miércoles, 19 de mayo de 2010

¿Cómo vamos a recorrer esta avenida en eso?

Recién cuando llegó a casa se dio cuenta de lo que había pasado. Para mí que sufrió eso que ahora llaman shock. Shock emocional. Apenas cerró la puerta empezaron a temblarle las piernitas. Yo lo ví y él no lo disimuló. Se sacó el pantalón y todo; como si quisiera mostrarme lo que le pasaba, sin pudor. Su contextura nunca fue grande pero compensaba con su temperamento; un temperamento ¡tan italiano! Pero ese día le temblaban las piernas. Y yo pensé que podía caer un chorrito de pis tranquilamente. Mañana te llevo a la clínica, me dijo, después voy a la agencia; entrego las llaves y se acabó. Ya no manejo más.
Prefería la bicicleta. Con la bicicleta uno para, se sube al cordón. Él tiene un reparto de bolsas camiseta de polietileno. Le sugerí que comprara una motito con la plata del coche. Pero la moto, según él, era un ataúd y yo quería enviudar.
Las motos son un peligro para los jóvenes que no tienen conciencia de la muerte. Hace uno o dos años nos quedamos atascados en un embotellamiento cerca del paso a nivel del club “Los patos”. Entonces todavía jugábamos al tenis en parejas con Nelly y Oscar (Hacíamos intercambio de parejas: Nelly con Rubén y yo con su Oscar. Y de un día para otro Oscar se nos fue; Nelly empezó a llamarme todos los días, siempre la misma anécdota. Un día el protagonista era Oscar al otro día su padre. Tuve que desconectar el teléfono durante las tardes hasta que Nelly también se nos fue.). Volviendo a esa destemplada tarde de domingo, al embotellamiento quiero decir: nos enteramos de que más adelante había habido un accidente de moto. Nelly y yo íbamos en el asiento trasero y ella me habló sobre la conciencia de la muerte. “Un viejo puede andar tranquilamente sin casco que nunca va a pasarle nada ¿Alguna vez viste a un viejo muerto en un accidente de moto?”. Más adelante ellos comprobaron que el accidentado era un joven. Yo no quise mirar, pero sentí; juro que sentí la muerte, como aquella vez que me dormí- en el jardín de la casa de mi abuelita- sentí una gata peluda arrastrándose por mi mejilla. La sentí en sueños y cuando desperté tenía una quemadura tan dolorosa. Ya no hay más gatas peludas ni luciérnagas… no quiero ponerme sentimental. Estuve por decirle a Rubén que la moto era un peligro combinada con la juventud pero con la vejez… pero era para discusiones y yo no estoy ya para esos trotes.
A la noche tampoco le hice ninguna escena cuando me metió el perro en el chin chon. Lo dejé pensativo en la mesa. Me preguntó si estaba dolorida y le dije que no. Se debió preguntar si ya no me importaba ese juego, y la verdad es que esa noche no. Esa mañana el chico del almacén me había encargado que le recuerde a mi marido que necesitaba reforzadas de 35x45 para el día siguiente.
A las nueve, Rubén no me había despertado para que lo ayude con el conteo. A lo mejor creía que su negocio era algo tan insignificante como el chin chon, por porotos. Le recordé que a fin de año nos iríamos a la playa con la ganancia. Pero igual postergaría el reparto, ese día solo quería llevarme a la clínica y después desprenderse del auto. Estaba firme en la decisión sobre el coche. Salió y puso el coche en marcha.
El reparto empezó siendo algo muy chico; una excusa para salir a caminar después de mi primera operación. Así que al principio andábamos los dos a pie con una bolsa cargada de bolsas, pero después creció el reparto y yo me quedé afuera. Ayer me di cuenta de que el reparto es importante; el almacenero (un muchacho un poco amanerado que igual se casó) no tenía donde poner unas latas de conserva para una muchacha y tuvo que usar una bolsa con la propaganda de un supermercado. Le cuento eso a Rubén, pero el insiste: no somos imprescindibles. Sigue amargado, no le tiemblan las piernas pero está mal. Se admira de cómo camina su Súper Europa. Es solamente un coche, Rubén. Y él: que descuidado tenemos el jardín. Es la estación. Nos alejamos.
En la avenida, por la zona de los Shopping y las casas de electrodomésticos, Rubén seguía amargado, más viejo que nunca. Yo era la que tenía que ir al tratamiento pero el que renegaba era él; renegaba como una batería, como un loro de cien años. Sos un loro de cien años, fue gracioso porque el coche era verde loro. Traduzco lo que decía: Muchachos escuchando su música en esos aparatos, (¡se llaman walkman, viejo loro!) padres de familia que así educan a sus hijos bajando al cordón sin mirar si viene un coche; además lo insultan a uno, chicos que se les escapan a las madres mientras estas miran licuadoras. Dicen que los ricos son consumistas, eso es una mentira, los que más consumen son estos pobres (usó términos peores). Entonces se dispuso a hacer algo; por todas las veces que lo insultaron en esta cuadra y por lo que le habían hecho, y yo me opuse pero no con demasiado énfasis. Un hombre de campera caminaba por la calle como si fuera suya, entonces Rubén pisó el acelerador y con el espejito casi le arrancó la mano al hombre, este se arrodilló en medio de la calle. Después de eso el viejo loro paró de quejarse. Me dejó en la puerta de la clínica y se fue. Mirá el coche por última vez, dijo. Y eso hice. Después entré en la clínica.

En la sala de espera recordé lo que había pasado el día anterior. Por una mala maniobra casi enviudo. Fue en la calle que costea la vía, Rubén encerró, sin querer, a un conductor. El conductor se bajó y le puso un revolver en la cabeza a mi esposo. El hombre agitaba el arma sin parar, estaba nervioso. Realmente nervioso. Un hombre con muchas presiones, pero eso no lo justificaba. Y ahí pasó lo increíble, seguro que si lo escuchan de boca de Rubén no van a creerlo, pero fue así, mi esposo dijo: “Tirame si tenés bolas, nene” lo dijo con mucha tranquilidad. A lo mejor él agregue que lo tenía medido y que estaba a punto de sacarle el arma; eso no es cierto, pero lo que si es cierto es que dijo: “tirame si tenés bolas.”

El tratamiento me dejó encandilada y esperé a Rubén sentada en las escalinatas de la clínica. Por suerte yo no necesito de mis nietos como la anciana que entró en silla de ruedas, nosotros somos independientes a pesar de todo.
La clínica está sobre una avenida muy concurrida sin embargo ¡escuché una campanita!
Rubén venía a buscarme en una bicicleta inglesa ¿Cómo vamos a recorrer está avenida en eso? ¿Cómo hará para llevarme entre el transito? Él es un buen conductor de bicicletas, pero… El loro de cien años se ríe y hace sonar la campanita. Seguro vamos a terminar caminando. Pero voy a darle el gusto y voy a subirme.

1 comentario:

  1. mmm... interesante, costo un poco entenderlo, pero esta bueno... esta bueno

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