papá sería: vos me arruinaste el día, yo te arruino la noche. Se manejaron en esos términos, durante 25 largos años. Creo que esas cosas de las peleas modifican la percepción, algo así escuché.
Hoy disfruté muchísimo andar entre las góndolas del supermercado; la música, los colores de las frutas y de las conservas, el saludo de un chino, la china con el bebé. Todo eso me generó esa sensación de que algo va a pasar, de que algo inminente va a pasar o de que algo pasó y no pude retenerlo.

Otra nota desde la reposera

dejo el libro el viejo y el mar a un costado. me pongo a escribir esto en unos papelitos muy chiquitos, es poco lo que escribo sin embargo se me van papelitos y papelitos, estoy en una posición incomoda y la letra es grande y torpe. al libro lo dejé en la parte en que el viejo sueña con tigres que juegan como gatitos en playas africanas. al viejo le llega un viento de tierra pero sabe que es muy temprano todavía, a pesar de que le llega el viento de tierra no se levanta. tendría que levantarme de acá, tendría que ir a buscar mi saco. mi saco viejo de color uva, se los juro, está tirado sobre lo que fue la cama de papá. papá parecía el viejo de la odisea del espacio tirado en ese gran colchón para él solo. tendría que pararme e ir a buscar el abrigo se me está poniendo la piel de gallina, pero no quiero moverme de esta reposera, no quiero dejar de ver el pedazo de cielo que me tocó en gracia, es un trozo chico pero me basta para ver una golondrina posada en un cable y otros dos pájaros persiguiéndose, trinan.
tampoco quiero dejar de escribirles, no quiero dejar de estar con ustedes, no tengo ganas de quedarme solo en esta hora complicada, mágico pero complicado este atardecer de sábado. el barrio se volvió bastante silencioso. cuando yo era chico siempre estaban mis vecinas en la calle, siete hermanas que se lo pasaban en la calle, y eso era bueno porque en casa papá y mamá podían estar peleando o sin hablarse (solían pasar semanas sin hablarse entre ellos y de tanto hacerlo, la costumbre se trasladaba a nosotros), pero todo eso no importaba demasiado si las hermanas estaban en la calle. nunca estaban las siete juntas, pero siempre había por lo menos tres. me acuerdo de la vez en que buscaban una llave, justo a esta hora en que empiezan a encenderse los faroles de la calle. fue como una búsqueda del tesoro en la que participé. repito, tendría que moverme de acá, incluso se me están acabando los papelitos. y está bajando la temperatura, pero no quiero dejarlos. es más si tuviera una cámara le sacaría una foto a los pájaros y después le imprimiría un poema a la foto, no me importa que sea cursi, lo haría, se los juro. y se los regalaría. esta noche voy a transcribirles estas cosas, estas cosas escritas en estos papelitos no van a quedar para mi.

Nota sobre algo que estoy leyendo

¿Se acuerdan de que una vez les hablé de los atardeceres? ¿de que me parecía una hora mágica? bueno, hoy al mediodía leía un buen libro de Stephen King; corazones en Atlántida y encontré este párrafo: "ya era casi de noche, la parte del día que a Bobby mas le gustaba. Los coches llevaban las luces encendidas y desde algún lugar de Asher Avenue la señora Sigsby llamaba a sus hijos para la cena. A esa hora de la tarde -y también al amanecer, cuando Bobby estaba en el baño orinando y le daba en los ojos medio abiertos el sol que entraba por la pequeña ventana- tenía la sensación de formar parte de un sueño en la mente de otra persona" mientras se habla de esto, oscurece y Bobby el protagonista de esta historia esta sentado junto a un viejo que padece, creo, delirio de persecución. Están en el porche de una de esas estupendas casas norteamericanas, rodeadas de campo. El viejo está cruzado de piernas, sentado en una vieja silla desvencijada.
Hablando de atardeceres me acuerdo de uno de sábado. Papá paró el coche frente a la concesionaria de autos. Se quedó un rato como meditando, ahí al volante. Mientras mamá miraba adelante y no decía nada. Yo estaba colgado del asiento y alguna cosa le habré dicho a papá pero papá no me escuchaba, mamá dijo: no, no te escucha. Papá estaba raro, usaba esas frases molestas y grandilocuentes, esas que me provocaban vergüenza ajena. Estaba reconciliado con nosotros, ahora sé que estaba contento porque iba a ver a la secretaria de la concesionaria. Papá se puso los anteojos negros como bincha y bajó del coche. Podía verlo en la oficina charlando con la secretaria, porque la oficina era vidriada, sin embargo mamá no lo miraba. Pasaron muchas cosas entre mamá y papá, quiero decir cosas violentas que si uno las piensa son peores que cualquier infidelidad, sin embargo a mamá le molestaba eso. En verdad le molestaba que papá hablara con la secretaria, mamá se lo reprochó al llegar a casa y papá no abrió la boca. A mamá le dolía eso mucho más que las otras cosas. Y no es raro, tiene que ver con el hábito y esas cosas. Ahora creo que la entiendo un poco.
quiero pedirles disculpas si me fui por las ramas, la cosa era hablar de atardeceres. ahora está atardeciendo, las voces en la calle son insoportables hoy. me hacen temblar el pulso al escribir. escribo entrecortadamente. ahora aplauden en la calle, son apenas tres mujeres hablando en mi vereda, pero es algo insoportable. de verdad.

Nota sobre una película que no terminé de ver

Anoche me dormí viendo una película, una de esas clase b. a mi esas películas me dejan soñando, me provocan muchos, pero muchos sueños, a eso me refiero. No se porqué, si veo una gran película, una de esas que son pilares del cine, como las del padrino o taxi driver siento mucha satisfacción, claro, pero después no sueño. En cambio cuando veo una clase b como la que vi anoche, ahí me la paso soñando hasta que me despierto.
la película empezaba con un tipo rebotando por los bares, (perdón, la agarré empezada) el tipo iba de bar en bar, zigzagueando por las veredas de un escenario muy precario, casi teatral; les cuento algo, así percibo yo el mundo a veces, como el escenario precario de esa película, lo percibo así, sobre todo, los viernes a la noche, a veces voy con alguna chica, justamente buscando algún bar donde pasen música amena y la chica me habla y la verdad es que no la escucho, no es mala intención, simplemente no la puedo escuchar, aunque quiera. En momentos así me siento adentro de una película. La cosa es que creo que al tipo le pasaba lo mismo que a mí, creo que veía el mundo como un escenario precario armado para que uno lo ronde. Al final al tipo lo tiraban sobre una mesa de pool y le daban algunas trompadas. Le hinchaban el ojo, le partían el labio. En la siguiente escena el tipo estaba en la casa, había una nota de su mujer, el tipo sacó un pedazo de carne del congelador y se lo puso en el ojo. Fue a hacer pis. Y ahí vino el momento clave, la revelación; la iluminación. Mientras hacia pis mirando el retrete, por la claraboya le llegó el sonido de una trompeta, un sonido entrecortado, se trataba de un tipo que ensayaba, a lo mejor un principiante sin mucho pulmón, pero la cosa es que sin eso el protagonista no hubiera tenido la epifanía. El protagonista era un actor muy parecido a Nick nolte, pero no era Nick nolte. La cosa es que al escuchar esas notas, ahí en el baño oscuro, con un ojo morado; recién dejado por su esposa, decidió volverse una especie de monje urbano. La indumentaria del monje era una bata, un slip, y pantuflas. Así recorría el mundo,quiero decir su mundo, su pequeño ambito, un suburbio norteamericano. Fue a un autoservicio de gasolinera y compró un cartón de jugo y unos snacks, pagó. Me dormí un momento y cuando desperté él tomaba del cartón junto a una chica ciruja, tomaban y amanecía. Estaban en medio de un barrio muy tranquilo. Después volví a dormirme y ya no me desperté más. Me gustaría saber que fue de la vida de ese tipo, si se quedó o no con la muchacha, si la esposa volvió a molestarlo, si siguió con su doctrina que -creo- consistía en andar y nada más. Si alguna vez ven esa película y se enteran del titulo o de lo que pasó con el tipo, no dejen de avisarme.

Nota en la reposera

Están pasando algo de Dylan por ahí. De Bob Dylan, lo imagino subiendo a un vagón de carguero, de un tren en marcha, la adrenalina... el guarda saliendo de la caseta. No te va a alcanzar, Bob. Pero eso es parte de otro cuento.

Quiero una armónica, dame una armónica hermano. Tirado en este patio quisiera aprender a tocar la armónica. Y así sentirme en un rancho, en la galería de un rancho norteamericano, en una mecedora, una vieja hamaca desvencijada. Más allá los pastizales dorados. El sol de la tarde.
Pasame una armónica, hermano. Como dice mi amigo, "la armónica es un instrumento que emite sonidos del pasado". Que emite siempre una música vieja. Pasame una armónica, hermano. Sentame en una hamaca, en el porche de una casa derruida, casi abandonada del mundo. Olvidada del mundo si querés. Una vieja casa yanqui, cómo la de aquel capitulo de la dimensión desconocida. En ese capítulo había una casa derruida, como la que yo quiero. Y una mujer con su escopeta, en el porche. La mujer, sentada en la hamaca, veía pasar un desfile de soldados, era la época de la guerra norte-sur; la guerra de secesión. Era el final de esa guerra y la mujer veía pasar el desfile de soldados de un bando, o a lo mejor- como ya había terminado todo- ya se habían mezclado los bandos. Los soldados ahora eran tipos sin bando peregrinando todos juntos.
La mujer (que tenía los labios secos) veía el desfile y esperaba ver, entre los soldados, a su esposo.
Uno de los soldados se separó del grupo y entró en la casa sin pedir permiso, buscó agua en los frascos de la estantería. Pegó la boca a las canillas, pero nada. La mujer no dejaba de apuntar al soldado, que buscaba agua. Ella supuso que el soldado sediento estaba aturdido.
Pasame una armónica.
El soldado se persignó ante un retrato del esposo de la mujer. La mujer sintió que ya era viuda. El soldado volvió a las filas.
Al final la mujer supo que en el desfile no solamente se mezclaban yanquis y sureños, sino también vivos y muertos, y supo que no tenía más remedio que unirse al desfile. Mejor dicho a la marcha, a la larga marcha.

