viernes, 24 de diciembre de 2010

Prisionero de Techint

Lo primero que mis viejos hicieron juntos fue quemar una carta de Vaca Narvaja. La carta había llegado de Méjico y contaba en detalle las torturas a los presos políticos. Mamá le mostró a papá aquella carta y papá dijo que había que quemarla urgente, que si te agarran con eso. Las prendieron fuego en la pileta de la cocina.
En aquellos días mi vieja iba de casa en casa. El padre la había abandonado junto a la madre; un día dormían en una pensión, al siguiente en un hotel, hasta durmieron en un albergue transitorio. (En esos días también dejó de creer en la amistad. y hasta hoy descree)
En la casa del barrio el fogonazo no había baño, así que papá, que estaba de visita, salió a orinar al patio. Mientras meaba escuchó ruido en el techo, entonces levantó la vista y vio a su suegro. Entró a la casa. Mostrame una foto de tu viejo, le dijo a mamá. Entonces corroboró: el tipo del techo era su suegro.
(En cuanto a la hermana de mamá, vivía en casas de amigos y ya empezaba con los recitales: judas priest, iron maiden)
Mi viejo era un prisionero de Techint (todavía canta una cumbia que habla de esos días). Trabajaba doce horas por día en un trailer, pagando sueldos e indemnizaciones. Veía partidos de cien contra cien, jugados con una cabeza de vaca. Por la noche se emborrachaba, sin excepción, de lunes a viernes. Amanecía en algún descampado, el sol en la cara; buscaba algún colectivo que lo dejara cerca del trabajo. Y de nuevo el círculo, circulo que se rompía los fines de semana cuando visitaba a mamá.
Una vez un tipo enorme se metió en el trailer. El tipo había estado metido en el mato groso, en las obras de alto riesgo. (Cada tanto se indemnizaba a alguna viuda) el tipo entró (innecesariamente) con un cuchillo. Pasó la lengua por la hoja del cuchillo y se puso a correr a mi viejo en torno a la mesa. (Mi viejo tenía ojos azules, un cuerpo bien formado por la natación, pero el tipo con el cuchillo era un gigante.) Por suerte en ese momento entró otro gigante, un tipo al que mi papá había ayudado con una cuestión contable.

En esos días empezó el chiste de mi viejo: ponía un dedo extendido y llamaba a mamá, que estaba distraída viendo tele. Cuando mamá se daba vuelta solía encontrarse con que tenía el dedo en el ojo. Ahora mi vieja dice que todo empezó con aquel chiste, lo dijo varias veces durante los 25 años que estuvo con papá. Ese chiste fue una señal, decía, y yo tendría que haberme dado cuenta.

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