domingo, 5 de septiembre de 2010

Tía (cuentos de la familia x)

Mi tía está pasando un buen momento. Cuando habla de mi se le humedecen los ojos. Llora. Y eso me gusta. A quien no le gusta que alguien se emocione al hablar de uno. Me dice que me tiene "allá" y su mano se recorta en el cielo limpio. Mi tía está pasando por un buen momento. Si me preguntan, ahora que estoy relajado, les digo: está mejorando con respecto a su vida anterior. En su vida Anterior fue amiga de Pappo, se los juro. Vio todos los recitales, nada de banditas improvisadas de garaje. Un día estaba en un bar de capital y apareció la iguana. Tiene fotos con Ozburne, con los de Scorpions, con cada uno y con todos juntos. Tiene una púa de Steve Vai y- aunque no me crean- una de Flea. Para ella Flea no representaba gran cosa, pero tiene su púa. En su vida anterior había cosas como esas pero también había otras cosas. Cosas que no eran tan buenas.
Ya no va a recitales; vive en una casa de campo con un muchacho que tiene mi edad. Hay vacas, caballos, toros; cuando ve un toro dice: mirá ese chabón. Es algo raro.
Hoy empezó un curso de panadería y vino a traerme pan caliente. Me trajo una baguett (?) con chicharrones; una cremona, un cuernito. Todo humeaba. Mientras comía los panes pensaba en escribir estas cosas.
Ella mejoró con respecto a su vida anterior.

Estela (cuentos de la familia x)

Una noche de verano, mamá dormía en mi pieza. Después de pelear duro (duro) con papá. Dormía es un decir. No se si saben como queda uno después de tanta tensión. Yo si lo se. Dormir es algo que no se puede después de un momento así. La única que queda es mirar el techo y esperar que pase la eclosión. Claro que esta paciencia la adquirí ahora. Mamá estaría acostada cuando escuchó que en la calle se abría la puerta de un coche. Estela- nuestra vecina- cayó sobre el césped. La traían dos tipos. La mujer estaba muy borracha y no paraba de reírse. Los dos tipos eran desconocidos, primera y última aparición que hacían en el barrio. Pisaron el acelerador y se fueron. Salió a juntarla el marido. Mamá disfrutó mucho la escena. Por muchas cosas: una de ellas es que el marido de estela no era un buen tipo, otra por ver que la nuestra no era la única familia caótica. Era una escena digna de verse. La mujer riéndose, el marido intentando levantarla.
Al tiempo, con un amigo vimos una película de tinto Brass. Teníamos trece años y una película de tinto Brass era mucho. Dos tipos dejaban a una mujer borracha en su casa, el marido se acercaba pero ella lo rechazaba e iba al bidet. El marido la había perdido en una apuesta. Por una noche su mujer fue de otros. Aparecieron flashes de lo que había pasado entre la mujer y los dos tipos.
Viendo la escena me acordé del pasto, del rocío, de mamá pegada a la ventana chistándonos. Estela la hizo sentir un poco mejor a mamá, cosas así hacen que uno se sienta un poco mejor. ¿Que se puede hacer?

Una botella llena de chicharras (cuentos de la familia x)

Estaba el tilo de la vereda de Martín y el resto eran todos jacarandaes. Desde principio de diciembre y hasta mediados de marzo en esos árboles cantaban las chicharras. Había reunión en casa de Martín, así que el chico salió a la calle. Trepó el tilo (muy sencillo) y se quedó. Imaginaba que era un árbol en medio de una isla desierta.
Rubén venía desde la casa de los mellizos. Cuando estuvo cerca, Martín saltó a la vereda.
- ¡Dame las zapatillas!- dijo- ¿Qué te hicieron?
- Nada.- dijo Rubén.