Escribo estas cosas en un tono bastante presuntuoso. Lo que más me acuerdo de ese capítulo es la música de armónica, la música de armónica que sonaba todo el tiempo. Una música estupenda que se te metía en el pecho (porque salía del pecho de los soldados y del pecho de la mujer que esperaba y del pecho soldado sediento que se persignaba). En fin, disculpen toda esta grandilocuencia.
No sé si conté bien la trama, vi ese capítulo hace muchos años. Mi vieja me mostró la dimensión desconocida. Hay cosas del capítulo que no supe transmitir, como la sensación de sueño que generaba y eso.
Pero como ya te dije, lo que necesito en este momento es una armónica. Aunque un montón de hojas (como estas en las que escribo) y una lapicera se parecen bastante a una armónica. Esta reposera a la silla de hamaca y esta casa a las casas olvidadas del mundo.

martes, 7 de diciembre de 2010

Zaguan

Tarde de verano en un barrio porteño. Juan y Renata están parados frente a la doble puerta de un zaguán. Es la casa de la tía abuela de Renata. Los pájaros trinan. Renata saca una llave, se la pasa a Juan. Juan la pone en la cerradura, gira haciendo el minimo ruido, y la puerta se abre. Juan está cumpliendo un sueño de su infancia. Ve la vegetación del zaguán, las plantas que cuelgan; siente la frescura, el aire húmedo. mira a Renata.
Entran. Con mucho cuidado arriman la puerta hasta dejarla casi cerrada. Renata mira la hilera de hormigas. Renata y Juan se sientan contra la pared y Renata hace un gesto interrogativo. Nada, responde Juan en voz baja. Eso era todo: Sentarse ahí, a esperar que se termine la tarde. Comer algunos sándwiches, tomar agua fresca. De a ratos les llega la voz de un conductor radial. Por momentos el silencio es completo. Afuera el calor es agobiante, pero en el zaguán se respira aire fresco y húmedo.
Renata busca alguna vaquita de san Antonio y la encuentra posada en una hoja de malvón.
Renata logra atrapar una vaquita de san Antonio, la guarda en un frasco durante un momento, después la devuelve a la hoja de malvón.
Escuchan los pasos de una vieja, que se arrastran y se esconden detrás de una maceta. Juan había estado en zaguanes, Renata también. Pero los zaguanes que conocían pertenecían a escuelas, a clínicas odontológicas. Esto era diferente, el zaguán de una casa de anciana, de una casa de viuda. El problema fue la alergia de Renata. Estornudo y tuvieron que salir corriendo. Voy a llamar a la policía, gritó la anciana.
Renata y Juan corrieron hasta la estación de caballito. subieron al tren. Atardecía. Bajaron en paso del rey, compraron un cuaderno y dos lapiceras: una verde la otra lila. En la plaza de paso del rey escribieron acerca del zaguán.
Que hermosamente aburrido fue estar en ese zaguán, nunca en mi vida me había aburrido tanto, escribió Renata. Quisiera ser un bichito de esos, quisiera vivir en el zaguán de una casa de vieja, sobre una hoja de potus, ese es para mi el paraíso, mi paraíso personal. Juan sonrió. La miró y sonrió.
Gracias, Juan. Gracias a vos, Renata.
Pasé la tarde mas linda de mi vida.
En la plaza algunos ancianos jugaban al ajedrez. Llegó la noche.
Renata miró su celular. El mensaje decía: con papá nos vamos a la fiesta. Venís?
No puedo. Juan tiene que estudiar y quiero ayudarlo, respondió Renata.


Renata se puso el vestido color té. Bailó un poco como una muñeca de cajita musical. Juan sonrió desde la cama.
¿No hay papel de seda? porque quiero escribirte un poema, dijo Juan.
Ella sonrió y se recostó junto a él. Podía dormirse sobre el cuerpo de él. Era tan liviana, pesaba 45 kilos. En el terreno frente a la casa de Renata se encendieron las luces. Juan miró el reloj, eran las diez y media. Al rato empezaron a jugar al futbol en el terreno. A Juan le molestó la forma de respirar de uno de los jugadores. Las inhalaciones y exhalaciones de uno de los jugadores, se escuchaban hasta la habitación de Renata. Con mucho cuidado, Juan apartó a Renata. Ella sonrió. Los sueños de Renata eran tan tranquilos. Juan también sonrió. ¿Se trataba de un caballo blanco con la crin al viento en un paisaje acuoso?. Renata siempre le contaba los sueños a Juan. "Si supiera componer-decía-.Siempre mis sueños son con música. a veces salto tan alto que toco la luna. otras veces estoy sentada sobre una piedra, como esas mujeres celtas de las tarjetas."
Juan se puso las medias, con cuidado corrió la ventana. Muy suavemente. Calculó un poco. Después bajó las escaleras, salió al patio. Del montón de piedras tomó la más pesada y sólida. Volvió a la habitación. Miró a Renata. Después arrojó con toda la fuerza, la piedra por la ventana. Escuchó los gritos en el terreno, pero Renata no escuchó nada, seguía con sus sueños de bailarina. A lo mejor soñaba con la hermosa tarde en el zaguán, con una vaquita de san Antonio.

sábado, 20 de noviembre de 2010

Matías

Voy a darte un par de golpes bajos, te lo advierto. Por otro lado espero ser fiel y no dibujar.
Hace pocos días vi una película que acá tradujeron como "decisiones extremas", ya sabemos como son los traductores de títulos. Ases calientes, atrapado sin salida. No importa, la cosa es que hace un par de sábados me puse a ver una película que se llamaba decisiones extremas. Contaba la historia del tipo que creó la fundación que para la lucha contra el síndrome de pompe(busqué en internet algo sobre este sindrome). El protagonista tenía dos hijos que padecían el síndrome. El tipo lee en Internet que los chicos con esa enfermedad viven unos ocho o diez años, se detiene a pensar; su hija mayor tiene 7.
Al día siguiente su hija tiene un ataque que le impide respirar. El hombre mira a la nena a los ojos y decide buscar la solución. Encuentra a un científico (Harrison Ford, que está muy bien en su papel, tan bien como en aquel papel de policía futurista. me acuerdo de Ford escupiendo sangre en la pileta de la cocina. un largo chorro de sangre, como un chorro de tabaco). La cosa es que el tipo encuentra al científico. Se entera de que la investigación contra el síndrome de pompe no está siendo financiada, porque no es algo lucrativo. (Un profesor mío nos hablaba de ese lado de la ciencia. si una investigación no es lucrativa, no se hace.)
Pero les decía que el protagonista llega a conocer al científico. El científico es un tipo de pocas pulgas, un tipo que toma cerveza en porrón, vive en un rancho que se cae a pedazos; y se va de pesca solo, una vez cada tanto. Y no recibe un solo peso, de parte de las instituciones, para su investigación.
El padre de los chicos empieza una larga odisea en busca de fondos. Pide plata a amigos, préstamos bancarios, adelantos en el trabajo, etc. pero así y todo es muy poco dinero. Mientras tanto el científico trabaja. Y la película se vuelve demasiado informativa, por eso dejé de verla. Tanta información satura, la investigación debería ir de fondo. Debería prevalecer lo humano, pero en el tramo de la película que yo vi, prevalecían los datos y las estadísticas. Así que no era para un sábado a la noche y dejé de verla.

Vivo a tres casas de una familia, que tiene un chico con el mismo síndrome. Conozco poco a ese chico. Se llama igual que yo. Cuando llegué al barrio, doce años atrás, el chico era un bebé.
Lo vi jugar más de una vez con la pelota. Una vez con una pelota de playa. Estaba en pañales y hacia rebotar una pelota de playa.
Lo vi pasar varias veces para la escuela. Pero en los últimos años faltaba más de lo que iba. Algunas veces iba solo, o con amigos, otras lo llevaba la madre.
Una vez lo vi venir de frente y llevaba dos tubitos encintados metidos en la nariz. Ahora lo veo siempre en silla de ruedas. (Hago un paréntesis para contar algo que me hace sentir imbécil. una vez me crucé con el padre, los dos bajábamos del tren y veníamos para el mismo lado, así que nos vinimos juntos y charlando. yo tenía 17 y me las daba de maduro, hablando de la realidad del país, y en un momento dije una frase estupida, algo así como "¿que va a ser del futuro en este país? ¿Que va a ser del futuro de tu hijo?" ahora, mientras escribo me acuerdo y me siento estupido de verdad.)
Hace poco vi pasar a Matias (así se llama el chico), con traje para recibir su diploma de noveno año. Espero que no haya tenido que soportar mucho discurso acerca de su fuerza de voluntad. Aunque calculo que a esta altura ya debe estar acostumbrado.
Me enteré que hay días en los que se le dificulta respirar y esos días viene el SAME. No creo que uno se adapte a eso por más que lo haya padecido desde que se tiene uso de memoria.
Una cosa más y ya está. Un día, estaba oscureciendo y yo venía del supermercado y Matías, pateaba una pelota. Casi todo su cuerpo estaba rígido pero su pierna se movía como látigo. La pelota sonaba contra la pared. En un momento cambió, en lugar de tirarla contra la pared la tiró hacia la calle y la pelota quedó entre unas ramas. Fue un tiro furioso, con algo de efecto. Dejé las bolsas en el piso y me trepé para alcanzarle la pelota. Bajé con la pelota y nos estrechamos la mano. No hubo ningún problema para eso.
El árbol, el anochecer, la pelota y nosotros estrechándonos la mano.

Imagino el final que habrá tenido esa película que dejé de ver. Un final para taparse la cara y largarse a llorar.

domingo, 14 de noviembre de 2010

agujas, porro, estrellas, un cerdo flotando...

¡Mi tía es una narradora de la puta que lo parió! si yo le pusiera un micrófono o le diría que me dicte, ella se pondría solemne y arruinaría todo, como el paisano que pintó el ranchito cuando le dijeron que lo necesitaban para filmar una película. Por eso la dejo hablar naturalmente y después transcribo, intento recordar, ser fiel.

Hoy me contó de la vez que fue a ver a Waters. Lo vio en platea alta, con el sonido saliendo de las butacas. No sabe de donde salía. En realidad no sabe demasiado de ese día. Sabe que los músicos estaban algo rígidos en el escenario (se para un poco como los músicos mientras lo cuenta) se acuerda también de la gente mirando al cielo en busca de algún helicóptero.
Se acuerda de los señores caños. Se refiere a los canutos de marihuana, a los porros. Estaban los tipos con los hijos, los tipos eran señores, pero se prendían su porro. Nada de mezcla, buena calidad; porros envueltos en papel de coco. BUENA, buena yerba.
Se imagina, se pone en la piel del que estaba en primera fila. Esos salieron culo para arriba, dice. Los de primera fila salieron culo para arriba, mas culo para arriba que ninguno, pero todos estaban culo para arriba. Cuando dice esto los imita. Imita a los que salieron del recital. Los imita abordando los colectivos en Núñez. Los imita preguntando la tarifa, e imita al colectivero diciendo: "1,50" y al espectador diciendo: "¿ah? si"
Y se pone de nuevo en la piel de los de primera fila. Porque en un momento empezaron a salir estrellas de la pantalla.
Dice que le preguntó a su amigo (el gordo Elsus): "¿están saliendo estrellas de la pantalla?" y el gordo: "¿ah?, eh, si, creo que si"
Para los de primera fila había champagne, estrellas, merca, aguja. Les daban aguja y faso a los de primera fila.
Reflexiona: "te matás laburando 400 años, sin joder a nadie, un gusto tenés que darte" y como si pensara en mi, dice: tampoco necesitas fumarte uno entero, es más, no necesitas fumar. Ya con el humo quedás culo para arriba. Estás en atmósfera.
Después del recital, con Elsus, se comieron un asado al horno. Un asado completo. Justo ahí se acuerda del cerdo que flotó, durante todo el recital, sobre el estadio.
Repite algunas cosas: los tipos caminando, marchando desde el estadio a los colectivos, todos tiesos marchando. Tiesos subiendo a los colectivos. Las estrellas saliendo de la pantalla, las agujas en bandeja...

