sábado, 6 de febrero de 2010

La fragata

Hace cuatro horas, estuve en una reunión, escuché al cajero de supermercado contándome cuánto lo habían revisado por cien “putos pesos faltantes”. Estaba el tipo de camisa tirado en el sillón, estaba pasado y dijo “¿Saben lo perverso que hay que ser para encamarse con Fanny? Fanny la gorda digo, eh” y más tarde, en el cine, intenté concentrarme en esa película del negro entre las malezas, pero nada, todo el tiempo vibró algo en mi cabeza.
Ahora tengo el recuerdo de Mariela, lo ordeno mientras costeo la vía.
Un jueves de semana santa, hace quince años, Mariela me invitó a su casa. En el patio de cemento, el padre de Mariela, (para ese papel pienso en el taxista que dijo ser extra, los rollos le salen por el cinturón) probaba un revólver. Estaba también Celeste, se tapaba los oídos. Mariela me llevó a su cuarto, me dijo que vendía cosas. Eran invisibles. Me llenó de esos productos. Escuchamos retumbar el disparo. Corrimos. El humo, espeso como niebla, no nos dejaba ver qué pasaba en el patio, hasta que escuchamos la carcajada del padre de Mariela y los aplausos de Celeste. Ñia ha ha ha ha, sonaba la risa del hombre.
Con mi mamá nos mudamos de ese barrio.

Me prendo el último cigarrillo, el box contra el asfalto resuena en el silencio.
Hace tres años, tomaba café en un bar de esta calle, no había mesas afuera, era un miércoles de invierno, - las paredes son grasosas en ese bar, y siempre hay olor a fritura.- Alguien golpeó el vidrio, tenía un gorro de lana y camperón violeta que desentonaba con los guantes amarillos. Era Mariela, estaba irreconocible. Se sacó el abrigo, se sentó. Su pelo había oscurecido, ya no lo tenía ensortijado.
Sacó una lapicera, me alcanzó una servilleta y dijo que le hiciera una historieta de mi vida actual. Después me preguntó si era independiente. Le contesté que era tan independiente como cualquier dramaturgo inédito, novato, al que nunca le representaron una obra.
Papá y Celeste, me dijo, se pasean en un descapotable. Con este tiempo.
La llevé a mi cuarto. Me dijo que tenía novio. Describió al muchacho, como un topo con orejitas “infudibuliformes”. Nunca tenía relaciones con él.

Apuro el paso ¿A dónde voy?
Al mes de aquel encuentro, Mariela me llamó, me citó en su casa. “En la habitación las latas de conserva y las hormas de queso están caducas” NO.
Despedí al topo, me dijo y sonrió. Se puso seria, sospechaba que estaba embarazada. Volví a decirle lo de mi independencia. No te preocupes, dijo, es el crimen perfecto. Puede ser del topo, papá no sabe donde vive y vos sos mi amigo, nada más.
Entró Celeste comiendo un cuadrado de queso: ¿y el tabla? Preguntó refiriéndose al topo.

Pasa el tren sobre el puente, un tipo desempaña el vidrio con el puño de la camisa ¿Qué sentido tiene? ¿Trata de avisarme algo?
A los pocos días acompañé a Mariela a un examen de rutina. No entré a la sala, me prendí un cigarro, me señalaron el cartel. Pisé la colilla.
Cuando volvíamos, cruzamos la vía. Yo la crucé apurado, sin mirar atrás; pero ella estaba fascinada por como brillaba el sol sobre el río que había crecido. Me pedía que lo mire, pero yo me prendí un cigarrillo sin mirar en esa dirección; la tomé del brazo y la hice caminar. A mitad de cuadra, frente a una vidriera volví a decirle aquello de la independencia, pero esta vez con amargura.

Saco la libreta y apunto: “dato escenario: poner fragata en el río y que el río brille con fuerza. Tratar”
Después de ese día no volví a ver a Mariela. A muchas novias les hice representar las escenas que tuve con ella, pero nunca me conformaban. Creo que tengo algo… NO.

