domingo, 5 de septiembre de 2010

La mochila (cuentos del matrimonio x)

La mochila salvó a Silvia de dar con la cara en el piso. Cayó contra el cemento del anden; no pudo poner las manos, pero llevaba la mochila delante y eso la salvó. Horas antes había apelmazado un montón de analgésicos y los había empujado con agua. La nausea no la detuvo.
Desde el suelo escuchó voces de vendedores y viajeros, eran las primeras que le llegaban en días.

Edgardo no le preguntó por qué. La imaginó machacando pastillas mientras la veía dormir. No fue necesario un lavaje de estómago por suerte. No hubiera soportado ver ese caño entrando por la boca de la mujer. A martín lo había llevado a la casa de la abuela Norma. Como se agarraba Martín de las paredes de la casa de la abuela Norma, los domingos a la tarde cuando tenía que volver a su casa. Y como esperaba el fin de semana para ir con ella. Y eso que no tenía heladera la vieja. Edgardo pensó en Roberto, el padre de Silvia, ocho años llevaba prometiendo la heladera. Era cuestión de ir a buscarla. Edgardo sintió el vacío que se siente al caer en un pozo durante un sueño. Saltó de la silla. Tapó el pie de Silvia, pero antes lo comparó con el mismo pie quince años atrás.
Me fui al banco, martín está con tu mamá” decía la nota en la heladera. Hubo arcadas y vasos de agua fría. No, hoy no es día de abuela, martín.
Haría las compras, acomodaría la casa y antes del mediodía repetiría: no, hoy no es día de abuela, Martín.
En el camino al supermercado se encontró con Beatriz, la maestra del chico. ¿sabría lo de las pastillas? Por segunda vez en aquellos días le llegaba una voz limpia.
- Tenés que ponerte mejor, Silvia. (Al marido de Beatriz lo había matado la mafia de la carne, eso contaba ella a sus alumnos) Cambiarte ese buso amarillo.
Le dijo “mi amor”, le dijo: “belleza” después le preguntó si tenía plata para ropa. Silvia imaginó el placard de Beatriz lleno de camisas floreadas, como la que ahora usaba para regar las plantas.
- Si, tengo.- dijo.
Un tiempo después Silvia se acordaría de las palabras de la maestra del chico y cambiaría varias cosas en su vida.

Silvia uso el buso amarillo una vez más. En las vacaciones de verano. En el hotel de la mutual del banco; una niña se pasaba el día corriendo por los pasillos, golpeando puertas y jugando con el ascensor. Silvia se puso una careta, el buso amarillo, se cubrió con la capucha y persiguió a la niña. Después guardó el buso y cerró la valija.

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