sábado, 24 de marzo de 2012

Tiene mucho de bueno, digamos: mucho de provecho. Pero algo está mal (mal)... Tiene un personaje y el público compra eso. Mucha gente mirá el programa exclusivamente por él. Los demás hacen buen equipo, juntos tienen el público, pero individualmente no valen nada. Por ejemplo: Fonso tiene cara de palmito. Carisma, lo que es carisma, no tiene ninguno. Pero Rodrigo tiene su propio público. Y es por ese personaje: el pibito que no se la cree, que conserva los amigos de la escuela, que no se va del barrio. La gente lo mira y no ve al personaje, lo ve a él: al pibe de barrio... Pero yo voy al punto, el estudio donde graba queda a cien kilometros de su casa. Por ruta dos. Graban todos los días desde las siete de la mañana. Decime una cosa: ¿no se puede mudar? La gente no tendría porque enterarse. Se muda a veinte minutos del estudio y ya está. Ahora, viaja tres. Tres horas por día. ¿A vos te parece que eso no es aumentar, multiplicar las chances de un accidente? Tocan días de lluvia, de niebla. El asfalto húmedo. Lo de Julian es distinto. La cuarenta también es jodida. Julian me contó que en esa ruta vio a un negro clavandose un Vodka, en un Falcon. Y andá a saber si el negro no estaba empujando pastillas. Pero Julian no es famoso, gana 1.500 por mes. No tiene opción B. Volviendo a Rodrigo: ¿Quién lo lleva? No importa. Si lo lleva el padre -todos los días de cinco a siete- ¿quién te dice que no pueda tener un mal día? Y si es un chofer, lo mismo... No, no estoy siendo oscuro. Ya no tengo el teléfono de Rodrigo. Lo llamaría para decirle: Pibe, mudate. No son miedos, son precauciones. Por ejemplo, yo no voy a un pool. Un lugar donde hay minas, palos y alcohol... No busco situaciones de riesgo ¿Viste como terminan las peleas ahora? Con uno que se cae al piso y otros cuatro que buscan el mejor angulo para patearlo y provocarle un daño cerebral. Valiente no soy. No. Además, quien sea Tony Montana que tire la primera piedra. Tengo que dejarte... El que hablaba -debería tener 27 años- colgó. Corrió la cortina, la luz de los faroles lo encandiló. La chica al otro lado del telefono (si es que del otro lado del teléfono había alguien) pensó que lo que había hecho era atróz, pero más atróz era lo que le habían hecho a ella.

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