sábado, 4 de septiembre de 2010

La lavandería (cuentos del matrimonio x)

Los sábados a la mañana se levantaban y preparaban un desayuno con las cosas que la tarde anterior habían comprado en la panadería. Había sábados lluviosos, era los que mas le gustaban a martín; los fríos eran los que mas le gustaban a Silvia, que durante la semana prefería temperaturas agradables. A martín le gustaban las mañanas lluviosas y oscuras porque en mañanas como esas Edgardo no se levantaba ni de casualidad. Pero esa mañana fue otra cosa; cuando arrancaba el catch, Silvia seguía renegando con el lavarropa. Esa mañana el lavarropa de mierda había dejado de funcionar porque sí. Claro, era una de esas cosas coreanas, descartables. Martín había visto una película en la que un medico practicaba una traqueotomía mientras fumaba. Su madre le hizo acordar al medico y el lavarropas al paciente. Silvia abrió el lavarropa, sacó la ropa humeda. Le pidió el bolso a martín. Él entró con cuidado a la pieza del padre. Se subió a una silla y agarró el bolso. Rayos de sol entraban por las hendijas por eso Edgardo llevaba las anteojeras.
El tren pasaba sobre el puente, dos chicos se asomaron por una ventanilla del tren, balbuceaban palabras, uno intentó escupir a martín. Todo eso pasó inadvertido para Silvia.
El lavadero estaba a cargo de un testigo de jehová que siempre mostraba a martín dibujos de paraísos prometidos, pero también de Apocalipsis.
Se los mostraba sin importar lo que Silvia dijera. La mujer se prendía un cigarrillo delante del hombre; él hombre ya estaba acostumbrado a cosas así. También le ponían música heavy en las casas para espantarlo. Él era predicador.

- Nosotros ya tenemos nuestra religión- decía Silvia. Pero a Martín le gustaban los dibujos de las Atalayas.
Después de la compra del lavarropa habían dejado de ir a la lavandería. Martín se acordaba de la imagen de la hilera de personas, tomadas de las manos, ascendiendo una montaña.
- Esta mañana me lo tiene que dejar, señora. Hasta el mediodía.
Había bolsos por el suelo y en las estanterías. En esos días las lavanderías (al menos en el pueblo de Martín) no tenían autoservice. Martín se quedó con ganas de ver dibujos, no era una buena mañana hasta ese momento.
En la tele el catch ya estaba terminando, Edgardo estaba levantado. Buscaba algo.
- El lavarropa se arruinó- dijo Silvia.
- Lo que faltaba.
Edgardo le sirvió un mate. No encuentro mi pantalón, dijo.
- Usa el yoguin.
- En el pantalón tengo la plata.
La mujer miró al niño, el niño miraba la tele. Al rato el mate impactó contra la pared dejando una mancha verde y algo de palo y de yerba. El hombre se tapó la cara. Es culpa mía, dijo, pero después cambió de opinión.
En momentos así, martín deseaba un compañero como mascara de león. Mascara de león dando un sillazo (plegable) a su papá.
Años más tarde martín decidiría el mismo ser mascara de león. Y como si Edgardo hubiera leído el pensamiento del muchacho, ya no volvió a hacer cosas así con Silvia.

Volvieron a la lavandería. El hombre tranquilizó a Silvia. Le dio un vaso de agua. La plata estaba integra dentro de un casillero.
- Si a usted le confío cien pesos cuando vuelvo hay ciento diez.
El hombre dijo algo que estaba en la Biblia. Martín miró los libros sobre el mostrador. Quería abrirlos y mirar los dibujos.
- Las familias- Dijo el hombre- cosa complicada. Está todo dado para que sean felices. Pero.
Después admitió que la de él tenía conflictos. Contó que un predicador había tocado el timbre de su casa justo cuando él estaba cerrando el puño. Fue una señal. ¿Qué duda cabía?
- Tengo un termo con café con leche. Hay de sobra. Pensé que mi hijo iba a venir pero se habrá demorado. Voy a buscar algunas cosas a la panadería. ¿Me acompañan?
Se nubló. Habría desayuno. Martín apoyó la cara en el muslo de Silvia y miró la ropa girando dentro del lavarropa.

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