jueves, 28 de abril de 2011

La noche del barco

No me acuerdo que hicimos durante el día. Pero a la noche fuimos a comer al puerto. Esto fue en Necochea quequen, comimos en un restaurante vidriado, una picada náutica. Nos costó unos 50 pesos, tenía ranas. A mi me gusta todo, menos los quesos.
El año anterior habíamos caído en la pescadería de un viejo mafioso, que nos estafó. Danuncio, el tipo que nos alquilaba la casa (en Necochea) nos contó que el tipo de esa pescadería tenía unos homicidios encima y además era cafisho.
Me acuerdo de que el tipo nos paró, nos dijo que evisceraba a los cornalitos uno por uno, "que trabajo ¿no?". Y sabía la edad del hijo con años, meses, días, minutos... (Miró el reloj) y segundos. Un gran tipo, pero tenía algunos homicidios. Y nos arrancó la cabeza: 75 pesos una picada. Era el uno a uno, eso era caro.
Pero volviendo al año siguiente, comíamos la picada náutica cuando empezamos a ver las luces de un barco. Faltaban algunas horas pero el barco entraría esa noche. Terminamos integra la picada, no quedaba nada y seguíamos con hambre. Al menos yo. Mis hermanos eran chicos y comían poco.
Fuimos a un puesto de rabas y cornalitos (los cornalitos no estaban eviscerados uno por uno). Valía un peso el cono. No lo podíamos creer, descubrimos el puesto, un poco tarde. Nos quedaban pocas noches para terminar esas vacaciones.
Había un mesero y estaba el matrimonio: ella freía, él atendía. El chico, que no era nada de ellos, traía las cosas a la mesa. Era un puesto de chapa, pintado de coca cola. Mesas de plástico. Las rabas eran mucho mejores que las de la picada náutica, los cornalitos crujían.
Me acuerdo algo de lo que hicimos antes de la salida que les cuento; nos bañamos, claro. Y con mi viejo esperamos a mi hermana y a mi vieja viendo los Simpson.
Mi viejo era un bancario bronceado, pero se sintió feliz charlando con el gordo dueño del puesto, portuario de pura cepa. Y la mujer le explicó a mi vieja como hacer las rabas. Fue una noche un poco cursi, pero estupenda.
Me imaginé cruzando el río a nado.
Nos acercamos a la escollera, y nos sentamos en familia, a ver la entrada del enorme barco finlandés. Mis viejos eran papá y mamá enamorados. El día una isla. Miramos alrededor y con un poco de egoísmo nos alegramos de tener ese espectáculo para nosotros solos. Un poco alejadas las luces del puesto y el mesero plegando y entrando las cosas. Los focos se apagaron y solo quedó la galaxia de luces del barco.
Una parcialidad de la familia quedó en el muelle, pero la mayor parte volvió al Duna.
El tipo que nos cuidaba el coche recibió cinco pesos, era un tipo sacado del cine, en un estacionamiento lleno de polvo, sacado del cine. Y el tipo hizo un comentario digno del cine, tocándose la visera en plena noche.
Desde el coche vimos un marinero con una mochila bajando las escaleras del barco.
Nos fuimos por un camino de tierra, arbustos a un lado y otro del camino y los ojos rojos de una liebre a toda velocidad. Hay noches como esas, se los aseguro.

nota aparte e innecesaria: al año siguiente volvimos al puesto, las rabas eran más caras, el puesto mas concurrido, todo más elaborado. El mesero había cambiado el color de ojos imitando a Maradona. El tipo del estacionamiento estaba acreditado y no parecía un personaje de cine. Años más tarde el puerto de Quequén dejó de tener acceso al público, pero ese es otro cuento.

