miércoles, 13 de abril de 2011

Noche de verano


Escribo:
“A las moscas hay que sacarlas del mundo.”
A las moscas, entre corchetes porque es una parte agregada por mi, igual que del mundo, pero del mundo no lo encierro con corchetes. Sigo:
Como vemos desde siempre las personas rechazan a las moscas. Y: ¿Y no son las cucarachas moscas gigantes?
Aprendí a hacer esto de unas revistas que le dejaban a mi abuela un grupo de Testigos de Jehová. Pienso y agrego:
“De ahí el miedo a las cucarachas”. Lo tacho. Me quedo pensando. Casi vuelvo a escribirlo, la silla me está matando. Apago el ventilador y después la luz.
En la cocina, Verónica lava un plato.
¿Tanto por unas miguitas?
No responde. Estará pensando en otra cosa. Es raro, pero apagó todas las luces.
Mirá, le digo. Pongo el cuaderno a la luz de la luna. Lee lo que escribí.
Está bueno, dice, ¿de donde lo sacaste?
Le digo que saqué la cita de un libro antiguo, lo demás es reflexión. Le pregunto si le sirve de algo saberlo, si cree que puede ayudarla.
Me dice que no sabe, ya lo veremos antes de que termine la noche.
Dejo el cuaderno en la pieza y salgo al patio. Miro el tambor ¡como nos salva cuando falta el agua!
Me siento en la mesa para alejarme del calor del piso. Ella sigue fregando, se que es una palabra vieja, pero es lo que hace.
Hago una plegaria para que deje de limpiar y venga. La entiendo, la casa es muy sucia. Enseguida se acumulan costras de grasa sobre la mesada, el piso se ve sucio apenas se seca, creo que está percudido. Con Verónica decimos que en esta casa vive una familia india que se levanta cuando trabajamos o dormimos. Una vez nos estábamos durmiendo y yo dije que el padre estaba preso. Y cuando la casa se ensucia demasiado, ella dice: se fugó papá indio.
Mi plegaria es escuchada y ella se sienta en el banco, a distancia de masaje.
¿Qué nos pasa esta noche? Estamos poetas.
Dios estornudó sobre un telón negro, dice.
Un grillo canta.
Digo: nunca puedo saber de donde viene.
Tenés que pisar fuerte, dice ella, cuando se calla es que estás cerca. Me dice que ella adjudica el canto a la estrella que titila.
¿Por qué no traigo el cuaderno? Me lee el pensamiento y yo tengo ganas de decirle lo de la plegaria, pero no quiero demorarme. A medio camino se me da por pensar en la familia de indios, agarro el cuaderno y corro.
Intentemos eso de la estrella, dice, vos que sabés.
Escribo algo.
Bien, bah no se, muy mecánico diría, dice.
Como lo dijiste entonces.

Le adjudico el canto del grillo
A la estrella que titila

¿Lo dije así? pregunta.
No me acuerdo.
Quiere escribirle algo al tambor. Se le ocurre reemplazar tambor por tonel o barril.
Siempre le decimos tambor, él es Tambor, digo.
Está bien, me gusta.
Trata de decir que el tambor atrapó un trozo de cielo nocturno y que ella lo comprobó a la mañana cuando se fue a lavar la cara. Sugiero que sea una narración.
Ella dice:
Vamos a escribir todas las noches un poco, nos va a ayudar. Sobre nuestros trabajos, sobre estos momentos.
¿Puedo escribir de mi cintura?

Un amigo de Verónica rompió la reposera. Y ahora el respaldo está caído. Antes de medianoche estamos haciendo el amor en esa reposera. Tendría que tensar el abdomen pero me dejo caer, mi cabeza casi toca el piso. La tensión de la cintura se va y es el paraíso en esta posición. Levanto la cabeza y veo a Verónica sonreír con los ojos cerrados. Es todo.
Al rato está sentada en el piso. Yo sigo en la posición y trato de justificarme cuando ella posa una mano abierta en mi pecho y dice que me entiende y que va a traerme coca. Al levantarse hace un movimiento nuevo con la pollera.
Me oigo decir:
¿Por cuánto tiempo más?
Entonces ella emite dos grititos, pero esta vez no sale al patio a refregarse brazos y piernas y a no dejar que la toquen.

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