La vecina del C

Me acuerdo de la vecina del C. Había tres departamentos, nosotros (mi familia) vivíamos en el A. en el b estaba Elsa, la señora de las ratas (de ella voy a hablar en otra ocasión) y en el C siempre había distintos vecinos. Estuvo Anita, que fue la primer vieja arteriosclerótica que conocí; se pasaba el día queriendo matar a las hormigas con agua; cuando no pasaba el basurero volvía a meter la basura en su casa, etc. Me impresionaba mucho ver a una mujer en ese estado, no sé porque aunque algo intuyo (pero también en otra ocasión).
Después estuvo el gordo falopero. Los amigos del gordo andaban por los techos. Uno de ellos me robó un par de zapatillas carísimas (las más caras que tuve en mi vida). Una noche de verano las saqué para que se ventilen, las puse sobre la parrilla y a la mañana ya no estaban más. Al poco tiempo - por suerte- el gordo falopero desapareció (una vez, en otra ocasión).
Después del gordo (creo que hubo alguien entre medio, un tipo solitario, pero no puedo acordarme casi nada) después del gordo vino la tetona. Nunca supe el nombre de esa mujer, de esa vecina quiero hablar un poco. Esa vecina tenía unas tetas impresionantes, nada seductoras. Quiero decir, a mi no me gustaban en absoluto, a lo mejor porque era muy chico, no sé. Es más, ahora me preguntó como hacía para soportar semejante carga. Conocí, en la adolescencia, muchas chicas que tenían que sacarse pecho por problemas de cervical, pero a la mujer del C, parecía no afectarle.
La mujer se pasaba el día con los brazos cruzados sobre los pechos, mirando al marido que siempre estaba lavando un Renault 12 rojo. El 12 estaba impecable, pero el tipo igual lo lavaba y lo pulía.
Mi vieja decía que el tipo (el marido de la tetona) era un milico de mierda. Un milico vago y que iba a gastar toda el agua del tanque (el tanque que compartíamos los tres deptos). Y era cierto, había problemas serios con el agua. Pero el milico (yo le digo militar, milico es un mote despectivo que usaba mi vieja, porque odiaba a los militares. siempre estaba creando estereotipos de militares, los pintaba cobardes, maltratadores de mujeres, impotentes, etc.) el milico pasaba seis meses con la familia y seis en la base vicecomodoro Marambio.
Una noche de principios de diciembre, mamá y la tetona tuvieron una reunión. Ellas dos solas, algo digno de verse. Dos mujeres con nada en común. Mi vieja, una beatlemaniaca, enferma de George sobre todo. Mi vieja tiene (actualmente) un santuario para George en la mesada del lavadero. Fotos de George, velas, fotos de George con Paul y linda, fotos de George solo y joven, fotos de George en la época del gurú, fotos de George ya enfermo, una foto muy mística corona el itinerario. En los cumpleaños mamá le prende velas a George y también a John, pero sobre todo a George. Esa beatlemaniaca se reunió con una noche con la mujer del C, la que elegía la disciplina militar.
La cosa fue así (es una historia sencilla, no esperen demasiado), una noche de verano mis viejos tuvieron una pelea dura. Entonces mi viejo agarró alguna de sus cosas y se fue. A mi me hacía muy bien que estén separados. A pesar de los problemas económicos, siempre que papá se iba pasábamos un poco de hambre. Pero así y todo estaba bien. A mi vieja no le hacía bien esto de papá. Ella lo quería y creo que a pesar de que llevan un tiempo divorciados (y años de maltratarse) ella lo sigue queriendo. Él a ella ya no (creo).
La cosa es que en esa calurosa noche de verano, papá se había ido y con mamá veíamos la misión. Robert de Niro intentaba llorar, pero a él nunca se le caen las lágrimas, es un actor impresionante (¿quien va a cuestionarlo?), pero no le caen las lágrimas. De la película me acuerdo de eso, de de Niro llorando, sentado en una piedra; me acuerdo de la música, de cuando hacían "firmar" algo a un aborigen ¿o era que le ponían la mano sobre la mesa para cortársela? y me acuerdo que mi vieja no podía concentrarse así que salió a la calle. En la calle también estaba la vecina del C. me distraje de la película por un momento, intentaba escuchar de que hablaba mi vieja con la vecina del C, pero no podía. Pensé que no tendrían nada de que hablar sin embargo no dejaban de hablar. Mamá entró y puso la pava en el fuego, la vecina del C aportó galletitas. Abajo del tilo, que estaba en la vereda de casa, se pusieron a hablar de gente que conocían, de lugares que habían visitado alguna vez. La tetona le dijo a mamá aquello de que el marido pasaba seis meses en la base Marambio, y que esos seis meses habían empezado la noche anterior. Ahora me doy cuenta lo que las unió esa noche. Estuvieron juntas hasta la madrugada. Yo salí y le avisé a mamá que me iba a dormir, ella me dijo que estaba bien, y se quedó hablando con la vecina del C. Esa noche tuvieron algo en común.

jueves, 4 de noviembre de 2010

Tía

Mi tía está pasando un buen momento. Cuando habla de mi se le humedecen los ojos. Llora. Y eso me gusta. A quien no le gusta que alguien se emocione al hablar de uno. Me dice que me tiene "allá" y su mano se recorta en el cielo limpio. Mi tía está pasando por un buen momento. Si me preguntan, ahora que estoy relajado, les digo: está mejorando con respecto a su vida anterior. En su vida Anterior fue amiga de Pappo, se los juro. Vio todos los recitales, nada de banditas improvisadas de garaje. Un día estaba en un bar de capital y apareció la iguana. Tiene fotos con Ozburne, con los de Scorpions, con cada uno y con todos juntos. Tiene una púa de Steve Vai y- aunque no me crean- una de Flea. Para ella Flea no representaba gran cosa, pero tiene su púa. En su vida anterior había cosas como esas pero también había otras cosas. Cosas que no eran tan buenas.
Ya no va a recitales; vive en una casa de campo con un muchacho que tiene mi edad. Hay vacas, caballos, toros; cuando ve un toro dice: mirá ese chabón. Es algo raro.
Hoy empezó un curso de panadería y vino a traerme pan caliente. Me trajo una baguett (?) con chicharrones; una cremona, un cuernito. Todo humeaba. Mientras comía los panes pensaba en escribir estas cosas.
Ella mejoró con respecto a su vida anterior.

jueves, 28 de octubre de 2010

Sala de ensayo

Gustavo viene a pedirme la casa, me da plazo hasta marzo (2011) para que me busque otra, me lo dice bien. Es un buen dueño y voy a extrañar eso. He visto dueños basureando inquilinos. ¿Y para que me pide la casa? ¿Para algún pariente? no, para poner una sala de ensayo.
Me dice que ya está relajado, tiene que pasar el verano, nada más. La mujer ya se recibió (privadamente) de licenciada en psicología, es muy joven y no la veo capacitada para tratar a nadie. Pero eso es un tema aparte. Y Gustavo tiene pensado poner una sala de ensayo en la casa y un consultorio para su mujer en donde ahora él tiene la cerrajería. A Gustavo lo que le gusta es la música, pero más que nada le gusta ser músico o lo que eso implica (ser músico de garaje). Implica juntarse todos los sábados en una sala de ensayo "piojosa"; tratar de sacar algo y si no sale nada está bien igual.
Ahora Gustavo dice que tiene que pasar el verano. Para el año próximo va a cerrar la cerrajería y ahí va a ponerle el consultorio a la mujer. Y en la casa que yo alquilo ahora la sala de ensayo; en lo que es la cocina todo el equipo, tiraría la pared (y cuando lo dice siento pena, de verdad) y pondría unos sillones donde está la pieza, el baño lo deja así, intacto. Saca cuentas de la plata que va a ganar, unos tres mil pesos mensuales, mas lo de la mujer son seis mil.
¿Que más querés? en serio. El trabajo con la música es lo que a él le gusta. Consiste en hablar tres o cuatro pelotudeces con tipos que también son músicos de barrio. Ir a comprar unas cervezas y vendérselas al doble. También tiene un patio chiquito entre su casa y la casa del fondo (la que yo alquilo) y a ese patio saldran los músicos a tomar aire en esas noches de verano que matan. A tomar aire y una cerveza. Me dice que yo también puedo acercarme a tomar una cerveza.
¿Y, Agustín? (Agustín es un vecino que ya tiene una sala de ensayo) ¿no va a tirar la bronca? pero resulta que a agustín le reventaron todo. Estacionó la camioneta con todo el equipo arriba, se metió a comprar cigarros a la estación de servicio y le llevaron la camioneta (hará dos semanas). Recuperó la camioneta pero no los equipos. Eso da que pensar; que a Agustín le hayan robado todo y que ahora Gustavo este apurado por poner una sala de ensayo, con lo que cuestan los equipos. Pero yo no hablo de ciertas cosas.
la cosa es que para el año que viene Gustavo va a dejar la cerrajería, no quiere que le rompan mas las pelotas con que hizo mal una llave y eso. Es pasar el verano, para marzo sala de ensayo y consultorio para su mujer, para que ella atienda tres o cuatro pelotudos por mañana y les diga alguna pelotudez. Cincuenta pesos a cada uno y treinta pesos por banda por dos horas. Sacá cuentas.

domingo, 10 de octubre de 2010

Viaje

José viajó a corrientes después de cincuenta años. Con esto de la reactivación pudo comprarse una cámara de esas que toman muchas fotos al hilo. De corrientes trajo frutas de todo tipo; mandiocas, yucas y esos cocos chiquitos que se crían bien alto. Allá, en corrientes hay mucho campo, hermoso campo, pero no plantan nada. Los terrenos están con sucesiones y cosas legales. José visitó la escuela en que había hecho la primaria y sacó fotos. Una foto mostraba una ventana que estaba igual que hace cincuenta años, eso dijo José.
Y no sabe si por inútiles o por vagos los paisanos dejan venir las casas abajo. Las paredes están derruidas, vencidas. ¿Y, porque no se quedó allá José? no se quedó porque acá tiene muchas paredes a medio levantar, no es ningún tipo de metáfora, tiene varias obras sin terminar. Pero tiene pensado vender acá e irse con algunos pesos. Allá trabajaría como albañil. Los paisanos se levantan temprano pero antes del mediodía ya están charlando y, como mucho, te ponen un ladrillito más. Después se comen un buen asado y descansan una horita, eso dicen, pero los agarra el atardecer y hasta el otro día.
Si va a volver o no José a corrientes es algo difícil de saber, pero se trajo muchas fotos, una seguidilla de fotos de campos sin sembrar, de paredes arqueadas, del taller de ropa diseñada por su hija, la foto de la fachada de su escuela, y la foto de la fachada de su escuela de nuevo pero esta vez durante la caída del sol, creo que ese era el ojo de la hija.

domingo, 5 de septiembre de 2010

Tía (cuentos de la familia x)

Mi tía está pasando un buen momento. Cuando habla de mi se le humedecen los ojos. Llora. Y eso me gusta. A quien no le gusta que alguien se emocione al hablar de uno. Me dice que me tiene "allá" y su mano se recorta en el cielo limpio. Mi tía está pasando por un buen momento. Si me preguntan, ahora que estoy relajado, les digo: está mejorando con respecto a su vida anterior. En su vida Anterior fue amiga de Pappo, se los juro. Vio todos los recitales, nada de banditas improvisadas de garaje. Un día estaba en un bar de capital y apareció la iguana. Tiene fotos con Ozburne, con los de Scorpions, con cada uno y con todos juntos. Tiene una púa de Steve Vai y- aunque no me crean- una de Flea. Para ella Flea no representaba gran cosa, pero tiene su púa. En su vida anterior había cosas como esas pero también había otras cosas. Cosas que no eran tan buenas.
Ya no va a recitales; vive en una casa de campo con un muchacho que tiene mi edad. Hay vacas, caballos, toros; cuando ve un toro dice: mirá ese chabón. Es algo raro.
Hoy empezó un curso de panadería y vino a traerme pan caliente. Me trajo una baguett (?) con chicharrones; una cremona, un cuernito. Todo humeaba. Mientras comía los panes pensaba en escribir estas cosas.
Ella mejoró con respecto a su vida anterior.