miércoles, 13 de abril de 2011

Campo

Después de que mamá dejó caer los platos, papá se fue. Y no volvió.
Yo había quedado fijo en la parte de mantenimiento en el peaje. Pensaba comprarme un coche, alquilar un departamento y poner una rectificadora con un socio. Papá no dio más señales, ni giro postal, nada.
Mi hermana empezó a estudiar ¡medicina! ¿O a probar? En el curso de ingreso se puso de novia con un chico que sí parecía tener vocación. Pero de trabajar ni hablaban.
¿Y si por lo menos trabajaran para sus salidas? Pregunté. Estaban en el sillón. Eliana, me retiró la palabra.
Insistí a mamá con el divorcio. Encontrarían a papá y él tendría que cumplir con la mensualidad, pero ella se negó. No quería problemas, ya me voy a conseguir un trabajo, dijo. No quise escucharla más. Con sus quejas a otro lado. Entonces se quejaba con mi hermana cerca de mí. Me acostumbré a todo eso: a un cuñado de chomba negra y raya al medio con vocación de médico, empezando la carrera; a doce horas de trabajo.
Una vez creí que todo se iba a la mierda. Mi cuñado no tenía tiempo para trabajar, pero en sus ratos libres leía Borges, cuando lo contó (durante el asadito del sábado a la noche) mamá lo felicitó.
Yo salí al patio; a ver las estrellas, a fumar.

El lunes me encontré un perro en casa. Era negro con manchas marrones, con ese tamaño no podía cuidar. Una inutilidad.
- ¿Quién lo trajo?
- Siguió a mamá…
- lo traje yo.
Mamá y Eliana estaban en la galería. Eliana se acercó al perro y le puso su pelo rubio como flequillo, me reí.
No tenemos fondo, pero sí un pedazo de terreno. Dos tilos, tierra seca; entre el frente y la reja.
El perro se acercó moviendo la cola. Estornudé.
A la mañana siguiente arreglaba mi bici cuando apareció el novio de mi hermana, iban a cursar. Llamó al perro.

- ¿Por qué no te lo llevás, Manu? – Pregunté.
- ¿Qué querés, que me mate a la siamesa?
Sonrió.
El perro ladró.
Estornudé.

Los síntomas me seguían al trabajo y a la cama: comezón de paladar, irritación en los ojos, resfrío acuoso.
- ¡Es ese perro de mierda!
Mi hermana y su novio estaban en el cine, pero no me hubiera importado hablar así delante de ellos.
- Si te pasás el año estornudando.- dijo mamá.
¡Todo el mundo bosteza y estornuda, pero no cuarenta veces al día!

Con un puñado de alimento Premium, el perro de mierda me seguiría, compré el mejor alimento y el domingo a la noche. Todos dormían. Salí de casa, el perro me siguió.
En la calle no sabía qué hacer. Los perros vuelven de la orilla del río. Los dejás porque sabés que ahí van a tener comida. Basura, alimento Premium les da igual; tienen chicos con los que jugar. Pero los perros vuelven de la ribera. Cambié el rumbo.
Tan poco tenía planeado que aproveché que el perro se metió a un baldío y corrí, ¿ése era el plan? ¿¡Correr!? En seguida, el perro en mis talones. Seguí, me paré agitado. Insulté al cigarrillo.
Sin darme cuenta, estaba en la vereda del edificio donde había vivido de bebé hasta que nació mi hermana. Vivíamos en el piso 14. No tenía un solo recuerdo de ese lugar, ni uno, nada. O a lo mejor sí: una vez entró un murciélago, revoloteó mi cuna… eso me lo habían contado. El perro se sentó, podía darse ese lujo. Estornudé.
Él me esperaba. Lo imaginé corriendo por el campo. Sin rejas, sin dueños cargosos; con otros perros; intentando cazar una liebre; recibiendo sobras de un asado. Cerca del fogón. En el campo hasta de los desayunos sobran huesos. Podía enterrar ese hueso y dormir en el montículo de tierra fresca que se formase.
Estaba pensando en Florencia; vive en Las Heras, tiene una pulpería. Mitad en broma, le había preguntado por teléfono (no nos conocíamos en persona) si necesitaba un empleado.
- Mirá que no es fácil llevar bandejas.- había dicho ella.
- Siempre estoy dispuesto a aprender de cero (no se porque dije algo así)
- Entonces te voy a tener en cuenta.
Lo que sabía de su aspecto era que tenía una nariz respingada, un flequillo a regla. Ojos de gato, eso llegaba a verse en la foto.