- ¿Subimos al árbol?
Rubén miró su casa, puertas cerradas, cortinas bajas. Asintió. Treparon el árbol. Un coche que pasaba se convirtió en una vela navegante. Martín miró a Rubén y se acordó de la vez que había estado en casa de los mellizos. Uno de los mellizos había fingido estar endemoniado: Nicolás murió, había dicho, yo soy Billy. Y no vas a salir hasta que yo lo ordene. Martín había ido a la pieza del otro para pedirle que lo dejara salir, pero el otro fingía inyectarse heroína mientras escuchaba a los Pericos. Martín sabía lo que era esa casa.
-¿No tenés una botella?- preguntó Martín.
-¿Acá?
-Mi tía está con gente. Si tenés una botella podemos hacer algo.
Martín pensaba en Paula, que estaba entre las personas de la reunión. En su imaginación siempre salvaba a Paula de ser aplastada por una columna o de un par de ladrones. Lo que mas le gustaba de Paula era el mechón que le cruzaba el ojo.
Recolectaron chicharras y las metieron en una botella de coca. Las chicharras estaban quietas y se dejaban hacer. Martín agitó la botella y cuando la tía le abrió la puerta, Rubén la destapó. Paula estaba en la mesada y fue una de las que corrió. Algunos muchachos también corrían. La tía amenazó con contar todo eso, pero no lo hizo. Pasaron otras cosas, más importantes; se llevaron a Rubén en un coche y por la noche la madre de Rubén habló con Silvia.
A la noche Martín daba vueltas en la cama pensando en la casa de los mellizos. Todavía quedaba una chicharra y estaba en el baño.

La mochila (cuentos del matrimonio x)

La mochila salvó a Silvia de dar con la cara en el piso. Cayó contra el cemento del anden; no pudo poner las manos, pero llevaba la mochila delante y eso la salvó. Horas antes había apelmazado un montón de analgésicos y los había empujado con agua. La nausea no la detuvo.
Desde el suelo escuchó voces de vendedores y viajeros, eran las primeras que le llegaban en días.

Edgardo no le preguntó por qué. La imaginó machacando pastillas mientras la veía dormir. No fue necesario un lavaje de estómago por suerte. No hubiera soportado ver ese caño entrando por la boca de la mujer. A martín lo había llevado a la casa de la abuela Norma. Como se agarraba Martín de las paredes de la casa de la abuela Norma, los domingos a la tarde cuando tenía que volver a su casa. Y como esperaba el fin de semana para ir con ella. Y eso que no tenía heladera la vieja. Edgardo pensó en Roberto, el padre de Silvia, ocho años llevaba prometiendo la heladera. Era cuestión de ir a buscarla. Edgardo sintió el vacío que se siente al caer en un pozo durante un sueño. Saltó de la silla. Tapó el pie de Silvia, pero antes lo comparó con el mismo pie quince años atrás.
Me fui al banco, martín está con tu mamá” decía la nota en la heladera. Hubo arcadas y vasos de agua fría. No, hoy no es día de abuela, martín.
Haría las compras, acomodaría la casa y antes del mediodía repetiría: no, hoy no es día de abuela, Martín.
En el camino al supermercado se encontró con Beatriz, la maestra del chico. ¿sabría lo de las pastillas? Por segunda vez en aquellos días le llegaba una voz limpia.
- Tenés que ponerte mejor, Silvia. (Al marido de Beatriz lo había matado la mafia de la carne, eso contaba ella a sus alumnos) Cambiarte ese buso amarillo.
Le dijo “mi amor”, le dijo: “belleza” después le preguntó si tenía plata para ropa. Silvia imaginó el placard de Beatriz lleno de camisas floreadas, como la que ahora usaba para regar las plantas.
- Si, tengo.- dijo.
Un tiempo después Silvia se acordaría de las palabras de la maestra del chico y cambiaría varias cosas en su vida.