Estela (cuentos de la familia x)

Una noche de verano, mamá dormía en mi pieza. Después de pelear duro (duro) con papá. Dormía es un decir. No se si saben como queda uno después de tanta tensión. Yo si lo se. Dormir es algo que no se puede después de un momento así. La única que queda es mirar el techo y esperar que pase la eclosión. Claro que esta paciencia la adquirí ahora. Mamá estaría acostada cuando escuchó que en la calle se abría la puerta de un coche. Estela- nuestra vecina- cayó sobre el césped. La traían dos tipos. La mujer estaba muy borracha y no paraba de reírse. Los dos tipos eran desconocidos, primera y última aparición que hacían en el barrio. Pisaron el acelerador y se fueron. Salió a juntarla el marido. Mamá disfrutó mucho la escena. Por muchas cosas: una de ellas es que el marido de estela no era un buen tipo, otra por ver que la nuestra no era la única familia caótica. Era una escena digna de verse. La mujer riéndose, el marido intentando levantarla.
Al tiempo, con un amigo vimos una película de tinto Brass. Teníamos trece años y una película de tinto Brass era mucho. Dos tipos dejaban a una mujer borracha en su casa, el marido se acercaba pero ella lo rechazaba e iba al bidet. El marido la había perdido en una apuesta. Por una noche su mujer fue de otros. Aparecieron flashes de lo que había pasado entre la mujer y los dos tipos.
Viendo la escena me acordé del pasto, del rocío, de mamá pegada a la ventana chistándonos. Estela la hizo sentir un poco mejor a mamá, cosas así hacen que uno se sienta un poco mejor. ¿Que se puede hacer?

Una botella llena de chicharras (cuentos de la familia x)

Estaba el tilo de la vereda de Martín y el resto eran todos jacarandaes. Desde principio de diciembre y hasta mediados de marzo en esos árboles cantaban las chicharras. Había reunión en casa de Martín, así que el chico salió a la calle. Trepó el tilo (muy sencillo) y se quedó. Imaginaba que era un árbol en medio de una isla desierta.
Rubén venía desde la casa de los mellizos. Cuando estuvo cerca, Martín saltó a la vereda.
- ¡Dame las zapatillas!- dijo- ¿Qué te hicieron?
- Nada.- dijo Rubén.

- ¿Subimos al árbol?
Rubén miró su casa, puertas cerradas, cortinas bajas. Asintió. Treparon el árbol. Un coche que pasaba se convirtió en una vela navegante. Martín miró a Rubén y se acordó de la vez que había estado en casa de los mellizos. Uno de los mellizos había fingido estar endemoniado: Nicolás murió, había dicho, yo soy Billy. Y no vas a salir hasta que yo lo ordene. Martín había ido a la pieza del otro para pedirle que lo dejara salir, pero el otro fingía inyectarse heroína mientras escuchaba a los Pericos. Martín sabía lo que era esa casa.
-¿No tenés una botella?- preguntó Martín.
-¿Acá?
-Mi tía está con gente. Si tenés una botella podemos hacer algo.
Martín pensaba en Paula, que estaba entre las personas de la reunión. En su imaginación siempre salvaba a Paula de ser aplastada por una columna o de un par de ladrones. Lo que mas le gustaba de Paula era el mechón que le cruzaba el ojo.
Recolectaron chicharras y las metieron en una botella de coca. Las chicharras estaban quietas y se dejaban hacer. Martín agitó la botella y cuando la tía le abrió la puerta, Rubén la destapó. Paula estaba en la mesada y fue una de las que corrió. Algunos muchachos también corrían. La tía amenazó con contar todo eso, pero no lo hizo. Pasaron otras cosas, más importantes; se llevaron a Rubén en un coche y por la noche la madre de Rubén habló con Silvia.
A la noche Martín daba vueltas en la cama pensando en la casa de los mellizos. Todavía quedaba una chicharra y estaba en el baño.

La mochila (cuentos del matrimonio x)

La mochila salvó a Silvia de dar con la cara en el piso. Cayó contra el cemento del anden; no pudo poner las manos, pero llevaba la mochila delante y eso la salvó. Horas antes había apelmazado un montón de analgésicos y los había empujado con agua. La nausea no la detuvo.
Desde el suelo escuchó voces de vendedores y viajeros, eran las primeras que le llegaban en días.

Edgardo no le preguntó por qué. La imaginó machacando pastillas mientras la veía dormir. No fue necesario un lavaje de estómago por suerte. No hubiera soportado ver ese caño entrando por la boca de la mujer. A martín lo había llevado a la casa de la abuela Norma. Como se agarraba Martín de las paredes de la casa de la abuela Norma, los domingos a la tarde cuando tenía que volver a su casa. Y como esperaba el fin de semana para ir con ella. Y eso que no tenía heladera la vieja. Edgardo pensó en Roberto, el padre de Silvia, ocho años llevaba prometiendo la heladera. Era cuestión de ir a buscarla. Edgardo sintió el vacío que se siente al caer en un pozo durante un sueño. Saltó de la silla. Tapó el pie de Silvia, pero antes lo comparó con el mismo pie quince años atrás.
Me fui al banco, martín está con tu mamá” decía la nota en la heladera. Hubo arcadas y vasos de agua fría. No, hoy no es día de abuela, martín.
Haría las compras, acomodaría la casa y antes del mediodía repetiría: no, hoy no es día de abuela, Martín.
En el camino al supermercado se encontró con Beatriz, la maestra del chico. ¿sabría lo de las pastillas? Por segunda vez en aquellos días le llegaba una voz limpia.
- Tenés que ponerte mejor, Silvia. (Al marido de Beatriz lo había matado la mafia de la carne, eso contaba ella a sus alumnos) Cambiarte ese buso amarillo.
Le dijo “mi amor”, le dijo: “belleza” después le preguntó si tenía plata para ropa. Silvia imaginó el placard de Beatriz lleno de camisas floreadas, como la que ahora usaba para regar las plantas.
- Si, tengo.- dijo.
Un tiempo después Silvia se acordaría de las palabras de la maestra del chico y cambiaría varias cosas en su vida.

Silvia uso el buso amarillo una vez más. En las vacaciones de verano. En el hotel de la mutual del banco; una niña se pasaba el día corriendo por los pasillos, golpeando puertas y jugando con el ascensor. Silvia se puso una careta, el buso amarillo, se cubrió con la capucha y persiguió a la niña. Después guardó el buso y cerró la valija.

sábado, 4 de septiembre de 2010

Tipos contra la pared (cuentos del matrimonio x)

Silvia se cansó de los muchachos en la puerta. Se apoyaban contra la pared a esperar a las vecinas. ¿Por qué no iban al frente de la casas de ellas? Una tarde Silvia tuvo que pasar sobre uno de los muchachos. Algunos eran amables, hasta la ayudaban con las bolsas de los mandados, pero el muchacho ese no se movió de la puerta, Silvia le dejó la marca de la zapatilla en la remera blanca. ¿Qué hacés, loca? Dijo el muchacho. Silvia se puso algo nerviosa y recurrió al botiquín. Cuando edgardo volvió del trabajo los muchachos de la puerta ya no estaban.
Martín estaba en tercer grado, repuntando. El año anterior había sido malo para el chico. Había estado todo el año a cargo de la tía y la tía estaba en un año revulsivo. En lugar de llevarlo a la escuela lo llevaba con ella al gimnasio. En el gimnasio a todos les gustaba que fuera Martín. Le preparaban enormes vasos de chocolatada bien cargada. Cuando Silvia se enteró de la situación abandonó el trabajo y se dedicó a las cosas de la casa: las compras, la comida, de llevar a martín a la escuela. A martín le costaba despegarse de la madre y entrar a la escuela. De eso hablaban Silvia y Edgardo.
Al día siguiente Silvia volvió con Martín de la escuela. El muchacho del día anterior estaba debajo de la ventana. Esta vez ninguno se corrió. Martín miró los ojos de su madre y gritó. De a poco se fueron levantando todos, menos el muchacho del día anterior.
Silvia buscó la botella de lavandina y vertió el contenido por la ventana. ¡Basta!
El muchacho gritaba que tenían que pagarle la remera. Silvia se tapó la cara.
Cuando Edgardo volvió del banco Silvia no había podido calmarse y el chico vomitaba en el bidet. A la mañana estaba bien, ¿Qué le pasaba ahora? ¿Por qué no había paz después del trabajo? Ella le contó todo. La mujer y el chico se acercaron a la ventana. el hombre con un fierro en la mano de un lado, el muchacho con la remera quemada del otro. No se decían nada.

Por la noche el padre de las chicas de al lado habló con Edgardo en la puerta de la casa. Edgardo dijo que él se tomaba las cosas de una manera, pero Silvia de otra. y que Martín había vomitado. Omar entendía, siete hijas lo habían hecho un experto. Era una pena que por un torpe que se la daba de áspero se arruinara la tranquilidad de una casa, pero cosas así pasaban seguido. Omar trataba con tipos como el de la remera quemada.
Esa noche Silvia y Edgardo volvieron a dormir juntos después de algunas semanas. Martín aprovechó para levantar la cortina de su pieza y mirar las estrellas que se veían entre la copa del tilo.

La lavandería (cuentos del matrimonio x)

Los sábados a la mañana se levantaban y preparaban un desayuno con las cosas que la tarde anterior habían comprado en la panadería. Había sábados lluviosos, era los que mas le gustaban a martín; los fríos eran los que mas le gustaban a Silvia, que durante la semana prefería temperaturas agradables. A martín le gustaban las mañanas lluviosas y oscuras porque en mañanas como esas Edgardo no se levantaba ni de casualidad. Pero esa mañana fue otra cosa; cuando arrancaba el catch, Silvia seguía renegando con el lavarropa. Esa mañana el lavarropa de mierda había dejado de funcionar porque sí. Claro, era una de esas cosas coreanas, descartables. Martín había visto una película en la que un medico practicaba una traqueotomía mientras fumaba. Su madre le hizo acordar al medico y el lavarropas al paciente. Silvia abrió el lavarropa, sacó la ropa humeda. Le pidió el bolso a martín. Él entró con cuidado a la pieza del padre. Se subió a una silla y agarró el bolso. Rayos de sol entraban por las hendijas por eso Edgardo llevaba las anteojeras.
El tren pasaba sobre el puente, dos chicos se asomaron por una ventanilla del tren, balbuceaban palabras, uno intentó escupir a martín. Todo eso pasó inadvertido para Silvia.
El lavadero estaba a cargo de un testigo de jehová que siempre mostraba a martín dibujos de paraísos prometidos, pero también de Apocalipsis.
Se los mostraba sin importar lo que Silvia dijera. La mujer se prendía un cigarrillo delante del hombre; él hombre ya estaba acostumbrado a cosas así. También le ponían música heavy en las casas para espantarlo. Él era predicador.

- Nosotros ya tenemos nuestra religión- decía Silvia. Pero a Martín le gustaban los dibujos de las Atalayas.
Después de la compra del lavarropa habían dejado de ir a la lavandería. Martín se acordaba de la imagen de la hilera de personas, tomadas de las manos, ascendiendo una montaña.
- Esta mañana me lo tiene que dejar, señora. Hasta el mediodía.
Había bolsos por el suelo y en las estanterías. En esos días las lavanderías (al menos en el pueblo de Martín) no tenían autoservice. Martín se quedó con ganas de ver dibujos, no era una buena mañana hasta ese momento.
En la tele el catch ya estaba terminando, Edgardo estaba levantado. Buscaba algo.
- El lavarropa se arruinó- dijo Silvia.
- Lo que faltaba.
Edgardo le sirvió un mate. No encuentro mi pantalón, dijo.
- Usa el yoguin.
- En el pantalón tengo la plata.
La mujer miró al niño, el niño miraba la tele. Al rato el mate impactó contra la pared dejando una mancha verde y algo de palo y de yerba. El hombre se tapó la cara. Es culpa mía, dijo, pero después cambió de opinión.
En momentos así, martín deseaba un compañero como mascara de león. Mascara de león dando un sillazo (plegable) a su papá.
Años más tarde martín decidiría el mismo ser mascara de león. Y como si Edgardo hubiera leído el pensamiento del muchacho, ya no volvió a hacer cosas así con Silvia.