Metí una moneda en el teléfono, marqué el número de Florencia. ¡Era la una de la madrugada!. Colgué.
Esperaría sentado en medio del campo hasta el amanecer. La noche se prestaba. Después desde un monte vería el bar.
Perp sino me apuraba iba a perder el último tren. Corrí, el perro me siguió. El tren se avecinaba. Me detuve en el paso a nivel; el perro siguió de largo y me miró desde la mitad de la vía. El tren tocó bocina. Me di vuelta.
¿Y si la alergia me la producían los tilos? ¿O algún polvo del asfalto?

El tren pasó.
El perro ladró.
Estornudé.
Me esperaba en el andén. Nos sentamos. Veía una nuca cargada de rulos al final del vagón y un ciruja durmiendo. El perro se echó a mis pies. Estaba fresco y yo no sentía un solo síntoma.
En los trenes que van al campo pasa el guarda picando boleto y controlando que todo esté en orden.
El ciruja se despertó, bebió un líquido negro, me saludó y volvió a recostarse. Sonó la bocina. Escuché los pasos del guarda, la puerta abriéndose.
¿Se podría viajar con perro? ¿Dónde esconderlo sino?

El papá de Leiva (Cuentos de la era del 1 a 1)


No me gustaba pasar por los edificios de Catónas. Tenía pasaporte porque conozco a Toti y había conocido a Osvaldo y en la pared de la entrada a la perlita y en un paredón de Mariló y en uno de Catónas está escrito:
Osvaldo vive.
Pero me jodía pasar por el alambrado. Cuando bajaba del colectivo lo tenía que cruzar de punta a punta y no había vez que no estuviese el papá de Leiva. Siempre en pedo.
- puto- me decía- putito, hincha de all boys; puto de villa crespo.
(Yo no conocía villa Crespo, ni había ido nunca a capital)
Al principio pensaba que tenía algo conmigo, que le podían molestar mis remeras un poco ajustadas. Mis músculos. Pero después me enteré de que hacía eso con todos los amigos del hijo.
El padre de Leiva tenía un hermano menor que a veces lo acompañaba. Ese me decía judío, rabino. Yo lo tomaba como de quien venía, de un borracho que siempre estaba al otro lado de un alambrado.
Nunca me crucé al papá de Leiva fresco, pero dicen que cuando lo estaba era un buen tipo.
En una pared del edificio de Shuto lo habían dibujado al papá de Leiva:
Un monigote con una botella en la mano, le habían puesto una burbuja de historieta:
“yo no puedo tomar, hace un año que no tomo. HIP"
El padre de Leiva siempre estaba con eso de que no tomaba por la presión. No le creía nadie. Lo de la presión era una excusa para no trabajar. Se jubiló a los cuatro años.
Hasta que un día plaf, el pico.
Estuvo un tiempo en el hospital de los leprosos en Rodríguez.
Reapareció.
Los primeros tiempos no puteaba a nadie. Siempre en su silla al otro lado del alambrado, pero calladito. Podía pasar la más linda del barrio en pollera que el tipo ni mu.
Pero apenas se recuperó empezó de nuevo.
A mí me grita: Willie Tanner, Sergio Tachini y moishe o ravinovich. A shuto le dice Mickey Mouse o fiambre.
Está hemipléjico, por eso nadie salta el alambrado y le arruina la cara.

