lunes, 25 de enero de 2010

A la sombra de los dolmenes

Enrique y Laura estaban sentados en la cama, casi desnudos, besándose, cuando escucharon la puerta.
Laura juntó su ropa y corrió a encerrarse en el baño. Desde ahí escuchó a su padre hablando con su novio. Ella se vistió, apretó el botón y vio correr el agua. Por primera vez lograba poner la mente en blanco. Salió. Desde el pasillo, vio a Enrique tapado hasta la clavícula. Seguía con la mente en blanco pero la cara se le puso colorada. En la cocina la madre acomodaba los artículos de supermercado.
Al mediodía siguiente, Laura se sentó con Paulina en el cantero de la plazoleta. Llevaban el mismo delantal. Laura destapó el tapper y Paulina se prendió un cigarrillo. Laura estuvo por contar el episodio del día anterior pero Paulina se anticipó:
- Hoy a la mañana, me despierto, voy a la cocina y me encuentro con un viejo en cuero lavando una toalla en la pileta de la cocina ¿Qué hacés, nietita? Me dice…lo desalojaron de la casa y vino a parar con nosotros.
- Pero ¿no era que se llevaba mal con tu mamá?
- Si, pero ya sabés como es. Nunca hizo nada bien y sin embargo a él le tolera que ande con los pies sucios por la cocina- hizo una pausa- ¿Cuánto nos queda? ¿Me acompañás a la biblioteca? Diez minutos nomás.
El ambiente estaba fresco y silencioso. A Laura no le costó nada poner la mente en blanco. Paulina apoyó los libros en la mesa. Buscá dólmenes, dijo y le pasó algunos a Laura. Laura hojeó la enciclopedia, pasó dibujos de filósofos griegos y de dentaduras.
DÓLMENES y menhires, dictó. Paulina apuntó:
- Antes que los romanos existieran, antes que los fenicios recorrieran el mediterráneo, ya estaban erigidos desde hacía siglos y siglos esos extraños monumentos…
Al rato un muchacho, con equipo Adidas, se presentó como “El amigo de Eduardo”, le dio a Paulina un papelito, “para tu amiga” era el teléfono de Eduardo que saludó a distancia.
- Son profesores de…
- ¿Te sigo dictando o nos vamos?
- Bueno…
- Es que faltan cinco minutos.
Cuando Laura y Paulina salieron de la biblioteca, los dos muchachos subían a un Ford Focus. Eduardo hizo a Laura la mímica de un teléfono.
Terminado el turno en la heladería, como todos los jueves, Laura fue a la casa de Enrique. Ahora no podía poner la mente en blanco. Sentía impotencia por haberse llenado la cabeza de dólmenes, menhires y…
La recibió la madre del muchacho como si él se estuviera bañando, pero no. Estaba adormecido en el sillón.
- Está aburrido esto- dijo moviendo las cejas.
- ¿Qué ves?- preguntó ella.
- Enseguida les encuentro la vuelta, la estructura, esta es venezolana. Creo que voy a escribir una.
- ¿que ves?
Menhires, pensó Laura, en la secundaria le costaba tanto memorizar y ahora no podía sacarse esas piedras de 20.5 metros implantadas verticalmente en tierras de Escandinavia, Irlanda, sur de Italia…
- Esto es lo que se llama capitulo de transición- dijo él- te dormís viéndolo.
- ajá.
El mediodía de viernes, Laura se sentó en el cantero, abrió el tapper, quería decirle a su compañera:
- Encima ahora ve novelas mejicanas. No se donde vamos a terminar, tres años, ni un ahorro.
Pero Paulina estaba de franco y los cromlech, eso, cromlech, son círculos de piedra que rodean a los menhires.
Laura levantó la vista del tapper y vio pasar, por la vereda de enfrente, a Enrique caminando a tres pasos de distancia de un vendedor de gaseosas ¿Lo acompañaba por que era un amigo, o como ayudante? ¿Sería su aprendiz? Laura volvió la vista al tapper. Creyó sentir la mirada de su novio. Entonces imaginó que se refugiaba a la sombra de uno de esos dólmenes y se recostaba junto a ¿Enrique?

miércoles, 6 de enero de 2010

Paseos

Yo vi los campos reflejados en los ojos de las mellizas Sossiur. Y fue justo antes de la cosecha de trigo.
Y también prendí fuego el tronco del árbol que Ezequiel Lopez había trepado para evadirse de Dino. Dino mostraba los colmillos, en la copa el muchacho sollozaba, las llamas subían de a poco. Yo esperaba.
Para las caminatas me calzo la gorra, la escopeta que es un adorno viejo, desencadeno al fiel Dino, y aunque ya no es frecuente que los chicos bajen de los coches para hacer pis en la banquina o al costado del camino de tierra, igual llevo algunos caramelos caseros en el bolsillo.
La naturaleza es una cosa buena.
En el paseo de hoy, encontré -porque salió a flote- el cadáver de Rotchen.

lunes, 4 de enero de 2010

Cidudad de sombras (volumen 1: La gata)