Silvia uso el buso amarillo una vez más. En las vacaciones de verano. En el hotel de la mutual del banco; una niña se pasaba el día corriendo por los pasillos, golpeando puertas y jugando con el ascensor. Silvia se puso una careta, el buso amarillo, se cubrió con la capucha y persiguió a la niña. Después guardó el buso y cerró la valija.

sábado, 4 de septiembre de 2010

Tipos contra la pared (cuentos del matrimonio x)

Silvia se cansó de los muchachos en la puerta. Se apoyaban contra la pared a esperar a las vecinas. ¿Por qué no iban al frente de la casas de ellas? Una tarde Silvia tuvo que pasar sobre uno de los muchachos. Algunos eran amables, hasta la ayudaban con las bolsas de los mandados, pero el muchacho ese no se movió de la puerta, Silvia le dejó la marca de la zapatilla en la remera blanca. ¿Qué hacés, loca? Dijo el muchacho. Silvia se puso algo nerviosa y recurrió al botiquín. Cuando edgardo volvió del trabajo los muchachos de la puerta ya no estaban.
Martín estaba en tercer grado, repuntando. El año anterior había sido malo para el chico. Había estado todo el año a cargo de la tía y la tía estaba en un año revulsivo. En lugar de llevarlo a la escuela lo llevaba con ella al gimnasio. En el gimnasio a todos les gustaba que fuera Martín. Le preparaban enormes vasos de chocolatada bien cargada. Cuando Silvia se enteró de la situación abandonó el trabajo y se dedicó a las cosas de la casa: las compras, la comida, de llevar a martín a la escuela. A martín le costaba despegarse de la madre y entrar a la escuela. De eso hablaban Silvia y Edgardo.
Al día siguiente Silvia volvió con Martín de la escuela. El muchacho del día anterior estaba debajo de la ventana. Esta vez ninguno se corrió. Martín miró los ojos de su madre y gritó. De a poco se fueron levantando todos, menos el muchacho del día anterior.
Silvia buscó la botella de lavandina y vertió el contenido por la ventana. ¡Basta!
El muchacho gritaba que tenían que pagarle la remera. Silvia se tapó la cara.
Cuando Edgardo volvió del banco Silvia no había podido calmarse y el chico vomitaba en el bidet. A la mañana estaba bien, ¿Qué le pasaba ahora? ¿Por qué no había paz después del trabajo? Ella le contó todo. La mujer y el chico se acercaron a la ventana. el hombre con un fierro en la mano de un lado, el muchacho con la remera quemada del otro. No se decían nada.

Por la noche el padre de las chicas de al lado habló con Edgardo en la puerta de la casa. Edgardo dijo que él se tomaba las cosas de una manera, pero Silvia de otra. y que Martín había vomitado. Omar entendía, siete hijas lo habían hecho un experto. Era una pena que por un torpe que se la daba de áspero se arruinara la tranquilidad de una casa, pero cosas así pasaban seguido. Omar trataba con tipos como el de la remera quemada.
Esa noche Silvia y Edgardo volvieron a dormir juntos después de algunas semanas. Martín aprovechó para levantar la cortina de su pieza y mirar las estrellas que se veían entre la copa del tilo.

La lavandería (cuentos del matrimonio x)

Los sábados a la mañana se levantaban y preparaban un desayuno con las cosas que la tarde anterior habían comprado en la panadería. Había sábados lluviosos, era los que mas le gustaban a martín; los fríos eran los que mas le gustaban a Silvia, que durante la semana prefería temperaturas agradables. A martín le gustaban las mañanas lluviosas y oscuras porque en mañanas como esas Edgardo no se levantaba ni de casualidad. Pero esa mañana fue otra cosa; cuando arrancaba el catch, Silvia seguía renegando con el lavarropa. Esa mañana el lavarropa de mierda había dejado de funcionar porque sí. Claro, era una de esas cosas coreanas, descartables. Martín había visto una película en la que un medico practicaba una traqueotomía mientras fumaba. Su madre le hizo acordar al medico y el lavarropas al paciente. Silvia abrió el lavarropa, sacó la ropa humeda. Le pidió el bolso a martín. Él entró con cuidado a la pieza del padre. Se subió a una silla y agarró el bolso. Rayos de sol entraban por las hendijas por eso Edgardo llevaba las anteojeras.
El tren pasaba sobre el puente, dos chicos se asomaron por una ventanilla del tren, balbuceaban palabras, uno intentó escupir a martín. Todo eso pasó inadvertido para Silvia.
El lavadero estaba a cargo de un testigo de jehová que siempre mostraba a martín dibujos de paraísos prometidos, pero también de Apocalipsis.
Se los mostraba sin importar lo que Silvia dijera. La mujer se prendía un cigarrillo delante del hombre; él hombre ya estaba acostumbrado a cosas así. También le ponían música heavy en las casas para espantarlo. Él era predicador.