Noche de verano


Escribo:
“A las moscas hay que sacarlas del mundo.”
A las moscas, entre corchetes porque es una parte agregada por mi, igual que del mundo, pero del mundo no lo encierro con corchetes. Sigo:
Como vemos desde siempre las personas rechazan a las moscas. Y: ¿Y no son las cucarachas moscas gigantes?
Aprendí a hacer esto de unas revistas que le dejaban a mi abuela un grupo de Testigos de Jehová. Pienso y agrego:
“De ahí el miedo a las cucarachas”. Lo tacho. Me quedo pensando. Casi vuelvo a escribirlo, la silla me está matando. Apago el ventilador y después la luz.
En la cocina, Verónica lava un plato.
¿Tanto por unas miguitas?
No responde. Estará pensando en otra cosa. Es raro, pero apagó todas las luces.
Mirá, le digo. Pongo el cuaderno a la luz de la luna. Lee lo que escribí.
Está bueno, dice, ¿de donde lo sacaste?
Le digo que saqué la cita de un libro antiguo, lo demás es reflexión. Le pregunto si le sirve de algo saberlo, si cree que puede ayudarla.
Me dice que no sabe, ya lo veremos antes de que termine la noche.
Dejo el cuaderno en la pieza y salgo al patio. Miro el tambor ¡como nos salva cuando falta el agua!
Me siento en la mesa para alejarme del calor del piso. Ella sigue fregando, se que es una palabra vieja, pero es lo que hace.
Hago una plegaria para que deje de limpiar y venga. La entiendo, la casa es muy sucia. Enseguida se acumulan costras de grasa sobre la mesada, el piso se ve sucio apenas se seca, creo que está percudido. Con Verónica decimos que en esta casa vive una familia india que se levanta cuando trabajamos o dormimos. Una vez nos estábamos durmiendo y yo dije que el padre estaba preso. Y cuando la casa se ensucia demasiado, ella dice: se fugó papá indio.
Mi plegaria es escuchada y ella se sienta en el banco, a distancia de masaje.
¿Qué nos pasa esta noche? Estamos poetas.
Dios estornudó sobre un telón negro, dice.
Un grillo canta.
Digo: nunca puedo saber de donde viene.
Tenés que pisar fuerte, dice ella, cuando se calla es que estás cerca. Me dice que ella adjudica el canto a la estrella que titila.
¿Por qué no traigo el cuaderno? Me lee el pensamiento y yo tengo ganas de decirle lo de la plegaria, pero no quiero demorarme. A medio camino se me da por pensar en la familia de indios, agarro el cuaderno y corro.
Intentemos eso de la estrella, dice, vos que sabés.
Escribo algo.
Bien, bah no se, muy mecánico diría, dice.
Como lo dijiste entonces.

Le adjudico el canto del grillo
A la estrella que titila

¿Lo dije así? pregunta.
No me acuerdo.
Quiere escribirle algo al tambor. Se le ocurre reemplazar tambor por tonel o barril.
Siempre le decimos tambor, él es Tambor, digo.
Está bien, me gusta.
Trata de decir que el tambor atrapó un trozo de cielo nocturno y que ella lo comprobó a la mañana cuando se fue a lavar la cara. Sugiero que sea una narración.
Ella dice:
Vamos a escribir todas las noches un poco, nos va a ayudar. Sobre nuestros trabajos, sobre estos momentos.
¿Puedo escribir de mi cintura?

Un amigo de Verónica rompió la reposera. Y ahora el respaldo está caído. Antes de medianoche estamos haciendo el amor en esa reposera. Tendría que tensar el abdomen pero me dejo caer, mi cabeza casi toca el piso. La tensión de la cintura se va y es el paraíso en esta posición. Levanto la cabeza y veo a Verónica sonreír con los ojos cerrados. Es todo.
Al rato está sentada en el piso. Yo sigo en la posición y trato de justificarme cuando ella posa una mano abierta en mi pecho y dice que me entiende y que va a traerme coca. Al levantarse hace un movimiento nuevo con la pollera.
Me oigo decir:
¿Por cuánto tiempo más?
Entonces ella emite dos grititos, pero esta vez no sale al patio a refregarse brazos y piernas y a no dejar que la toquen.