Volvieron a la lavandería. El hombre tranquilizó a Silvia. Le dio un vaso de agua. La plata estaba integra dentro de un casillero.
- Si a usted le confío cien pesos cuando vuelvo hay ciento diez.
El hombre dijo algo que estaba en la Biblia. Martín miró los libros sobre el mostrador. Quería abrirlos y mirar los dibujos.
- Las familias- Dijo el hombre- cosa complicada. Está todo dado para que sean felices. Pero.
Después admitió que la de él tenía conflictos. Contó que un predicador había tocado el timbre de su casa justo cuando él estaba cerrando el puño. Fue una señal. ¿Qué duda cabía?
- Tengo un termo con café con leche. Hay de sobra. Pensé que mi hijo iba a venir pero se habrá demorado. Voy a buscar algunas cosas a la panadería. ¿Me acompañan?
Se nubló. Habría desayuno. Martín apoyó la cara en el muslo de Silvia y miró la ropa girando dentro del lavarropa.

Manzana verde

¿Nunca soñaron que volvían a la casa de la infancia? ¿A esa casa en la que pasaron deprimentes tardes lluviosas de sábado viendo siglo 20 cambalache? Esto es parecido.
Papá volvió. Poco a poco se fue instalando en casa. Empezó a venir porque no tiene tele en la casa que alquila. Y no tenía forma de ver los partidos. Un sábado a las dos entró. Empieza el torneo; dijo y se instaló en el sillón. No se si no hubo goles o que, pero se mantuvo en silencio.
"papá no es un mal hombre, pero le cuesta decir las cosas". Los jueves doy clases en un curso de ancianas. Hoy abrí la boca y me salió esa frase. Supongo que quería hablar sobre todo esto con mis viejas sabias. ¿Qué les importa a ellas la informática y los hackers?
Un día papá estuvo por decirnos que nos quería; estaba sentado en la banqueta de la cocina, se alisó el pantalón, se acercó a mamá.
Me cuesta contar estas cosas, es algo que se lleva en la sangre supongo. Si supieran el esfuerzo sobrehumano que hice para hablarlo con mis alumnas de los jueves, pero en un momento las palabras fluyeron.
Papá las tenía todas, dije. Una vez llegó borracho a casa. Yo no vi la escena, pero mamá me lo contó jactándose. Papá se había colgado, no se como, de la puerta del baño y había vomitado. Después se las vio feas. Son las salchichitas, decía mientras mamá se la daba. Una de las ancianas dijo: tu mamá hacía mal en contarte todo eso.
Entiéndala, señora, dije; mamá no tenía amigas.
Papá se enamoró de una chica de mi edad. Una chica con un olor muy fuerte en la piel. No se si era que comía mucho picante ya que tenía algo de mexicana. No sé. Era simpática y a los hombres grandes les gustaba mucho. La chica pasó el rato con papá. Él se sintió avergonzado cuando eso terminó, pero pasó el tiempo y poco a poco volvió a vernos. Anoche se quedó a dormir en el sillón.
Yo se que papá nos quiere, pero no puede decirlo, dije para todo el curso; como si fuera un concepto fundamental de la materia. Entonces una viejita que debe tener un tatuaje escondido por ahí dijo: hay que apurarse, porque un día nos comen los gusanos. Ella comía una manzana verde. Por eso se le ocurrió eso del gusano.
Desde mi lugar veo los pies de papá sobre la mesa ratona. Mamá se puso delante del televisor.
- De esta casa me sacan con los pies para adelante.- dice papá.
Mamá lo degrada, claramente. Entonces papá tira un vaso contra la pared y se levanta. Se escucha un trueno y yo pienso en la manzana verde. Terrosa, jugosa. Papá me está mirando. Fijo la vista en la mesa lustrada. La manzana verde crece en mi cabeza como un globo. Escuchó la puerta, entonces me levanto.
¿A donde vas? dice mamá.
Un día con papá nos perdimos en un bosque. Se venía una tormenta. Los arbustos se movían. Son liebres, dijo papá y yo me sentí como en el camping. Después él escaló un monte y separó una maraña de ramas y hojas. Con su mano lastimada me indicó que subiera. Le hice caso y ahí estaba el mar abierto para nosotros solos.
Estoy parada bajo el umbral. Él se tapa la cara. Pero no es nada, sigue caminando.
Ya hay olor a tierra mojada. ¡Cuando era chica me gustaba tanto el olor a tierra mojada!

Grageas, Dios, Ciencia, Silla de bebé...

Papá viene a visitarme. Lo espero en el estacionamiento del supermercado. Es un estacionamiento amplio y no está concurrido. No se en que auto vendrá papá. Me dijo el modelo y todo, pero ¿que se yo sobre autos? después de la muerte de su nieto (mi sobrino) papá se volvió un poco loquito. Es profesor de secundario, muy bueno en lo suyo. Pero ahora se metió de evangelista. Estoy sentada en el capó esperándote, papá.
(Con Marcos somos dos, sin embargo tenemos un coche familiar, cosa rara. La muerte del hijo de mi hermano nos acobardó. Con Marcos hicimos silencio, pero. Ustedes saben; a mi hermano, el nene le había nacido con un problema de oxígeno.
Así que Marcos sacó las píldoras del botiquín y las puso sobre la mesa. Al costado del centro de mesa; yo terminé de bañarme, desempañé el espejo; volvamos a las píldoras, me dije, cuando abrí el botiquín no estaban. Salí y vi el frasquito de grageas.)
Papá viene hacia mí. Entramos al buffet y nos ponemos cerca de la ventana que da a un patio hermoso. Hay arbustos de pelotitas rojas, cantan golondrinas.
Le pregunto por mamá.

- Está bien- dice-. Nos afianzamos mucho en este tiempo. Reynaldo se fue. Salió y consiguió trabajo. "levantate de la cama. Si te vas a dejar morir que sea en el cordón de la calle." Le dije para que lo habia criado.
Me reservo las opiniones acerca de esos métodos de choque. Pueden salir fantástico o. ¿si salía mal? tranquila, es la regla, que te baja como un torrente. guárdate las opiniones, espera que pase esto.
Lo dejo hablar:
- Ahora Reynaldo se mudó solo. A lo mejor vuelva a intentarlo con Elena, a lo mejor no. tienen que intentarlo de nuevo. Si logro meterlos en la iglesia voy a hacer que vuelvan. Ellos tenían algo bueno.
¿Vas a manipularlos, papá? silencio. Espero tener la mente limpia.
- ¿sabías, hija que me dieron el lugar de pastor? valoraron mi formación. Y lo que ya llevaba hecho con la palabra de dios.
Saca un librito titulado "¿Está en verdad la palabra de dios en la Biblia?". Dice que es un estudio profundo. Imagino un libro lleno de páginas en blanco, menos una en el medio que responde al titulo de tapa. Creo que se me dibuja una sonrisa y todo. Papá baja la vista mira la masa fina que acompaña su café.
- Dios me ayudó a reencontrarme con tu mamá. A lo mejor a vos te ayude en tu búsqueda.
Me mira el vientre. Ausencia total. Pienso que no le duele la muerte del bebé. Pienso que le duele no estar totalmente hecho. No ser abuelo.
- A Reynaldo lo ayuda a sobrellevar el dolor. ¿No hay templos en esta ciudad?
No hay iglesias, papá. Ni ex delincuentes, ni ex drogones predicando con megáfono en plazas y paradas de colectivos. No los necesitamos. En esta ciudad somos todos artistas, de unas u otras maneras, artistas. Hay creyentes, pero íntimamente, papá. Digo:
- No, creo que no.
- Debe haber mucha gente esperando la palabra del señor.
Quiero que deje de hablarme de Dios, que deje de vendérmelo como una póliza de seguros. (Con Marcos sacamos una póliza. Tenemos algunas pertenecías y queremos cuidarnos, no somos distintos al resto de la gente. Pero no tenemos los mismos miedos. No necesitamos el tipo de seguridad que brindan las iglesias.)
- Hay una enfrente de la plaza, papá. Pero es católica.

- ¿Cómo va la pizzería?- pregunta.
- La pizzería. Muy bien papá.
(Lo que menos vendemos en la pizzería son pizzas. Al principio vendíamos puras pizzas; el olor a salsa acida me seguía a la cama, a la playa, a todos lados. Ahora descubrimos donde está el verdadero negocio, papá.)
Hay un largo silencio y entonces él hace lo que vino a hacer. A hablarme de dios, del bebé y de la ciencia. Dice:
- Los médicos le decían a mi mamá que tenía que ponerme a dormir boca abajo, para no asfixiarme con el vomito. Sonaba muy lógico.
(Me imagino a la abuela con su pañuelo floreado. Ella diría el Sr. doctor.)
- Después cuando vos eras una criatura, él médico nos dijo a tu mamá y a mi que la postura era boca arriba. boca abajo podían ahogarse en un charco de vomito.
(Que flaca y sensual era mamá; con sus pareos coloridos. Siempre que estoy en la playa la imagino joven, otra vez joven, mirando el mar.)
- A Reynaldo le dijeron que la posición adecuada era de costado. Actualmente están todos de acuerdo en que la postura correcta para el bebé es de costado.
Habla sin vacilar, sin ningún quiebre en la voz. Como si hubiera perdido las emociones.
- A vos ¿que te van a decir? ¿Que lo hagas dormir colgado a tu bebé?
- No sé, papá. Yo no quiero hablar de esto.
Vemos- o veo- un padre de familia empujando un changuito. Uno de los nenes va en el asiento. Está muy emocionado.
- Hija, quiero que me indiques donde hay un hotel. Voy a pasar la noche en uno.

Nos vamos. En el estacionamiento veo la noche abierta, es algo digno de verse.
Voy guiando a papá. Somos como una pequeña caravana. Falta el coche de mi hermano adelante y sería una hermosa caravana familiar.
Dejo a papá en un hotel de ruta. Lo saludo. No se que decir. Pienso en dios, en las grageas; en lo que dijo sobre la ciencia, pero no se que decir. Y él tampoco. Tenemos tantas cosas en la cabeza y no sabemos que decir. Me vuelvo y nos abrazamos.
Subo al coche. Miro por el retrovisor. En el asiento trasero hay una silla de bebé. Voy a parar en algún lugar de la ruta y voy a deshacerme de esa silla.