- Nosotros ya tenemos nuestra religión- decía Silvia. Pero a Martín le gustaban los dibujos de las Atalayas.
Después de la compra del lavarropa habían dejado de ir a la lavandería. Martín se acordaba de la imagen de la hilera de personas, tomadas de las manos, ascendiendo una montaña.
- Esta mañana me lo tiene que dejar, señora. Hasta el mediodía.
Había bolsos por el suelo y en las estanterías. En esos días las lavanderías (al menos en el pueblo de Martín) no tenían autoservice. Martín se quedó con ganas de ver dibujos, no era una buena mañana hasta ese momento.
En la tele el catch ya estaba terminando, Edgardo estaba levantado. Buscaba algo.
- El lavarropa se arruinó- dijo Silvia.
- Lo que faltaba.
Edgardo le sirvió un mate. No encuentro mi pantalón, dijo.
- Usa el yoguin.
- En el pantalón tengo la plata.
La mujer miró al niño, el niño miraba la tele. Al rato el mate impactó contra la pared dejando una mancha verde y algo de palo y de yerba. El hombre se tapó la cara. Es culpa mía, dijo, pero después cambió de opinión.
En momentos así, martín deseaba un compañero como mascara de león. Mascara de león dando un sillazo (plegable) a su papá.
Años más tarde martín decidiría el mismo ser mascara de león. Y como si Edgardo hubiera leído el pensamiento del muchacho, ya no volvió a hacer cosas así con Silvia.

Volvieron a la lavandería. El hombre tranquilizó a Silvia. Le dio un vaso de agua. La plata estaba integra dentro de un casillero.
- Si a usted le confío cien pesos cuando vuelvo hay ciento diez.
El hombre dijo algo que estaba en la Biblia. Martín miró los libros sobre el mostrador. Quería abrirlos y mirar los dibujos.
- Las familias- Dijo el hombre- cosa complicada. Está todo dado para que sean felices. Pero.
Después admitió que la de él tenía conflictos. Contó que un predicador había tocado el timbre de su casa justo cuando él estaba cerrando el puño. Fue una señal. ¿Qué duda cabía?
- Tengo un termo con café con leche. Hay de sobra. Pensé que mi hijo iba a venir pero se habrá demorado. Voy a buscar algunas cosas a la panadería. ¿Me acompañan?
Se nubló. Habría desayuno. Martín apoyó la cara en el muslo de Silvia y miró la ropa girando dentro del lavarropa.