Nota sobre una lata de conserva


A los 14 abandoné la escuela, estaba en segundo y la abandoné. En vez de ir a la escuela me buscaba algún lugar tranquilo, casi siempre el museo Alcorta. Me llevaba una lata de conserva: jardinera, arvejas y una botella de agua mineral. Papá y mamá estuvieron juntos durante 25 largos (largos) años, pero en ese tiempo se separaron varias veces, durante parte de ese año estuvieron separados, a mi no me molestaba, al contrario. Lo malo es que me habían culpado y me lo tiraban en cara. Así que en lugar de ir a la escuela me iba por ahí, abajo de algún ombú, o al museo. Me sentaba a comer jardinera. No me importaba que en la mochila no hubiera lapicera ni hojas, ni carpetas, pero no podía faltarme el abrelatas y la cuchara. Disfrutaba mucho esos momentos, me sentía compensado por todo lo que me decían en casa. Mis papás no eran malos, pero se mataban y con mi hermana la ligábamos de rebote.
Una que otra vez me fui a lugares alejados, nunca tuve inconvenientes con nadie, nunca. Me gustaba sentirme como una especie de ciruja norteamericano.
Me acordé de esto cuando estaba por abrir la lata que dejé sobre la mesa y quise venir a escribirlo.

domingo, 10 de abril de 2011

Dos chicas (cuentos de la era del uno a uno)


Teníamos una cámara que le habíamos sacado a un ruso o suizo. Así que salimos a buscar chicas. Juntamos dos de la colectora.
Leiva hizo el chiste que ya teníamos pensado. Era 28 de diciembre.
Leiva le dice a Shuto. Shuto manejaba. Leiva:
- Soy gay. Tengo que decirtelo.
- ¿Ah sí?
Para el coche.
- Chupamela.
Sí, después dijo que había sido chiste de él.
Fuimos con las chicas al departamento de Leiva. Primero él entró solo con las dos. Toti abrió la puerta y yo me puse la cámara.
Justo el culo de Leiva. Un tuberculo. Pensar que eso tiene un hijo, dijo Shuto. No saben lo que era. Estaba de espalda, medio jinete.

Llegó Niki con una coca y quería irse cuando le dijimos lo de las chicas. Una de las chicas nos ayudó a retenerlo, después se arrepintió. Ahora te cuento porque.
Hicimos una ronda. ¿Pato ñato?, dijo Toti. las chicas en el medio. Una, Lorena, era linda.
Ponganse en bolas, dijo la cordobesa o paraguaya que nos había ayudado a convencer a Niki.
Niki no quería sacarse el calsoncillo. Cuando se lo sacó nos tapamos todos. Leiva agarró su calsoncillo con los dedos del pie.
Al final la paraguaya dijo: Ustedes pueden llamarme cuando quieran, pero yo con este hijo de puta no cojo nunca más. Por niki.
Lorena dijo que estaba embarazada.
- Con razón sentí que algo me la chupaba.- Dijo Toti.

miércoles, 6 de abril de 2011

Notas sobre el monje de la camisa color uva (3)


Había demasiadas paredes en casa, pero para Jorge era fácil derribarlas con dibujos y poesía de tarjeta.
Derrribarlas. Convertirlas en cenizas ascendenetes y luminosas.
En varias de sus tarjetas vuelan muros que impiden al cesped recibir la luz de la luna. Esos muros vuelan hechos cenizas fosforescentes sobre la cabeza de alguna niña.
Mamá con la pantufla, mi hermana parada en la cama, los brazos abiertos protegiendo una cucaracha.
En esa época cada uno tenía su par de pantuflas y las mías eran azul marino.
En la tarjeta mi hermano disolvió las paredes, estiró un poco a nacha, la cubrió con una tunica y reemplazó a la cucaracha por una dulce oveja.
La pared/ luciernagas.
Veo a Jorge vibrando, hamacandose en el pasillo, viendo a nacha dormida sobre la ropa de cama. él tenía los ojos bien abiertos, expectantes.