martes, 2 de febrero de 2010

Una mano terrible

Esa noche, Esteban ganó sesenta y tres fichas en la cascada. Podría haberle dicho:
Las usamos en el flipper. Pero el Yin Yan está abierto las veinticuatro horas y yo en una quería estar en la cama. Así que lo dejé que las pierda todas en la cascada, menos tres que me quedé yo para jugar a uno de Cadillacs y dinosaurios. Mientras jugaba lo vi a Marcos, usaba equipo de entrenamiento.
Marcos miró a Esteban de refilón después me palmeó la espalda y se fue. Sin jugar. Apenas lo saludé, estaba en un nivel difícil.
Marcos estaba por debutar en primera, ya tenía un 307 en vista y todo. Pero una o dos semanas antes se armó un picado en el terreno pegado a la casa de Esteban y Esteban le rompió los ligamentos a Marcos. Igual, aunque suene raro, Marcos no puede quejarse.
Todos le dijimos; “no jugués”. A él se le ocurrió llamar a Esteban, insistió porque Esteban no quería. También le dijimos jugá abajo o al arco, pero jugó de diez, marcó el ritmo y para sacarte la pelota te hinchaba los talones. Por último, Esteban se tapó la cara y lloró. Claro, por los gritos sabíamos que la lesión era seria.
Jugadas las fichas nos fuimos.
En casa le mostré a Esteban la carta de Paula.
– Leela en vertical, le dije. Mientras, ponía Pepsi en las copas largas. Mis viejos estaban en casa de unos parientes en bragado y la casa estaba vacía.
– ¿Cómo, en vertical?
Le expliqué y al minuto se dio un cachetazo en la frente.
- No puede ser,- dijo- ya con esto alcanza.
Paula, mi ex novia, había escrito una carta (creo que era un ejercicio que le había dado el psicólogo) en la que cada frase empezaba con: “No quiero más”. La carta duraba como siete hojas. Nunca la terminé.
- ¿Sabés lo que me pasa?- dijo Esteban- Me pasa como en las películas cuando el actor lee una carta y escucha la voz de la que escribe.
A mi me pasaba lo mismo.
- y encima es como que cada vez va sonando más fuerte.
Hizo fondo blanco con la copa de Pepsi. Mientras lavaba las copas le conté sobre Paula. Pero me estaba gastando para nada porque cuando levanté la cabeza, Esteban estaba en el patio jugando con Loba.
- Perra loca, perra putanga- le decía. Después le cantó “Thank you for loving me” de Bon Jovi, y la cantó integra. Se embolsó quinotos en la remera y volvió a entrar.
- Voy al baño- me dijo. Desde el baño me habló:
- Sabés que hoy me dieron una tremenda patada en la panza.
Cuando salió, se torció y escupió un chorro de sangre. Juro que sentí un bombazo en el pecho, las piernas se me aflojaron como si hubiera corrido tres horas.
Él estaba apoyado contra la pared, me acerqué, miré el suelo. Lo miré a él, tenía los labios rojos. Entonces largó la carcajada.
-¿Qué hacés?- le dije. Un cepillo de dientes estaba rojo.- ¿Usaste el de mi vieja?
- No tengo gangrena en los dientes.
- Pero… No se comparten…
Sos insufrible.
Le preparé un colchón. Vimos una de vampiros subterráneos. El dijo algunas cosas que le gustaría hacer con la actriz de pelo negro y ojos azules. Cosas imposibles de llevar a la práctica. Después se durmió. Eso creí. Me relajé. Me estaba durmiendo cuando sentí que me soplaban la nariz. Di vueltas haciendo arcadas por toda la pieza mientras el se reía y se ventilaba.
Cuando apagamos la luz volví a hablarle de Paula y ahí se durmió enserio. No era tan buen actor. Me hubiera gustado vengarme pero no me daba el ánimo.
Imaginé que charlaba con Paula, primero me puse tenso hasta que arreglamos un viaje a la playa, nos subimos al micro y salimos a la ruta, fue como contar ovejas, creo.
Conozco amigos que durmieron a otros de una piña, conozco a otros que durmieron después de recibir una piña, pero hasta esa noche no conocía a nadie que haya despertado a otro con una piña ni tampoco nadie que se haya despertado por una piña. Es terrible, lo juro. ¿Nunca despertaron con la sensación de caerse a un pozo? Multiplíquenla por mil, por un millón, por un billón. Quedé acurrucado en un rincón, temblando.
Facundo volvía como zombi a su cama. Esperé que se acueste y lo desperté.
- Me metiste una mano terrible- le dije. Casi me pongo a llorar.
- ¿Yo? ¿eh? ¡uh! Mirá como te dejó.
En la cocina sacó un churrasco del freezer. Me lo puso en el pómulo.
Por la ventana vi que amanecía, de paso me saqué el churrasco y miré mi reflejo, el moretón era grande de verdad. Esteban comía quinotos y me miraba. Sentí ganas de llorar. No se.
- A vos te tiene mal lo de Paula todavía- dijo y se me acercó.