Manzana verde

¿Nunca soñaron que volvían a la casa de la infancia? ¿A esa casa en la que pasaron deprimentes tardes lluviosas de sábado viendo siglo 20 cambalache? Esto es parecido.
Papá volvió. Poco a poco se fue instalando en casa. Empezó a venir porque no tiene tele en la casa que alquila. Y no tenía forma de ver los partidos. Un sábado a las dos entró. Empieza el torneo; dijo y se instaló en el sillón. No se si no hubo goles o que, pero se mantuvo en silencio.
"papá no es un mal hombre, pero le cuesta decir las cosas". Los jueves doy clases en un curso de ancianas. Hoy abrí la boca y me salió esa frase. Supongo que quería hablar sobre todo esto con mis viejas sabias. ¿Qué les importa a ellas la informática y los hackers?
Un día papá estuvo por decirnos que nos quería; estaba sentado en la banqueta de la cocina, se alisó el pantalón, se acercó a mamá.
Me cuesta contar estas cosas, es algo que se lleva en la sangre supongo. Si supieran el esfuerzo sobrehumano que hice para hablarlo con mis alumnas de los jueves, pero en un momento las palabras fluyeron.
Papá las tenía todas, dije. Una vez llegó borracho a casa. Yo no vi la escena, pero mamá me lo contó jactándose. Papá se había colgado, no se como, de la puerta del baño y había vomitado. Después se las vio feas. Son las salchichitas, decía mientras mamá se la daba. Una de las ancianas dijo: tu mamá hacía mal en contarte todo eso.
Entiéndala, señora, dije; mamá no tenía amigas.
Papá se enamoró de una chica de mi edad. Una chica con un olor muy fuerte en la piel. No se si era que comía mucho picante ya que tenía algo de mexicana. No sé. Era simpática y a los hombres grandes les gustaba mucho. La chica pasó el rato con papá. Él se sintió avergonzado cuando eso terminó, pero pasó el tiempo y poco a poco volvió a vernos. Anoche se quedó a dormir en el sillón.
Yo se que papá nos quiere, pero no puede decirlo, dije para todo el curso; como si fuera un concepto fundamental de la materia. Entonces una viejita que debe tener un tatuaje escondido por ahí dijo: hay que apurarse, porque un día nos comen los gusanos. Ella comía una manzana verde. Por eso se le ocurrió eso del gusano.
Desde mi lugar veo los pies de papá sobre la mesa ratona. Mamá se puso delante del televisor.
- De esta casa me sacan con los pies para adelante.- dice papá.
Mamá lo degrada, claramente. Entonces papá tira un vaso contra la pared y se levanta. Se escucha un trueno y yo pienso en la manzana verde. Terrosa, jugosa. Papá me está mirando. Fijo la vista en la mesa lustrada. La manzana verde crece en mi cabeza como un globo. Escuchó la puerta, entonces me levanto.
¿A donde vas? dice mamá.
Un día con papá nos perdimos en un bosque. Se venía una tormenta. Los arbustos se movían. Son liebres, dijo papá y yo me sentí como en el camping. Después él escaló un monte y separó una maraña de ramas y hojas. Con su mano lastimada me indicó que subiera. Le hice caso y ahí estaba el mar abierto para nosotros solos.
Estoy parada bajo el umbral. Él se tapa la cara. Pero no es nada, sigue caminando.
Ya hay olor a tierra mojada. ¡Cuando era chica me gustaba tanto el olor a tierra mojada!

Grageas, Dios, Ciencia, Silla de bebé...

Papá viene a visitarme. Lo espero en el estacionamiento del supermercado. Es un estacionamiento amplio y no está concurrido. No se en que auto vendrá papá. Me dijo el modelo y todo, pero ¿que se yo sobre autos? después de la muerte de su nieto (mi sobrino) papá se volvió un poco loquito. Es profesor de secundario, muy bueno en lo suyo. Pero ahora se metió de evangelista. Estoy sentada en el capó esperándote, papá.
(Con Marcos somos dos, sin embargo tenemos un coche familiar, cosa rara. La muerte del hijo de mi hermano nos acobardó. Con Marcos hicimos silencio, pero. Ustedes saben; a mi hermano, el nene le había nacido con un problema de oxígeno.
Así que Marcos sacó las píldoras del botiquín y las puso sobre la mesa. Al costado del centro de mesa; yo terminé de bañarme, desempañé el espejo; volvamos a las píldoras, me dije, cuando abrí el botiquín no estaban. Salí y vi el frasquito de grageas.)
Papá viene hacia mí. Entramos al buffet y nos ponemos cerca de la ventana que da a un patio hermoso. Hay arbustos de pelotitas rojas, cantan golondrinas.
Le pregunto por mamá.