Hace poco nacha tomó una tarjeta de entre mis libros, lo hizo sin permiso. es una tarjeta esqueletica, pero lo que me importa es el poema que trae en tinta china. dice:
La maldad ha formado nubes/ esta mañana vomité.
Yo recuerdo ese vomito de Jorge.
Todo ese día, nublado de maldad, las paredes habían estado acosandolo. Y él sin poder disolverlas. no había lectura que pudiera calmarlo, distraerlo; ni el readers digest, ni las Atalayas.
Lo oí gritar cosas sin sentido; no dejaba de colgarse en una esclera de pie, como si quisiera subir a algún lado.
Más tarde cuando las puertas se encogían para él; segundos antes de vomitar por primera vez en su vida "adulta", escribió esa frase:
Las nubes de maldad. Dios crea al mundo cada día.
Ese es un poema que ha escrito en estado análogo.
Aliviado,
en letras de brillantina mientras el perro pasaba la lengua por el charco de vomito metafisico.

Hoy fue para mi un día agotador. Estoy censurando para mi, para ustedes, las palabras que mi hermano gritaba aferrado a la escalera de pie.
Además esa mañana se había puesto una camisa y un jean, solamente se quitó el jean. creo que tenía intenciones de salir antes de ser atacado por el dolor.

Hoy a la mañana tuve que ir a la pequeña casa que cuido para pedir unos pesos extras. Dinero que guardo para un viaje.
Anoche fue una noche de pesadillas. Soñé que con voz afónica trataba de gritar las palabras de mi hermano en la escalera de pie. Sentí en sueños el acoso de las paredes.
EL CUENTO DEL PAJARO
Volviendo a la mañana de hoy, fui hasta la casa, que dias antes dejé cuidadosamente cerrada. Metí la llave en la cerradura y entonces oí algo pegar contra el vidrio, desde el interior.
Decidí no abrir la puerta, me puse en el cesped, tratando de ver en el vidrio algo que no fuera mi reflejo.
Se trataba de una golondrina, que no sé cómo, había entrado y ahora se dedicaba a rebotar contra el vidrio.
Entré, estiré el dedo, y acaso porque estaba pensando en mi hermano, la golondrina voló desde la mesa rustica a mi dedo, se posó en él.
La saqué.
Agité el brazo y la vi volar.

De ser posible enviaría este relato a mi hermano, para que lo convierta en una tarjeta, pero no es posible. Ahora les pido un favor a ustedes, relean la escena del pájaro, pero en lugar de imaginar (si es posible que mis palabras los hagan imaginar.) en lugar de imaginarme a mi, o de imaginarse a ustedes mismos haciendo la ceremonia del pájaro, imaginen a mi hermano; pelo oscuro, ojos azules, camisa uva, CALSONCILLOS.
Imaginenlo a él sacando al pájaro. Después imaginen a la golondrina tomando vuelo, recortandose sobre un cielo despejado.
Casi despejado.

martes, 5 de abril de 2011

Notas sobre el monje de la camisa color uva (2)


No hace mucho Nacha me pidió que no le mandase más mails en la noche.
Voy a hablar de un posible rasgo esquizoide en mi hermana; rasgo que desde que Jorge cumplió los 17 llovió sobre todos nosotros.
Creo que todo empezó un día de febrero- febrero es un mes violento, tiene que ver con lo escolar; hay muchas amenazas de suicidios.- viajábamos en colectivo (un 15 de febrero para ser precisos, sin llegar a precisión de relojero) cuando un muchachito gordo, de uniforme verde (colegio alemán.) le dijo a su madre:
"mamá, me llevé ocho (materias) pero si me decís algo me suicido". Entonces mi hermano que iba sentado al lado mío se puso a vibrar.
Era algo que siempre le pasaba en los trenes, nunca en los colectivos, pero esa vez.
Se puso de pie y dijo algo acerca del suicidio, o de la muerte. No sé que dijo, pero era una frase de sueño en la que no son importantes las palabras.
La cosa es que sospecho que el gordito rindió las ocho materias. Estoy seguro.
Incluso de que no dejó previas.
Jorge hablaba como predicador, como testigo de Jehová. El simpatizaba con ese movimiento. Pero dejemos esto de lado por el momento.
La locura llovía en casa por esos días.
Por esa época apareció la frase de Jorge: Dios crea el mundo cada día. Era raro, extraño y ¿porque no? duro.
LEVANTARSE.