Mi hermano Jorge escribe historietas. Pero las guarda bajo llave. Mis otros hermanos no hacen esfuerzo por abrir la caja que está en su habitación.
Después de varios meses de encierro, Jorge salió. Yo no sabía a que hora iba a volver. Estuvo todo el día moviendo fumando y moviendo la pierna. Franco, mi hermano menor, siempre le compra los cigarrillos; como propina Jorge le regala una tarjeta con elfos mirando el cielo, o un pase de cartón para la calesita.
A veces voy al baño en la madrugada y encuentro a Jorge fumando en el descanso de la escalera, mira el techo como si fuera un cielo estrellado.
Aprovechando su ausencia, me metí en la habitación. Me hubiera gustado tener cloroformo para dormir a Franco, que no se cansaba de hacer percusión en la puerta. Abrí el mueble con una ganzúa que fabricó Lucas, mi otro hermano. Me encandiló una linterna que estaba prendida dentro del mueble. Iluminé el cuarto: Pilas de revistas Atalaya recortadas, Selecciones de colección, libros de Verne condensados, toneladas de tarjetas celtas y fajos de pases para calesita. No había otra luz que la linterna, apunté a la historieta y me puse a leer...

Orlando, el alter ego de Jorge, un tipo de pelo ondulado y camisa, discutía con una mujer hermosa. A ella se le marcaban los pezones en el camisón y el pelo húmedo se le pegaba a la frente. Hacia calor en esa sala de hospicio. “una fuerza nos impedía estar juntos, algo ajeno a nosotros” decía la nota recuadrada sobre el dibujo.

- ¿Por que viniste?- preguntó la chica ( creo que Jorge se basaba en Nadia, una chica que estaba con él y de un día para el otro…)
- Soñé- respondió Orlando, sombrío.- Todo termina hoy.
Para bien o para mal, pensó.
- Con Ignacio tengo suficientes visitas.
- ¿Ningún otro viene a visitarte, algún amigo?
- ja ja ja- Tenía los ojos desorbitados, gotitas de transpiración en la frente.- ¿desde cuando tenemos amigos nosotros dos?

La puerta se abrió. Bajo el umbral apareció Ignacio, alto y flaco, de pelo ensortijado.
- ¿Qué hacés acá?- dijo.
Venís a darle el golpe de gracia, hijo de puta.
- Te espero abajo- dijo Orlando al muchacho que apretaba los dientes.
- ¡Orlando!- gritó Nadia. Él se detuvo, no se dio vuelta.

En el patio del hospicio, Orlando bebió un líquido violeta, lo único que tenía color en aquel lugar. (La conciencia de Orlando desaparecía cada día durante cuarenta minutos a menos que tomara aquel líquido)
La botella vacía cayó a los pies de Ignacio que aparecía en el patio.
- ¿Por qué seguís torturándola?- preguntó Ignacio.
- Vine para ayudarlos. Ella va a saltar hoy. Cuando caiga la tarde. Tenemos que vigilarla.
- Otro de tus sueños macabros.
Voy a romperte hasta el subconsciente.
- Hagamos guardia. No es momento para nuestros asuntos.

Orlando se ubicó frente a la ventana del cuarto de Nadia, Ignacio frente a la del baño, en el patio trasero, veía la enredadera recorriendo la pared hasta la alta ventana de la habitación de la chica.

- ¡Orlando!- gritó Ignacio desde su puesto- ¡no, hermana, por el amor de Dios!
Orlando corrió al patio trasero. Ella estaba en la terraza.
Cuando vio a Ignacio y Orlando juntos, dio media vuelta y corrió hacia el patio delantero. Empezó la carrera, ellos por pasto y malezas, ella por la superficie llana de la terraza. Ignacio tropezó con una raíz y dio una zancada no intencional a Orlando, ambos en el piso. La chica abrió los brazos en el cielo. ¡¡¡¡noooooooo!!!!!! Gritó Ignacio, Orlando expectante.
Antes de estrellarse contra el piso, ella se convirtió en gato. Un gato oscuro con una mancha clara bajo el cuello.
- ¡Hermana!- dijo Ignacio. La gata maulló. Él lloró.
Orlando tomó a la gata. “El hechizo se rompió”
- Voy a llevarla conmigo- dijo Orlando.
- Te la encargo- Ignacio quedó sentado en la hierba, lágrimas en las mejillas.
Con el gato en brazos, sin darse vuelta, Orlando despidió a Ignacio.

Más tarde; en el departamento de Orlando:
La gata tomaba leche en el alféizar de la ventana, Orlando y ella echaban un vistazo a la ciudad: gente entraba y salía del cine, un conductor sacó el torso por la ventanilla e insultó a un taxista que mostró un puño, una pareja entraba en el callejón sin salida, unos muchachitos aprovechaban la caida de un repartidor de pizzas para conseguirse la cena.

- ¿Que te parece si hacemos sombras chinescas?- preguntó Orlando. La gata maulló y sonrió.
FIN

Escuché el ruido de la entrada, guardé las historietas, cerré el mueble y salí. Antes, me guardé dos pases de calesita.
- Le voy a contar- dijo Franco. Le di las entradas y se fue a su pieza.
¡¡¡La linterna!!! Volví a entrar. Por accidente iluminé el tejado, había una gata, me acerqué a la ventana, ella se lamía una pata, Jorge estaba detrás de mí.