- Está bien- dice-. Nos afianzamos mucho en este tiempo. Reynaldo se fue. Salió y consiguió trabajo. "levantate de la cama. Si te vas a dejar morir que sea en el cordón de la calle." Le dije para que lo habia criado.
Me reservo las opiniones acerca de esos métodos de choque. Pueden salir fantástico o. ¿si salía mal? tranquila, es la regla, que te baja como un torrente. guárdate las opiniones, espera que pase esto.
Lo dejo hablar:
- Ahora Reynaldo se mudó solo. A lo mejor vuelva a intentarlo con Elena, a lo mejor no. tienen que intentarlo de nuevo. Si logro meterlos en la iglesia voy a hacer que vuelvan. Ellos tenían algo bueno.
¿Vas a manipularlos, papá? silencio. Espero tener la mente limpia.
- ¿sabías, hija que me dieron el lugar de pastor? valoraron mi formación. Y lo que ya llevaba hecho con la palabra de dios.
Saca un librito titulado "¿Está en verdad la palabra de dios en la Biblia?". Dice que es un estudio profundo. Imagino un libro lleno de páginas en blanco, menos una en el medio que responde al titulo de tapa. Creo que se me dibuja una sonrisa y todo. Papá baja la vista mira la masa fina que acompaña su café.
- Dios me ayudó a reencontrarme con tu mamá. A lo mejor a vos te ayude en tu búsqueda.
Me mira el vientre. Ausencia total. Pienso que no le duele la muerte del bebé. Pienso que le duele no estar totalmente hecho. No ser abuelo.
- A Reynaldo lo ayuda a sobrellevar el dolor. ¿No hay templos en esta ciudad?
No hay iglesias, papá. Ni ex delincuentes, ni ex drogones predicando con megáfono en plazas y paradas de colectivos. No los necesitamos. En esta ciudad somos todos artistas, de unas u otras maneras, artistas. Hay creyentes, pero íntimamente, papá. Digo:
- No, creo que no.
- Debe haber mucha gente esperando la palabra del señor.
Quiero que deje de hablarme de Dios, que deje de vendérmelo como una póliza de seguros. (Con Marcos sacamos una póliza. Tenemos algunas pertenecías y queremos cuidarnos, no somos distintos al resto de la gente. Pero no tenemos los mismos miedos. No necesitamos el tipo de seguridad que brindan las iglesias.)
- Hay una enfrente de la plaza, papá. Pero es católica.

- ¿Cómo va la pizzería?- pregunta.
- La pizzería. Muy bien papá.
(Lo que menos vendemos en la pizzería son pizzas. Al principio vendíamos puras pizzas; el olor a salsa acida me seguía a la cama, a la playa, a todos lados. Ahora descubrimos donde está el verdadero negocio, papá.)
Hay un largo silencio y entonces él hace lo que vino a hacer. A hablarme de dios, del bebé y de la ciencia. Dice:
- Los médicos le decían a mi mamá que tenía que ponerme a dormir boca abajo, para no asfixiarme con el vomito. Sonaba muy lógico.
(Me imagino a la abuela con su pañuelo floreado. Ella diría el Sr. doctor.)
- Después cuando vos eras una criatura, él médico nos dijo a tu mamá y a mi que la postura era boca arriba. boca abajo podían ahogarse en un charco de vomito.
(Que flaca y sensual era mamá; con sus pareos coloridos. Siempre que estoy en la playa la imagino joven, otra vez joven, mirando el mar.)
- A Reynaldo le dijeron que la posición adecuada era de costado. Actualmente están todos de acuerdo en que la postura correcta para el bebé es de costado.
Habla sin vacilar, sin ningún quiebre en la voz. Como si hubiera perdido las emociones.
- A vos ¿que te van a decir? ¿Que lo hagas dormir colgado a tu bebé?
- No sé, papá. Yo no quiero hablar de esto.
Vemos- o veo- un padre de familia empujando un changuito. Uno de los nenes va en el asiento. Está muy emocionado.
- Hija, quiero que me indiques donde hay un hotel. Voy a pasar la noche en uno.

Nos vamos. En el estacionamiento veo la noche abierta, es algo digno de verse.
Voy guiando a papá. Somos como una pequeña caravana. Falta el coche de mi hermano adelante y sería una hermosa caravana familiar.
Dejo a papá en un hotel de ruta. Lo saludo. No se que decir. Pienso en dios, en las grageas; en lo que dijo sobre la ciencia, pero no se que decir. Y él tampoco. Tenemos tantas cosas en la cabeza y no sabemos que decir. Me vuelvo y nos abrazamos.
Subo al coche. Miro por el retrovisor. En el asiento trasero hay una silla de bebé. Voy a parar en algún lugar de la ruta y voy a deshacerme de esa silla.

