jueves, 24 de febrero de 2011

La ribera

Todos dicen lo mismo, o si no lo dicen lo piensan: tarde o temprano iba a terminar así, y después preguntan-lo veo en sus miradas- ¿porque no le pediste que acabara de una vez con esas caminatas? ¿Porque nunca le dijiste que las hiciera sin el reloj? ¿Porque nunca le sugeriste que cambiara el recorrido?
Todos- absolutamente todos- los días mi hermano hacía una larga caminata, salía de su casa a medianoche y volvía cerca de las cuatro de la madrugada. ¿Que quería demostrar? ¿A donde quería llegar? ¿Que buscaba? creo que escribo esto (en los intervalos de la pintura) para encontrar una respuesta. Su recorrido era el siguiente: pasaba por lo de Daniel el terrible; una concesionaria de autos usados; a veces después de pelear con la esposa, Daniel se iba a dormir a su oficina vidriada y desde ahí lo veía pasar a mi hermano. Eso cuenta.
Después pasaba por el gimnasio, los jueves y viernes los boxeadores de alto rendimiento entrenaban hasta pasada la medianoche, se tomaban un descanso para saludar e intercambiar algún: "noche helada" o "que calor está haciendo" con mi hermano.
Un poco más allá estaba la funeraria. Debés en cuando había un servicio, y entonces Omar (el empleado) salía a fumar a la calle: "sobredosis", "infarto, hay que andar más tranquilo", "accidente", "todavía investigan". Cosas así le decía Omar a mi hermano, pero mi hermano no detenía el paso. Un paso lento pero implacable. El recorrido incluía el puente que pasa sobre el río, veía coches estacionados en la ribera y se preguntaba ¿para que tan lejos? ¿Porque no paraban en cualquier calle? nadie diría nada ¿a quien puede molestar una pareja haciendo el amor?
Un día mi hermano apareció flotando en ese río. Nada de otro mundo: no tenía el reloj, se lo habían robado.
Ahora quiero contarte/ contarme, un episodio -a lo mejor insignificante- sobre mi hermano:

El embarazo (la perdida de calcio que este genera), el cigarrillo, los analgésicos, los dulces, el descuido; habían picado, hasta el hartazgo, los dientes de mamá. Así que cada miércoles con mi hermano pasábamos dos horas en la sala de espera de la dentista. Quiero hablar brevemente de la dentista: era una mujer breve, odiaba a los hombres con un odio injustificado e irracional. Mi hermano decía que ella tenía un bigote invisible. Atendía a los pacientes en un caserón viejo, de estilo español. La primera vez, apenas entramos, escuchamos un grito masculino desaforado. Uy, disculpe, no agarró la anestesia, se justificó la vocecita chillona.
El tratamiento de mamá, fue lo que se dice un tratamiento integral, por lo tanto en esa sala de espera sufrimos todos los climas.
Un día (que trato de recuperar en los sueños) mi hermano me propuso una excursión por la casa; tiempo atrás el padre de la dentista había tenido una disquería. Al morir el padre la dentista bajó la persiana. Mi hermano estaba seguro de que todo lo que había en la disquería había ido a parar a alguna habitación de esa casa. No me acuerdo (y lamento que sea así) si llovía aquel día o si hacía calor; sí recuerdo el olor a humedad de las paredes frescas que íbamos rozando. Pasamos por varias habitaciones, una pieza que parecía de vieja, nos reflejamos en un espejo de armario (que parecía haber venido en un barco), sentimos la tos de una vieja más muerta que viva; el silbido de una pava me sobresaltó, o me hubiera sobresaltado de no estar mi hermano ahí. Finalmente através del vidrio de una puerta vimos pilas de discos y estanterías vacías en verde y violeta. Abrimos la puerta, hicimos rechinar la madera con nuestras pisadas. Oíamos perfectamente el torno y la voz de la dentista. Me di cuenta de que mamá estaba al otro lado de la pared y me acerqué para oír mejor, cuando mi hermano me llamó; había encontrado lo que buscaba. Acá está, dijo y abrió el baúl. Dentro había un montón de cuadros acartonados: en el primer cuadro una ciudad nocturna salpicada de estrellas: la luz de la luna daba en la terraza de un edificio; el arcángel Gabriel tocaba la trompeta junto a un hombre cualquiera. En un balcón una mujercita movía el pie, por la dura acera un negro escondía las manos en los bolsillos. Detrás de la ciudad había una festiva aldea con otra temperatura; pequeños y robustos aldeanos bailaban al ritmo de una gaita; en la feria la venta era buena, mientras un rojo globo de fuego se elevaba amenazando salir del cuadro, para insertarse en nuestro mundo de tornos y dientes picados. Más allá de la aldea (¡tan mágicamente mi hermano pasaba los cuadros!)Una mujer de orejitas puntiagudas, sentada sobre una piedra musgosa escuchaba la música de la gaita. Recorrí un bosque nocturno de la mano de mi hermano y salí al mar abierto. Una playa entera para nosotros dos. En ese momento entró la dentista y nos sacó de una oreja porque no éramos niñas y sobre todo porque íbamos a ser hombres con esposas algún día.
Eso es todo lo que quiero recordar por hoy. Mi mujer se fue, creo que no le gustó que dejara el trabajo en el banco. Dice que después de la muerte de mi hermano me volví demasiado loquito. Que es una locura querer dedicarse a la pintura. Le mentí, no renuncié, pedí licencia y me la dieron. Voy a prender alguna luz para poder trabajar mejor.
Con respecto a mi hermano, la última vez que lo vi. fue en una pequeña foto, que mas tarde aparecería en la sección policial de un pasquín. Él, pequeño, flotaba en el río. Una lancha de gendarmería se aproximaba al cuerpo que estaba a punto de chocar contra un montón de bolsas de basura. Después de ver eso me decidí a pintar (increíble ¿no?, pero siempre creí que ese era mi destino). Trabajo en mejorar la foto del diario; cambié a los gendarmes de la lancha por dos hermanos, uno de ellos tiene una caña de pescar; a las bolsas las convertí en rocas musgosas y al cuerpo de mi hermano en un inmenso pez.

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