El árbol

En mi vida escuché argumento tan absurdo para no ir a trabajar. Fabio dijo que tenía estrés. Que tenía un síndrome que lo hacia estresarse muy a menudo. Algo que se trae en los genes desde hace mas de ochenta mil años. Mientras se nubla y vamos en este coche de 1.500 pesos voy recordando. Hace dos semanas nos sentamos en un bar con la idea de reconciliarnos; durante la pelea que habíamos tenido yo tiré el anillo- con tanta surte- que se fue por el drenaje. En el momento me gustó que se fuera por el drenaje. Él se quedó con la última palabra pero yo estaba hecha. Lo mío era más que palabras, el anillo se había ido a la mierda.
Vamos por zonas aledañas, este coche no resistiría un control. A la semana de lo del anillo, nos citamos en un bar para definir las cosas. Y nunca en mi vida escuché argumento tan absurdo. Él dijo; el vago dijo:
En otras épocas, hace como ochenta mil años los hombres se veían obligados a salir de sus cuevas (¿y que tenemos que ver...?) dejame terminar. Se alejaban del grupo en busca de fuego o comida. Y cada tanto era perseguido por algún tigre colmillos de sable. (No, no solté la carcajada, así que imaginen cual era mi estado de animo que no pude reírme de la palabra tigre colmillos de sable) el cavernícola corría hasta el árbol más próximo y lo trepaba. Esto lo dejaba en una situación de estrés absoluto. Tenía que pasar la noche en el árbol para recuperar fuerzas. Vos dirás ¿dormir toda la noche por treinta metros? sí, es que la tensión es tan extrema y es tal la tensión que se genera en las fibras.
Me tapé la cara, para mostrarle lo que sentía y de paso para meterme en la oscuridad. Pero él siguió como si nada.
Se estresaban por la enorme tensión y la enorme tensión se debía a la inferioridad de condiciones en las que estaba el cavernícola. El tigre. Colmillos de sable tenía todas las de ganar.
¿Y que tenía que ver eso con nosotros?
Respuesta: cuando sos chico y te maltratan estas en inferioridad de condiciones. Entonces aparece el síndrome y se adhiere a uno.
Resulta que por haber sido maltratado de chico ahora no podía durar más de dos semana en un trabajo. Llegaba tarde; se quedaba dormido en horas de trabajo, no soportaba las presiones, etc.
Ahora tiene un trabajo, ese día en el bar me lo dijo. Ayuda en un reparto de garrafas. Lo conseguí y está vez prometo mantenerlo, dijo. Después decidimos empezar con las compras. Y en eso estamos. La primera adquisición fue este coche. También un sillón que el padre de Fabio se va a encargar de tapizar. El papá de Fabio es tapicero y trabaja a cortina cerrada; lo que mas ama en la vida es cirujear. Se pasa el día juntando cosas de la calle y metiéndolas en su taller. Junta desde cueros y charcazas de televisores hasta amistades. Creo que debe tener algún otro síndrome de cavernícola.
Con la madre de Fabio me llevo espectacularmente. Aunque sospecho que ella fue la que habló en algún momento sobre esa teoría absurda y después su hijo la tomó. Fabio me dijo que el síndrome se lo había diagnosticado una psicóloga, pero que yo sepa; el nunca. La madre de Fabio es una mujer muy trabajadora e instruida. Cuando la conocí me sorprendió que una sola persona pudiera leer tanto. Tenía una biblioteca llena de anuarios de selecciones y los había leído a ¡todos! no entendí que hacia una mujer así con un piruja. Me gusta que Antonia sea mi suegra. Para la última navidad me regaló una hermosa tarjeta. Ella misma la había confeccionado, se da maña para todo. Decía:
Renovar la fe y la esperanza en cada uno de nuestros sueños, día a día con amor y trabajo, dando lo mejor de nosotros. Con AMOR, claro, pero también con TRABAJO. ¿Entendés, Fabio? No se si dije eso en voz alta porque Fabio me mira. Me pide la franela.
Después me regaló una pequeña pintura de un vallecito. Una nena se columpiaba, un hombre volvía a su casa después de una jornada laboral. Eso pido yo, no más. Que salga a las nueve, vuelva a las siete. A disfrutar- en verano- un buen pedazo de tarde libre.
Paramos el coche frente a una compra venta. Está en medio de una calle de tierra.
El resto es todo quintas. Hay un alambrado y un patio. En esta compra-venta pueden conseguirse desde televisores y heladeras hasta canoas e insumos para aviadores.
Empujamos la reja y entramos. No hay nadie. Las cosas que pueden ser afectadas por la lluvia están dentro de un local vidriado. Fabio mira unos secarropa de 200 pesos.

- ¿estás cansado por tanto manejo?
- quiero que esto sea, ameno.- me dice.
Esperamos que alguien salga de algún lado y que nos atienda. La puerta del local está entornada y entramos. Hay pasillos con televisores, estanterías con radios. Uno de los televisores parece tener pantalla plana. Fabio se acerca y huele la carcaza de un televisor. Afuera llueve. ¿Por que los olés? mirá, fijate. Sentí olor a quemado. Y en el siguiente olor a musgo. Hay que tener cuidado.
¿Por que no nos atienden? nos acercamos al mostrador. Golpeamos las manos. ¿Donde estará el empleado?
Fabio se acerca a un sillón, es de pana, dice. Y observa la calidad del tapizado, le pasa el dedo. Mira y admira.
¿Que le pasa? ¿Quiere decirme algo? con un gesto me invita al sillón. Lo usamos de sala de espera. Nos besamos, está bien así, pero no le haremos algún daño al sillón. No estamos en condiciones de pagar por un sillón de pana. Quiero decir. Pero el me besa. Difícil hablar mientras a una la besan.
¡De no creer, de no creer! nos dormimos en el sillón. La tarde se prestó y nos dormimos. Me despierto primero sin saber donde estoy. Estoy rodeada de artículos para el hogar. Miro la calle. Un hombre de campera y gorro empuja la reja. Lleva un termo en la mano. despertare. Viene alguien. El hombre del termo se sorprende al ver todo abierto. ¿Que pasó acá? nos mira. Le explico todo, todo estaba abierto, queremos comprar algo para nuestra casa y nadie nos atiende.
- ¿yo dejé abierto? fui a comer algo. Con mi esposa y. como no venía nadie. Pudieron llevarse todo, equiparse la casa y llevarse la caja también.
Pasa al otro lado del mostrador. No se que pensar. El hombre recorre el local con nosotros. ¿No nos hace una rebaja? portarse de maravilla no sirvió de nada. La próxima que nos veamos en una situación así no vamos a dejarla pasar. Cargamos todo lo que podemos y chau. Pero estas cosas se dan una sola vez en la vida.

Con un televisor en el baúl vamos por el camino de tierra. Dando saltos por las piedras del camino. Fabio vive en el barrio policial; no entiendo porque se llama así, con suerte debe haber dos policías y uno es privado. Todo es campo. Tenemos las ventanillas bien cerradas para que no entre la lluvia.
Silencio.
- voy a dedicarme a la tapicería. Independiente, es mejor.- dice Fabio.
- ¿qué? significa que dejaste.
No está bien. Eructa y dice:
- no quiero que peleemos más. Te amo.
¿Está drogado? me tapo la cara. No se por cuanto tiempo permanezco así. El coche pierde el trayecto y se mete en el campo, entre los pastizales. Quedamos a pocos metros de un árbol. La frente de Fabio esta contra el volante. ¿Es el coche que nos está matando? el vendedor nos había dicho algo, el coche tiene una perdida de. Siempre una hendija. Tendría que mover la mano para abrir la puerta. Pero en vez de eso me vomito, así sin más. Sobre el mentón, sobre el abrigo. Y el árbol lleno de buen aire tan cerca.

martes, 17 de agosto de 2010

Para Lucía

ponerse a escribir:
1) Amarse a uno mismo: esto no implica soberbia, vos ya lo sabés. ¿sabés de que se trata? nos amamos por ser nosotros y no el tipo que espera a su mujer en la camioneta. esa es la razón por la que nos amamos por ser nosotros.
2) Tomar agua mineral; que no te falte tu agua mineral. tres litros por día; lapicera, papel, agua mineral y amor propio.
3) lée toda la teoría que quieras y puedas. lée sí o sí el decálogo de Horacio Quiroga. lée teoría pero sabiendo que no es otra cosa que un género más y el que menos vas a tener en cuenta a la hora de ponerte a escribír.
4) no experimentes. no juegues con las palabras. el gran público es un buen juez ¿seguro? casi. un policía que en un video club pide la película de seagal en la que los muertos se computan por centenas: puede ser un buen juez a veces. es bueno escucharlo un poco de vez en cuando.
5) sí tenés miedo a ser cursi por lo que puedan decir de vos, entonces no escribas. los finales cursis venden y los que escribimos no vivimos del aire todavía.
6) no sobreestimes los viajes; los libros ni las experiencias. si crees que vas a escribír mejor despues de hacer cierto viaje lo que tenés que hacer es imaginar y contar ese viaje, si crees que hay un futuro libro que te va a convertir en una mejor escritora (no lo creo) escribí ese libro o ese cuento tal y como te lo imaginás. si crees que ir a vivir cerca del mar o a una pensión va ayudarte a escribír, escribí- antes de mudarte- una serie de cuentos o una novela (las novelas venden más) ambientadas en ese lugar.
7) la literatura, al fin y al cabo, está hecha de historias. es bueno saberlo.
8) el mejor momento para escribir es el presente. el "ahora mismo". el "¡YA!".
este consejo debería ir al final, pero creo que no es necesario que termines con estos inútiles consejos para ponerte a escribir.
9) no vuelvas atras: escribí un cuento de principio a fin, de una sentada si es posible. una vez que pusiste el punto final, releelo y si hay algo mal, solo si hay algo mal; corregí. sino pasa al siguiente.
10) cuando tengas una idea, escribila. Bradbury dice que las ideas son fantasmas que se esfuman sino los agarrás a tiempo. pero despreocupate; no esta mal buscar al fantasma con la memoria, es posible que en la busqueda aparezcan otros.
11) despreocupate y escribí, escribí todos los días. a las doce del mediodía, a las nueve de la mañana y a las tres de la madrugada.
"bailo, bailo y bailo para no estar muerto" dijo el mesero parisino.

miércoles, 19 de mayo de 2010

¿Cómo vamos a recorrer esta avenida en eso?