El árbol

En mi vida escuché argumento tan absurdo para no ir a trabajar. Fabio dijo que tenía estrés. Que tenía un síndrome que lo hacia estresarse muy a menudo. Algo que se trae en los genes desde hace mas de ochenta mil años. Mientras se nubla y vamos en este coche de 1.500 pesos voy recordando. Hace dos semanas nos sentamos en un bar con la idea de reconciliarnos; durante la pelea que habíamos tenido yo tiré el anillo- con tanta surte- que se fue por el drenaje. En el momento me gustó que se fuera por el drenaje. Él se quedó con la última palabra pero yo estaba hecha. Lo mío era más que palabras, el anillo se había ido a la mierda.
Vamos por zonas aledañas, este coche no resistiría un control. A la semana de lo del anillo, nos citamos en un bar para definir las cosas. Y nunca en mi vida escuché argumento tan absurdo. Él dijo; el vago dijo:
En otras épocas, hace como ochenta mil años los hombres se veían obligados a salir de sus cuevas (¿y que tenemos que ver...?) dejame terminar. Se alejaban del grupo en busca de fuego o comida. Y cada tanto era perseguido por algún tigre colmillos de sable. (No, no solté la carcajada, así que imaginen cual era mi estado de animo que no pude reírme de la palabra tigre colmillos de sable) el cavernícola corría hasta el árbol más próximo y lo trepaba. Esto lo dejaba en una situación de estrés absoluto. Tenía que pasar la noche en el árbol para recuperar fuerzas. Vos dirás ¿dormir toda la noche por treinta metros? sí, es que la tensión es tan extrema y es tal la tensión que se genera en las fibras.
Me tapé la cara, para mostrarle lo que sentía y de paso para meterme en la oscuridad. Pero él siguió como si nada.
Se estresaban por la enorme tensión y la enorme tensión se debía a la inferioridad de condiciones en las que estaba el cavernícola. El tigre. Colmillos de sable tenía todas las de ganar.
¿Y que tenía que ver eso con nosotros?
Respuesta: cuando sos chico y te maltratan estas en inferioridad de condiciones. Entonces aparece el síndrome y se adhiere a uno.
Resulta que por haber sido maltratado de chico ahora no podía durar más de dos semana en un trabajo. Llegaba tarde; se quedaba dormido en horas de trabajo, no soportaba las presiones, etc.
Ahora tiene un trabajo, ese día en el bar me lo dijo. Ayuda en un reparto de garrafas. Lo conseguí y está vez prometo mantenerlo, dijo. Después decidimos empezar con las compras. Y en eso estamos. La primera adquisición fue este coche. También un sillón que el padre de Fabio se va a encargar de tapizar. El papá de Fabio es tapicero y trabaja a cortina cerrada; lo que mas ama en la vida es cirujear. Se pasa el día juntando cosas de la calle y metiéndolas en su taller. Junta desde cueros y charcazas de televisores hasta amistades. Creo que debe tener algún otro síndrome de cavernícola.
Con la madre de Fabio me llevo espectacularmente. Aunque sospecho que ella fue la que habló en algún momento sobre esa teoría absurda y después su hijo la tomó. Fabio me dijo que el síndrome se lo había diagnosticado una psicóloga, pero que yo sepa; el nunca. La madre de Fabio es una mujer muy trabajadora e instruida. Cuando la conocí me sorprendió que una sola persona pudiera leer tanto. Tenía una biblioteca llena de anuarios de selecciones y los había leído a ¡todos! no entendí que hacia una mujer así con un piruja. Me gusta que Antonia sea mi suegra. Para la última navidad me regaló una hermosa tarjeta. Ella misma la había confeccionado, se da maña para todo. Decía:
Renovar la fe y la esperanza en cada uno de nuestros sueños, día a día con amor y trabajo, dando lo mejor de nosotros. Con AMOR, claro, pero también con TRABAJO. ¿Entendés, Fabio? No se si dije eso en voz alta porque Fabio me mira. Me pide la franela.
Después me regaló una pequeña pintura de un vallecito. Una nena se columpiaba, un hombre volvía a su casa después de una jornada laboral. Eso pido yo, no más. Que salga a las nueve, vuelva a las siete. A disfrutar- en verano- un buen pedazo de tarde libre.
Paramos el coche frente a una compra venta. Está en medio de una calle de tierra.
El resto es todo quintas. Hay un alambrado y un patio. En esta compra-venta pueden conseguirse desde televisores y heladeras hasta canoas e insumos para aviadores.
Empujamos la reja y entramos. No hay nadie. Las cosas que pueden ser afectadas por la lluvia están dentro de un local vidriado. Fabio mira unos secarropa de 200 pesos.

