Tarde de verano en un barrio porteño. Juan y Renata están parados frente a la doble puerta de un zaguán. Es la casa de la tía abuela de Renata. Los pájaros trinan. Renata saca una llave, se la pasa a Juan. Juan la pone en la cerradura, gira haciendo el minimo ruido, y la puerta se abre. Juan está cumpliendo un sueño de su infancia. Ve la vegetación del zaguán, las plantas que cuelgan; siente la frescura, el aire húmedo. mira a Renata.
Entran. Con mucho cuidado arriman la puerta hasta dejarla casi cerrada. Renata mira la hilera de hormigas. Renata y Juan se sientan contra la pared y Renata hace un gesto interrogativo. Nada, responde Juan en voz baja. Eso era todo: Sentarse ahí, a esperar que se termine la tarde. Comer algunos sándwiches, tomar agua fresca. De a ratos les llega la voz de un conductor radial. Por momentos el silencio es completo. Afuera el calor es agobiante, pero en el zaguán se respira aire fresco y húmedo.
Renata busca alguna vaquita de san Antonio y la encuentra posada en una hoja de malvón.
Renata logra atrapar una vaquita de san Antonio, la guarda en un frasco durante un momento, después la devuelve a la hoja de malvón.
Escuchan los pasos de una vieja, que se arrastran y se esconden detrás de una maceta. Juan había estado en zaguanes, Renata también. Pero los zaguanes que conocían pertenecían a escuelas, a clínicas odontológicas. Esto era diferente, el zaguán de una casa de anciana, de una casa de viuda. El problema fue la alergia de Renata. Estornudo y tuvieron que salir corriendo. Voy a llamar a la policía, gritó la anciana.
Renata y Juan corrieron hasta la estación de caballito. subieron al tren. Atardecía. Bajaron en paso del rey, compraron un cuaderno y dos lapiceras: una verde la otra lila. En la plaza de paso del rey escribieron acerca del zaguán.
Que hermosamente aburrido fue estar en ese zaguán, nunca en mi vida me había aburrido tanto, escribió Renata. Quisiera ser un bichito de esos, quisiera vivir en el zaguán de una casa de vieja, sobre una hoja de potus, ese es para mi el paraíso, mi paraíso personal. Juan sonrió. La miró y sonrió.
Gracias, Juan. Gracias a vos, Renata.
Pasé la tarde mas linda de mi vida.
En la plaza algunos ancianos jugaban al ajedrez. Llegó la noche.
Renata miró su celular. El mensaje decía: con papá nos vamos a la fiesta. Venís?
No puedo. Juan tiene que estudiar y quiero ayudarlo, respondió Renata.
Renata se puso el vestido color té. Bailó un poco como una muñeca de cajita musical. Juan sonrió desde la cama.
¿No hay papel de seda? porque quiero escribirte un poema, dijo Juan.
Ella sonrió y se recostó junto a él. Podía dormirse sobre el cuerpo de él. Era tan liviana, pesaba 45 kilos. En el terreno frente a la casa de Renata se encendieron las luces. Juan miró el reloj, eran las diez y media. Al rato empezaron a jugar al futbol en el terreno. A Juan le molestó la forma de respirar de uno de los jugadores. Las inhalaciones y exhalaciones de uno de los jugadores, se escuchaban hasta la habitación de Renata. Con mucho cuidado, Juan apartó a Renata. Ella sonrió. Los sueños de Renata eran tan tranquilos. Juan también sonrió. ¿Se trataba de un caballo blanco con la crin al viento en un paisaje acuoso?. Renata siempre le contaba los sueños a Juan. "Si supiera componer-decía-.Siempre mis sueños son con música. a veces salto tan alto que toco la luna. otras veces estoy sentada sobre una piedra, como esas mujeres celtas de las tarjetas."
Juan se puso las medias, con cuidado corrió la ventana. Muy suavemente. Calculó un poco. Después bajó las escaleras, salió al patio. Del montón de piedras tomó la más pesada y sólida. Volvió a la habitación. Miró a Renata. Después arrojó con toda la fuerza, la piedra por la ventana. Escuchó los gritos en el terreno, pero Renata no escuchó nada, seguía con sus sueños de bailarina. A lo mejor soñaba con la hermosa tarde en el zaguán, con una vaquita de san Antonio.
martes, 7 de diciembre de 2010
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