Recién cuando llegó a casa se dio cuenta de lo que había pasado. Para mí que sufrió eso que ahora llaman shock. Shock emocional. Apenas cerró la puerta empezaron a temblarle las piernitas. Yo lo ví y él no lo disimuló. Se sacó el pantalón y todo; como si quisiera mostrarme lo que le pasaba, sin pudor. Su contextura nunca fue grande pero compensaba con su temperamento; un temperamento ¡tan italiano! Pero ese día le temblaban las piernas. Y yo pensé que podía caer un chorrito de pis tranquilamente. Mañana te llevo a la clínica, me dijo, después voy a la agencia; entrego las llaves y se acabó. Ya no manejo más.
Prefería la bicicleta. Con la bicicleta uno para, se sube al cordón. Él tiene un reparto de bolsas camiseta de polietileno. Le sugerí que comprara una motito con la plata del coche. Pero la moto, según él, era un ataúd y yo quería enviudar.
Las motos son un peligro para los jóvenes que no tienen conciencia de la muerte. Hace uno o dos años nos quedamos atascados en un embotellamiento cerca del paso a nivel del club “Los patos”. Entonces todavía jugábamos al tenis en parejas con Nelly y Oscar (Hacíamos intercambio de parejas: Nelly con Rubén y yo con su Oscar. Y de un día para otro Oscar se nos fue; Nelly empezó a llamarme todos los días, siempre la misma anécdota. Un día el protagonista era Oscar al otro día su padre. Tuve que desconectar el teléfono durante las tardes hasta que Nelly también se nos fue.). Volviendo a esa destemplada tarde de domingo, al embotellamiento quiero decir: nos enteramos de que más adelante había habido un accidente de moto. Nelly y yo íbamos en el asiento trasero y ella me habló sobre la conciencia de la muerte. “Un viejo puede andar tranquilamente sin casco que nunca va a pasarle nada ¿Alguna vez viste a un viejo muerto en un accidente de moto?”. Más adelante ellos comprobaron que el accidentado era un joven. Yo no quise mirar, pero sentí; juro que sentí la muerte, como aquella vez que me dormí- en el jardín de la casa de mi abuelita- sentí una gata peluda arrastrándose por mi mejilla. La sentí en sueños y cuando desperté tenía una quemadura tan dolorosa. Ya no hay más gatas peludas ni luciérnagas… no quiero ponerme sentimental. Estuve por decirle a Rubén que la moto era un peligro combinada con la juventud pero con la vejez… pero era para discusiones y yo no estoy ya para esos trotes.
A la noche tampoco le hice ninguna escena cuando me metió el perro en el chin chon. Lo dejé pensativo en la mesa. Me preguntó si estaba dolorida y le dije que no. Se debió preguntar si ya no me importaba ese juego, y la verdad es que esa noche no. Esa mañana el chico del almacén me había encargado que le recuerde a mi marido que necesitaba reforzadas de 35x45 para el día siguiente.
A las nueve, Rubén no me había despertado para que lo ayude con el conteo. A lo mejor creía que su negocio era algo tan insignificante como el chin chon, por porotos. Le recordé que a fin de año nos iríamos a la playa con la ganancia. Pero igual postergaría el reparto, ese día solo quería llevarme a la clínica y después desprenderse del auto. Estaba firme en la decisión sobre el coche. Salió y puso el coche en marcha.
El reparto empezó siendo algo muy chico; una excusa para salir a caminar después de mi primera operación. Así que al principio andábamos los dos a pie con una bolsa cargada de bolsas, pero después creció el reparto y yo me quedé afuera. Ayer me di cuenta de que el reparto es importante; el almacenero (un muchacho un poco amanerado que igual se casó) no tenía donde poner unas latas de conserva para una muchacha y tuvo que usar una bolsa con la propaganda de un supermercado. Le cuento eso a Rubén, pero el insiste: no somos imprescindibles. Sigue amargado, no le tiemblan las piernas pero está mal. Se admira de cómo camina su Súper Europa. Es solamente un coche, Rubén. Y él: que descuidado tenemos el jardín. Es la estación. Nos alejamos.
En la avenida, por la zona de los Shopping y las casas de electrodomésticos, Rubén seguía amargado, más viejo que nunca. Yo era la que tenía que ir al tratamiento pero el que renegaba era él; renegaba como una batería, como un loro de cien años. Sos un loro de cien años, fue gracioso porque el coche era verde loro. Traduzco lo que decía: Muchachos escuchando su música en esos aparatos, (¡se llaman walkman, viejo loro!) padres de familia que así educan a sus hijos bajando al cordón sin mirar si viene un coche; además lo insultan a uno, chicos que se les escapan a las madres mientras estas miran licuadoras. Dicen que los ricos son consumistas, eso es una mentira, los que más consumen son estos pobres (usó términos peores). Entonces se dispuso a hacer algo; por todas las veces que lo insultaron en esta cuadra y por lo que le habían hecho, y yo me opuse pero no con demasiado énfasis. Un hombre de campera caminaba por la calle como si fuera suya, entonces Rubén pisó el acelerador y con el espejito casi le arrancó la mano al hombre, este se arrodilló en medio de la calle. Después de eso el viejo loro paró de quejarse. Me dejó en la puerta de la clínica y se fue. Mirá el coche por última vez, dijo. Y eso hice. Después entré en la clínica.

En la sala de espera recordé lo que había pasado el día anterior. Por una mala maniobra casi enviudo. Fue en la calle que costea la vía, Rubén encerró, sin querer, a un conductor. El conductor se bajó y le puso un revolver en la cabeza a mi esposo. El hombre agitaba el arma sin parar, estaba nervioso. Realmente nervioso. Un hombre con muchas presiones, pero eso no lo justificaba. Y ahí pasó lo increíble, seguro que si lo escuchan de boca de Rubén no van a creerlo, pero fue así, mi esposo dijo: “Tirame si tenés bolas, nene” lo dijo con mucha tranquilidad. A lo mejor él agregue que lo tenía medido y que estaba a punto de sacarle el arma; eso no es cierto, pero lo que si es cierto es que dijo: “tirame si tenés bolas.”

El tratamiento me dejó encandilada y esperé a Rubén sentada en las escalinatas de la clínica. Por suerte yo no necesito de mis nietos como la anciana que entró en silla de ruedas, nosotros somos independientes a pesar de todo.
La clínica está sobre una avenida muy concurrida sin embargo ¡escuché una campanita!
Rubén venía a buscarme en una bicicleta inglesa ¿Cómo vamos a recorrer está avenida en eso? ¿Cómo hará para llevarme entre el transito? Él es un buen conductor de bicicletas, pero… El loro de cien años se ríe y hace sonar la campanita. Seguro vamos a terminar caminando. Pero voy a darle el gusto y voy a subirme.

sábado, 6 de marzo de 2010

El prestamista

Hoy no abrí el negocio, estoy pensando en la plata que me deben. Me quedo en casa, no prendo la luz. Pienso. Agarro un cuaderno cuadriculado y anoto.

Lautaro 1500

Lautaro, mi primo hermano, se juntó con la compañera del secundario.
Apenas se juntaron él le hizo dejar a ella el trabajo en el bingo, ahí trabajaba también el ex novio de ella, un morocho bastante mayor para Eliana, al que una vez vi caerse de una moto y no se por que me alegró que se haya dado ese buen golpe. Al tiempo me enteré de que era el famoso tipo mayor que había sido novio de la novia de mi primo.
El mundo es un pañuelo.
Yo estaba de acuerdo con la decisión de mi primo. No me acuerdo bien, pero creo que yo se lo sugerí.
Más tarde mi primo perdió su trabajo en la fotocopiadora, lo echaron, abandonó, o se hizo echar. Así que lo ayudo con los servicios. Ayudo, es una forma de decirlo.
El último préstamo de cuatrocientos se lo pasé por debajo de la puerta. Una vez me dijo:
- Cuando la persiana está del todo cerrada es porque con Eli estamos dándole.
Ni una hendija. Metí el sobre por debajo de la puerta haciendo el menor ruido posible y seguí camino.

Anoto también:
Tía María 900

No cuento las veces que le compré el alimento para los perros, eso me lo busqué por regalarle una perra castrada, que me habían dejado en la puerta de casa. Prometí a María alimento para esa perra, pero no puede ser que coma tanto, estoy seguro que estoy alimentando a sus cuatro perros. Eso no cuenta.
El jueves pasado sonó el teléfono. Atendí. Era el novio de mi tía, quince años menor que ella. Fingió ser un viejito equivocado.
¿Hola, hablo con el programa de concusho? Le seguí el juego aunque me hubiera gustado que no hiciera eso. Le pasó el tubo a María. Ella me habló del campo, del toro, de los caballos, los patos y el partido que se armaron los perros. Me invitó a comer asado el viernes a la noche, después del negocio. Cuando estaba por rechazar, mi vecino puso la Chevy en marcha. Las paredes vibraron. Acepté.
En el campo miré el trozo de falda sobre la parrilla, las brasas ardiendo, no perdí un segundo de la cocción, no me llamaban la atención las estrellas, los pastizales ni los caballos.
Apareció el novio de mi tía con los pantalones por la boca del estómago, encorvado y sacando mentón:
- Vosh te queré sheva a María, atorrante…esha trabaja para mí.
- No, don Beto (así se llama su personaje)- le dije- quédese tranquilo…
- Ah, ashí me guta- con una vara se puso a remover las brazas.
Escuché la risa de mi tía. Ella empezó a hablar en cocoliche, una broma, saqué cien pesos, prometió hacerme regalos. La falda se siguió cocinando. Nunca pienso en lo que me cuesta ese asado.
Con ese recuerdo me duermo un rato.

Me despierto. Anoto:
Eduardo 200

Eduardo había sido empleado en mi negocio. Tenía una bicicleta y yo lo mandaba a llevar pedidos. Tuve varias quejas, maltrataba a los clientes o trataba de entablar una relación con las clientas. Se había inventado un seudónimo y todo. Con el tiempo las mujeres dejaron de hacerme pedidos, no les gustaba que un repartidor se pusiera pesado. Anulé el reparto y se lo dije a Eduardo.
Él siguió viniendo a pedirme pequeños préstamos. Cinco, diez, doce, sumaron doscientos pesos. El 20 del mes pasado me pidió cien para hacer una inversión. Prometió devolverme todo con intereses. No me importó, no le di los cien.
Me dijo: mirá que va a llover hoy en la capital, eh, señaló el cielo.
Esa noche prendí la tele, estaban trasmitiendo una fiesta de música al aire libre en vivo. Llovía. El periodista se acercó a un encapuchado que vendía capitas para la lluvia. Muy simples, hechas con bolsas de consorcio.
¿Cuánto cuestan? Diez pesos. Reconocí la voz del vendedor, era Eduardo.
La cámara enfocó el monumento a los españoles y después recorrió la plaza, todos estaban protegidos por aquellas capas negras o grises.
Al otro día esperé a Eduardo.
Suena el timbre. Cierro los ojos, la oscuridad ayuda. Seguro vienen a preguntar cómo me siento, por qué no abrí el negocio y después el favor, la ayudita, el préstamo, la colaboración… tiran una nota por debajo de la puerta y se van.

Anoto:
Patricio 600

Hace unos días fui a lo de Patricio, me atendió la madre, me hizo pasar, andá y despertalo, me dijo. Era la una de la tarde, yo había trabajado toda la mañana. Me senté en una esquina de la pieza. Rayitos de sol entraban por las hendijas de la persiana. Me imaginé sosteniendo un revólver y diciendo alguna frase, “el papel higiénico me hace doler” bien a lo gangster, al recién despierto. Me miró y tardó en darse cuenta que era yo.
- Ah ¿qué hacés?
A Patricio le presté 600 para poner una heladería. Una sociedad que a mí no me interesaba. Nada más quería recuperar mi inversión.
- Yo sabía que no iba a caminar- me dijo- Me cayó la ficha una mañana cuando ya tenía todo comprado, freezer cargado, todo. Tarde caí. Fijate, recorré todas las heladerías y te vas a dar cuenta, las atienden chicas, dos, tres, a veces cuatro. No importa y hasta en la del centro está esa que se pone a bailar. No importa que no sean lindas pero son mujeres y acá mi viejo…
- ¿Cómo que tu viejo?
- Si, el me ayudaba.
El padre es pelado y usa unos anteojos tonalizados muy gruesos.
- La jubilación no le alcanza y yo me di cuenta que no iba, no iba- se dio un cachetazo en la frente- claro y si no viene nadie, no viene nadie, es un círculo. La gente dice: “el helado ahí debe estar re podrido”
Sospeché que se había dado cuenta de esto antes de invertir mi plata pero total no era de él.

No pongo en el cuaderno los gastos de mi mamá y mi hermana. Ni los pequeños: arreglo de un televisor, el gas de la heladera, Internet, las radios a pilas descartables.
Hace poco, Carolina, mi hermana, rechazó un trabajo de cuatro horas para vender celulares, porque le impedía ver al novio. Ella está en tercer año de derecho.
Me acuerdo de que una vez discutí con mi mamá por defender a mi hermana.
- El estudio es un trabajo- dije- Carolina es una trabajadora.
- por favor…
Pero el otro día le mencioné a Carolina lo del trabajo que rechazó.
- Un trabajo de cuatro horas no te hubiera venido mal, juntás y cuando no das más, lo dejás.
- Bueno, pero ahora ya está, la decisión ya la tomé. Si no querés darme para una tarjeta ya fue, decilo y listo… pero no hagas un mundo.
Tenía puesta la remera de kity, la usaba desde los seis años. Me pregunté cómo hacía para sostener el tazón con esas muñecas tan finas. Bebió, dejó el tazón, y subió las rodillas al pecho. La miré a los ojos y sonrió, le había quedado un bigote de café con leche. Lo hacía a propósito…

Hoy no abrí el negocio y me pasé el día pensando en estas cosas. Trabajo todo el día y apenas llego para la comida, ni hablar de un restaurante o una novia. Me acuesto y lo tengo decidido. No voy a volver a abrir el negocio. Me reincorporo en la fábrica, como operario.
La gente piensa que uno dispone de la caja completa, no sabe que esa plata es del distribuidor, del dueño de los locales, etcétera. Además uno está tan expuesto a las visitas. Mañana mismo entro al despacho del jefe de la cigarrera y me reincorporo.
A las once me duermo.
Me despierto a las siete, hay un mensaje en el contestador y la nota que me dejaron sigue en el piso.
No necesito abrigo. Mañana templada con brisa del oeste. Salgo de casa, camino en dirección opuesta al negocio, cruzo por el paso a nivel muerto. Hay pastizales y una caseta de guardabarrera abandonada. Llego a la fábrica, entro en el predio, todavía no llegó ningún auto, el estacionamiento está libre y corre un viento que viene del riachuelo.
Estoy parado en medio del estacionamiento. Lejos, en la calle, para un coche, se baja la ventanilla.
- ¿Qué hacés ahí? – Es Patricio que no entiende qué hago acá, oxigenándome. Pienso.
Me acerco al auto, es un Senda azul.
- Ayer no abriste ¿Qué te pasó?
Estoy por decirle que ya no…
- Subí que te alcanzo- me dice- tengo que tapizarlo…
Me pregunto cuánto me saldrá el viaje.

jueves, 4 de marzo de 2010

Mariposa nocturna

Si a alguien puedo y quiero dedicar esta narración, tan confusa y personal, es a ése que ya no está y que como me dijo su madre el otro día, mientras yo la abrazaba - ¡con cuidado de las quemaduras!-, me regaló una muchacha tan (extrañamente) enamorada.