- ¿estás cansado por tanto manejo?
- quiero que esto sea, ameno.- me dice.
Esperamos que alguien salga de algún lado y que nos atienda. La puerta del local está entornada y entramos. Hay pasillos con televisores, estanterías con radios. Uno de los televisores parece tener pantalla plana. Fabio se acerca y huele la carcaza de un televisor. Afuera llueve. ¿Por que los olés? mirá, fijate. Sentí olor a quemado. Y en el siguiente olor a musgo. Hay que tener cuidado.
¿Por que no nos atienden? nos acercamos al mostrador. Golpeamos las manos. ¿Donde estará el empleado?
Fabio se acerca a un sillón, es de pana, dice. Y observa la calidad del tapizado, le pasa el dedo. Mira y admira.
¿Que le pasa? ¿Quiere decirme algo? con un gesto me invita al sillón. Lo usamos de sala de espera. Nos besamos, está bien así, pero no le haremos algún daño al sillón. No estamos en condiciones de pagar por un sillón de pana. Quiero decir. Pero el me besa. Difícil hablar mientras a una la besan.
¡De no creer, de no creer! nos dormimos en el sillón. La tarde se prestó y nos dormimos. Me despierto primero sin saber donde estoy. Estoy rodeada de artículos para el hogar. Miro la calle. Un hombre de campera y gorro empuja la reja. Lleva un termo en la mano. despertare. Viene alguien. El hombre del termo se sorprende al ver todo abierto. ¿Que pasó acá? nos mira. Le explico todo, todo estaba abierto, queremos comprar algo para nuestra casa y nadie nos atiende.
- ¿yo dejé abierto? fui a comer algo. Con mi esposa y. como no venía nadie. Pudieron llevarse todo, equiparse la casa y llevarse la caja también.
Pasa al otro lado del mostrador. No se que pensar. El hombre recorre el local con nosotros. ¿No nos hace una rebaja? portarse de maravilla no sirvió de nada. La próxima que nos veamos en una situación así no vamos a dejarla pasar. Cargamos todo lo que podemos y chau. Pero estas cosas se dan una sola vez en la vida.

Con un televisor en el baúl vamos por el camino de tierra. Dando saltos por las piedras del camino. Fabio vive en el barrio policial; no entiendo porque se llama así, con suerte debe haber dos policías y uno es privado. Todo es campo. Tenemos las ventanillas bien cerradas para que no entre la lluvia.
Silencio.
- voy a dedicarme a la tapicería. Independiente, es mejor.- dice Fabio.
- ¿qué? significa que dejaste.
No está bien. Eructa y dice:
- no quiero que peleemos más. Te amo.
¿Está drogado? me tapo la cara. No se por cuanto tiempo permanezco así. El coche pierde el trayecto y se mete en el campo, entre los pastizales. Quedamos a pocos metros de un árbol. La frente de Fabio esta contra el volante. ¿Es el coche que nos está matando? el vendedor nos había dicho algo, el coche tiene una perdida de. Siempre una hendija. Tendría que mover la mano para abrir la puerta. Pero en vez de eso me vomito, así sin más. Sobre el mentón, sobre el abrigo. Y el árbol lleno de buen aire tan cerca.