sábado, 11 de diciembre de 2010

Nota en la reposera

Están pasando algo de Dylan por ahí. De Bob Dylan, lo imagino subiendo a un vagón de carguero, de un tren en marcha, la adrenalina... el guarda saliendo de la caseta. No te va a alcanzar, Bob. Pero eso es parte de otro cuento.

Quiero una armónica, dame una armónica hermano. Tirado en este patio quisiera aprender a tocar la armónica. Y así sentirme en un rancho, en la galería de un rancho norteamericano, en una mecedora, una vieja hamaca desvencijada. Más allá los pastizales dorados. El sol de la tarde.
Pasame una armónica, hermano. Como dice mi amigo, "la armónica es un instrumento que emite sonidos del pasado". Que emite siempre una música vieja. Pasame una armónica, hermano. Sentame en una hamaca, en el porche de una casa derruida, casi abandonada del mundo. Olvidada del mundo si querés. Una vieja casa yanqui, cómo la de aquel capitulo de la dimensión desconocida. En ese capítulo había una casa derruida, como la que yo quiero. Y una mujer con su escopeta, en el porche. La mujer, sentada en la hamaca, veía pasar un desfile de soldados, era la época de la guerra norte-sur; la guerra de secesión. Era el final de esa guerra y la mujer veía pasar el desfile de soldados de un bando, o a lo mejor- como ya había terminado todo- ya se habían mezclado los bandos. Los soldados ahora eran tipos sin bando peregrinando todos juntos.
La mujer (que tenía los labios secos) veía el desfile y esperaba ver, entre los soldados, a su esposo.
Uno de los soldados se separó del grupo y entró en la casa sin pedir permiso, buscó agua en los frascos de la estantería. Pegó la boca a las canillas, pero nada. La mujer no dejaba de apuntar al soldado, que buscaba agua. Ella supuso que el soldado sediento estaba aturdido.
Pasame una armónica.
El soldado se persignó ante un retrato del esposo de la mujer. La mujer sintió que ya era viuda. El soldado volvió a las filas.
Al final la mujer supo que en el desfile no solamente se mezclaban yanquis y sureños, sino también vivos y muertos, y supo que no tenía más remedio que unirse al desfile. Mejor dicho a la marcha, a la larga marcha.

Escribo estas cosas en un tono bastante presuntuoso. Lo que más me acuerdo de ese capítulo es la música de armónica, la música de armónica que sonaba todo el tiempo. Una música estupenda que se te metía en el pecho (porque salía del pecho de los soldados y del pecho de la mujer que esperaba y del pecho soldado sediento que se persignaba). En fin, disculpen toda esta grandilocuencia.
No sé si conté bien la trama, vi ese capítulo hace muchos años. Mi vieja me mostró la dimensión desconocida. Hay cosas del capítulo que no supe transmitir, como la sensación de sueño que generaba y eso.
Pero como ya te dije, lo que necesito en este momento es una armónica. Aunque un montón de hojas (como estas en las que escribo) y una lapicera se parecen bastante a una armónica. Esta reposera a la silla de hamaca y esta casa a las casas olvidadas del mundo.

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