jueves, 28 de abril de 2011

La noche del barco

No me acuerdo que hicimos durante el día. Pero a la noche fuimos a comer al puerto. Esto fue en Necochea quequen, comimos en un restaurante vidriado, una picada náutica. Nos costó unos 50 pesos, tenía ranas. A mi me gusta todo, menos los quesos.
El año anterior habíamos caído en la pescadería de un viejo mafioso, que nos estafó. Danuncio, el tipo que nos alquilaba la casa (en Necochea) nos contó que el tipo de esa pescadería tenía unos homicidios encima y además era cafisho.
Me acuerdo de que el tipo nos paró, nos dijo que evisceraba a los cornalitos uno por uno, "que trabajo ¿no?". Y sabía la edad del hijo con años, meses, días, minutos... (Miró el reloj) y segundos. Un gran tipo, pero tenía algunos homicidios. Y nos arrancó la cabeza: 75 pesos una picada. Era el uno a uno, eso era caro.
Pero volviendo al año siguiente, comíamos la picada náutica cuando empezamos a ver las luces de un barco. Faltaban algunas horas pero el barco entraría esa noche. Terminamos integra la picada, no quedaba nada y seguíamos con hambre. Al menos yo. Mis hermanos eran chicos y comían poco.
Fuimos a un puesto de rabas y cornalitos (los cornalitos no estaban eviscerados uno por uno). Valía un peso el cono. No lo podíamos creer, descubrimos el puesto, un poco tarde. Nos quedaban pocas noches para terminar esas vacaciones.
Había un mesero y estaba el matrimonio: ella freía, él atendía. El chico, que no era nada de ellos, traía las cosas a la mesa. Era un puesto de chapa, pintado de coca cola. Mesas de plástico. Las rabas eran mucho mejores que las de la picada náutica, los cornalitos crujían.
Me acuerdo algo de lo que hicimos antes de la salida que les cuento; nos bañamos, claro. Y con mi viejo esperamos a mi hermana y a mi vieja viendo los Simpson.
Mi viejo era un bancario bronceado, pero se sintió feliz charlando con el gordo dueño del puesto, portuario de pura cepa. Y la mujer le explicó a mi vieja como hacer las rabas. Fue una noche un poco cursi, pero estupenda.
Me imaginé cruzando el río a nado.
Nos acercamos a la escollera, y nos sentamos en familia, a ver la entrada del enorme barco finlandés. Mis viejos eran papá y mamá enamorados. El día una isla. Miramos alrededor y con un poco de egoísmo nos alegramos de tener ese espectáculo para nosotros solos. Un poco alejadas las luces del puesto y el mesero plegando y entrando las cosas. Los focos se apagaron y solo quedó la galaxia de luces del barco.
Una parcialidad de la familia quedó en el muelle, pero la mayor parte volvió al Duna.
El tipo que nos cuidaba el coche recibió cinco pesos, era un tipo sacado del cine, en un estacionamiento lleno de polvo, sacado del cine. Y el tipo hizo un comentario digno del cine, tocándose la visera en plena noche.
Desde el coche vimos un marinero con una mochila bajando las escaleras del barco.
Nos fuimos por un camino de tierra, arbustos a un lado y otro del camino y los ojos rojos de una liebre a toda velocidad. Hay noches como esas, se los aseguro.

nota aparte e innecesaria: al año siguiente volvimos al puesto, las rabas eran más caras, el puesto mas concurrido, todo más elaborado. El mesero había cambiado el color de ojos imitando a Maradona. El tipo del estacionamiento estaba acreditado y no parecía un personaje de cine. Años más tarde el puerto de Quequén dejó de tener acceso al público, pero ese es otro cuento.

No hay comentarios:

Publicar un comentario