Quiero recordar lo que sucedió hace unos días y después volver atrás unos años. Hace algunos días -ya meses- Nacha me pidió "encarecidamente" que no le enviase mas correos electrónicos durante la madrugada.
A las once ella apaga su computadora (De escritorio) (A pesar de su vestimenta y de que para los taxis a la perfección, no usa notebook).
Una vez que apaga la computadora se acuesta a leer apuntes de su carrera; libros, novelas.
Ella lee siempre los mismo libros: La iliada, La Odisea, La Eneida, una y otra vez esos tres libros, también algunas tragedias griegas. Generalmente esa de Esquilo en la que van a buscar a cierto soldado necesario a una isla.
Una vez que se acuesta, los mails que uno le envía (dice ella) no le llegan a la maquina sino al cuerpo. Dijo:
"Si me mandás mails (de madrugada) se me pegan como pequeñas calcos. Etiquetas, figuritas, a la piel de la espalda." (Los míos se le pegan a la espalda, pero seguramente los de los novios, amantes, etc. se le pegan a los pechos).
Odia tener que levantarse en plena madrugada porque ya no soporta los correos. Los mensajes en el cuerpo. Odia tener que levantarse; esperar a que la maquina cargue y por lo menos hojear u ojear los mails.
Insulta a las cadenas, a las estupidas alegorías. Estupidas y vulgares alegorías. Las malas tarjetas que usan las mismas frases y los mismos dibujos de las tarjetas de Jorge. Pero las palabras en Jorge tienen el peso de las palabras de los sueños. Dicen algo... inefable (?).
Cuando Nacha me llamó para decirme eso, pensé que me estaba hablando en metáfora. Fue un llamado a las cuatro de la madrugada. Hora en que sólo nos contamos cuentos. "Mirá lo que me mandó este h.d.p" dijo y me leyó una alegoría barata. Algo similar al cuento de la hormiga y la cigarra (chicharra en nuestra región).
Te pido por favor, me dijo después, que no me mandes correos nocturnos. ENCARECIDAMENTE. Explicó porqué.

Mientras me hablaba me acordé de la vez que se negaba a matar una cucaracha.
Si dijera las razones que ponía para que no se cometa el crimen la cosa podría malinterpretarse. Las palabras de esa Ignacia de ocho años, eran, como ya dije de Jorge, las palabras de los sueños.
Mi hermana decía que la cucaracha que estaba en la pared blanca de la pieza de mamá, podría ser papá o su amiguita internada. Rocío; su amiga estaba internada, bien cuidada pero bastante grave.
No hablaba del valor de la cucaracha ni de que la cucaracha podría ser reencarnación del abuelo, etc. Hablaba de algo diferente.
Tal vez -y esto no es nada agradable- la cucaracha estaba teniendo cría.
Hubo una discusión a la luz amarilla de la pieza, la única encendida en toda la casa. El resto era una pecera.
Papá venía en camino por la ruta, Rocío estaba bien cuidada. ¿Porque no matar a esa cucaracha?
Hay una tarjeta de mi hermano que representa la escena: una niña abre los brazos bajo una noche celta, intentando defender a una cabrita.

Mi hermana dormía destapada sobre la ropa de cama. Y ahora, mientras escribo, veo a Jorge parado en el umbral de la puerta de la pieza de Nacha. Él nota (descubre) que el mundo- además de ser un potente vomitivo- también es un mundo de tarjeta. Existen estas especies (digámoslo alevosamente) de milagros. Estás postales de niños durmiendo iluminados por la luna, por la acuosa luz de la luna, usando las manos como almohada, sobre la cama prolijamente hecha.
Tal vez después de aquella visión mi hermano haya decidido usar camisa uva.
Tornarse el monje de la camisa uva y dedicarse a la confección de tarjetas.

El mundo es un potente vomitivo/ pero también es un lugar:/ el lugar en que una niña puede dormir/ ovillada/ sobre una cama sin destender/ con las manitos por almohada.