La mañana del 20 de marzo del 98 llegué a la ferretería- tarde como siempre-, tomándome la mejilla para fingir dolor de muela, pero el portugués no estaba esperando bajo el tinglado. La cortina estaba baja y así permanecería. Ocho años en el negocio, poniendo mi mejor cara aunque de verdad doliera una muela picada y de un día para otro el dueño desaparece.
No tenía ahorros, así que al mes estaba en los huesos y sin casa. Llamé a varios amigos, pero ninguno podía recibirme. Me acordé de Marcela, una tía que vivía en capital. La llamé.

- Con veinticinco años y el cuerpo que debés tener en unos días te conseguís algo. Te doy alojamiento- dijo.
Llevaba diez años sin verme, no sé de dónde sacaba lo de mi cuerpo. La última vez que fui a su casa compartí cama con Gonzalo; él tenía pesadillas del tamaño de su cuerpo y despertaba gritando y dando codazos.
Mientras contaba las monedas me pasó algo vergonzoso: lloré.

Cuando llegué al edificio era de noche. La luz se apagó mientras subía la escalera ¿Qué pasaba?
Toqué el timbre y me abrió Marcela, sonrió, los dientes torcidos le daban atractivo a su boca (cerrada), tenía pecas, algunos kilos asentados. Estilo nórdico.
Comiendo un arroz amarillo seco, le conté mi situación con algunos ajustes: me habían despedido hacía tres días, me habían desalojado porque necesitaban la casa, no dejaba aviso clasificado sin tachar, cola sin hacer…
Hasta ese día, nunca había visto un sistema de calefacción central, el piso era alfombrado. Era un departamento cómodo. ¿Armó mi cama cerca del ventanal para que me despertara a primera hora?
Fui al baño, pasillo al fondo. Cuando salía, Marcela me llamó desde la pieza de Gonzalo. Entré. Con una linterna hizo un paneo, se detuvo en la lámina de una patinadora escandinava. La muchacha no llegaba a ser insulsa, tenía cara de nena y una boca prominente.
- Es Bruna Belger, Belguer, Bolger. Lo tiene obsesionado. Antes le escribía poemas. Pero ahora…- hizo un gesto como si hubiera escuchado un ruido. – cambió el nombre Bruna por el de Dios y los guardó bajo llave.
Hace unos días – no voy a mencionar en qué circunstancias, aunque sean las que me llevaron a escribir esto- tuve acceso a esos poemas. Uno prometía llevar a cabo cada frase y en otro decía, palabra más, palabra menos:
¿Escucharé algún día, Dios -Dios escrito sobre un nombre que no llegaba a distinguir- tu voz, clara y distinta, decir: “todo termina ¡acá!” ¿O me iré antes, caminando en paz, con una mano en el bolsillo y un incendio en la espalda?

Marcela prendió un cigarrillo y me ofreció otro, ese día fumé. Se acercó para mirarme las pupilas, la posibilidad de que pudiera estar anémico la hizo llorar.
Más tarde se fue a su habitación, yo me quedé tapado en el sillón. Cerca de las dos escuché la puerta, abrí un ojo; en el pasillo, Marcela hablaba con Gonzalo que estaba encapuchado. Él le tomó la cara y le besó la frente. Después cada uno se fue a su cuarto.
Marcela me dio plata para almorzar mientras buscaba trabajo. Salí a primera hora de la mañana fría, pero me senté en un bar. Comiendo y ojeando los diarios me sorprendió la noche. Los mozos me miraban con mala cara así que me fui. Volví a llorar viendo a un muchacho de mi edad subiendo a un coche importado con una chica rubia.
A Marcela le dije que el dueño de una marroquinería (fue el primer rubro que me vino a la cabeza) me había dado chance. Después de un día sentado en un bar cuesta dormirse, pero simulé estar dormido cuando llegó Gonzalo. Él se acercó despacio, me pasó los dedos por el pelo, me tocó el hombro. Debería verme como un niño en ese sillón, comparado con Gonzalo que estaba de pie y encapuchado.
Dijo: vamos a tomar algo, Marcela me contó tu situación ¿querés ir a tomar algo? Ahora.
Me prestó una campera suya. No lloré cuando en la calle me reflejé en un escaparate.
Nos sentamos en un bar de paredes descascaradas y poca luz. Pedimos cerveza y tostados; cuando el mozo preguntó ¿Cuántos? Gonzalo dijo:
Muchos, muchos. Y le dio unas palmaditas al mozo.
- ¿Sabés algo? Anoche soñé que era una madre Siciliana (en 1950) y me di cuenta, eso es lo que quiero ser.- Dijo- Porque llega un momento en la vida de todas esas mujeres, siempre, tarde o temprano, en que un hijo – me tomó la mano. Miré alrededor- les dice- bajó la voz-: MAMA.
Comimos y tomamos. Le pregunté por su padre. Entonces se sacó la capucha, estaba rapado, pálido y tenía un corte de afeitada. Apretó las mandíbulas, se reclinó en la silla y me miró. Hizo un bollito con un trozo de servilleta y, sin violencia, me lo tiró.
Al rato se levantó y se sentó frente a una muchacha que estaba sola y muy abrigada. Estuvo unos segundos absorto antes de hablarle. Ella se levantó y vino a mi mesa. Me tomó la mano y sonrió. Eso fue todo. Me invitó a su departamento. Antes de irme quise saludar a Gonzalo, pero él no sacaba la vista de una mariposa nocturna que aleteaba en un foco.
En el departamento, Eleonora se sacó el gorro de lana dejando caer su pelo ondulado y erizado. Dio una palmada al sillón para que la acompañe.
Desde ese día me dedico a lo doméstico. Espero a Eleonora con la comida, cuido las macetas, abro las cortinas de par en par para que entre el sol y la casa se ventile.

Avenida

Después de casi tres horas rompió el letargo y subió al taxi. Pensó una oración entrecortada: todo se… perdió. Sus manos colgaban del volante. Con su segunda reacción dio marcha al auto. Y si a pisar el acelerador se le puede llamar manejar; manejó. Unos kilómetros de avenida después, encendió la luz de libre. Ignoró a varios posibles pasajeros. Creyó sentir un impacto en el lado derecho del coche ¿un pájaro nocturno, una mano? Recordó la vez que ¿atropelló? la cámara de un turista nórdico. Recordar: ¡eso no!
Por cuarta vez salió de la quietud. Dos muchachas: una con vestido negro haciendo juego con la piel bronceada, llevaba el pelo atado en un rodete, la otra vestía un equipo de gimnasia ¿de que club? Nada de recordar.
Las muchachas subieron. El coche arrancó. Cecilia, la del equipo de gimnasia, nombró calles e intersecciones. El silencio de los taxistas era habitual.
- ¿Y entonces?- preguntó Cecilia apoyando una mano en la rodilla de Eve, la del vestido.
¿Entonces que? ¡Entonces, nada!
Eve dijo:
- Se acercó con una de esas tenazas… pinzas ¿viste? Con un cubito. Yo estaba haciéndome la otra mirando la luna en el balcón. Y me metió el cubito por el vestido. – agregó algo inaudible. Rieron.
- Pero es hielo seco.
- Para nada. Quiero abrir la ventanilla.
Algo metálico tintineo en la alfombra del asiento trasero. Eve se inclinó. Cecilia dijo:
- ¿Podría dar luz a mi amiga?
Esperó una broma por la forma en que hizo el pedido. Pero nada. Lo prefería así. Otras veces, cecilia, aun con esa ropa había sido victima de miradas lujuriosas por el retrovisor. Eve sostenía con los labios el clip que ayudaba al puntiagudo palillo chino a sostener el rodete. Gracias igual, eh. Pero el taxista sobrepasó los límites de hostilidad con aquella mirada cargada de odio ¿Qué le molestaba que Eve se persignara al pasar por la catedral?
Cecilia conocía bien a Eve por eso cuando la vio sacar la puntita de la lengua se dio cuenta que no se sentía bien. Ella podía resistir ese viaje asfixiante, años de actividad física la habían hecho resistente. Pero Eve…
El hombre subió la ventanilla que Cecilia había bajado.
- Por favor…- murmuró Eve.
- Okey, dejá. Cecilia empezó a soplar la cara de su amiga. Pero que feo se las vería el hijo de puta…que ahora se pasaba. Y… gruñía. Cecilía se colgó del asiento del acompañante.
- ¡A la derecha!
¿Lágrimas en los ojos del hombre? Cecilia se volvió a su amiga. Le sopló la cara con fuerza. Entonces una luz anaranjada iluminó el asiento trasero, los labios morados, los ojos en blanco, el rodete ¡y el palillo chino! ¿Cuántas miradas de taxistas aparecieron en la mente de Cecilia? Ella era deportista y no tenía nada a favor ni en contra de ningún taxista. Todos los días la traían y la llevaban del club a su casa…
El taxi iba directo al río, pronto estaría sobre el empedrado…
Cecilia recordó un coche de videojuegos perdiendo el control y muñecos de publicidad saliendo despedidos por un parabrisas. Con el palillo rayó el cuello del taxista. El coche vibraba. Dejó dos puntos al intentar clavárselo. El taxista frenó de a poco y se hizo a un costado del camino como un oficinista prudente al que le suena el celular. Se bajó el cuello de la camisa:
- Con fuerza, nena- dijo.
Ella, llorando, pensó en los músculos que corrían en todas direcciones por esa zona y un conductor que lleva los brazos en tensión…
Más allá la feria el puerto: con sus luces, sus adornos a precio dólar y sus turistas. Pero en el coche las puertas trabadas y solo él podía destrabarlas.
- ¡Con fuerza! ¡dale, hija…
Entonces Eve arrebató a Cecilia el palillo y cumplió con el pedido del taxista.
Horas antes, el hombre descansaba en la cama cuando su hija, en pijama de ositos, lo atacó con una cuchilla. Era como un juego: te badaré, le dijo ella con voz gangosa ¿pero en que descuido habría él olvidado esa cuchilla? El hombre rodó y cayó contra un modular. La primer puñalada se clavó en el colchón, entonces la muchacha intentó saltar la cama, pero cayó ¿y eso que crujió, fueron sus entrañas?
Las puertas se destrabaron.

Una más, hija.
Y Cecilia creyó que aquello había sido una frase incompleta.